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A pesar de mordazas y hogueras

De las Venus paleolíticas a Hypatía de Alejandría no solo media el espacio-tiempo, sino que —siguiendo algunas teorías que asocian dichas estatuillas esteatopigias a una manifestación del carácter matriarcal de las sociedades rupestres— es posible que en ese lapso la mitad de la humanidad dejara de tener un papel relevante en la sociedad de su época para hundirse en ostracismos, sojuzgamiento y servilismo.

Detalle del retrato de Hypatía de Alejandría realizado por Rafael Sanzio | Wikicommons

Detalle del retrato de Hypatía de Alejandría realizado por Rafael Sanzio | Wikicommons


Hypatía representa un alto en esa espiral descendente en la que la mitad de la pareja humana pobladora del planeta fue cayendo. Bella, culta, independiente, matemática y astrónoma, fundadora de la escuela neoplatónica, escritora, inventora; muy influyente también en el ámbito político, destacó principalmente por su sabiduría y ecuanimidad en aquel siglo IV, cuando Egipto era una provincia romana. Esta mujer, librepensadora y pagana, primera filósofa reconocida en la historia —por motivos cuyo análisis excede al propósito de este artículo pero que no habrán de escapar al lector sagaz—, fue condenada por brujería, asesinada, mutilada y quemada en una pira ardiente en un día de marzo del 415 d. C.

Indudablemente, Hypatía encarna simbólicamente a todas aquellas partículas de humanidad que por ser portadoras de una combinación xx en sus gametos han sido menospreciadas a lo largo de la evolución humana por aquellas otras partículas que portan en los suyos una xy. Maravillosamente simple pero letal diferencia que ha determinado en la vida de las sociedades que la mitad xy escudada en vaya a saber qué argumentos ha basado su predominio y su relación de sujeción con respecto a su otra mitad, que fue por siglos violentada de infinitas maneras, tenida por tonta e incapaz de valerse por sí misma, por lo que anchos fueron los caminos que debieron transitar bajo la tutela inexpugnable de su otro par de creación, del que a la sazón solo la diferenciaba una «letra».

Pero las hijas de Eva nacieron con el signo de la rebelión. Desde sus orígenes, la ecuación sumisión-paraíso no le hizo abstenerse de romper reglas y llegar más allá de los límites; así la vieron también desde los inicios del tiempo sus congéneres xx que recopilaron las andanzas del ser humano y su relación con la divinidad en el libro que inició la edad de la imprenta allá por 1450.

El síndrome de Eva se instaló en los genes de sus descendientes que, sin medir riesgos ni consecuencias, comenzaron la larga batalla por reunir todas las partículas del género humano en un pie de igualdad de posibilidades, derechos y oportunidades.

Las Evas adoptaron rostros y formas, algunos conocidos y otros anónimos, y desde los distintos puestos que la vida les fue deparando izaron el estandarte para marcar su presencia en disímiles y variadas actividades, como forma de decirle al mundo «aquí estamos y merecemos ser reconocidas como la otra parte del puzle que hace que la vida funcione». Como una vieja película de imágenes sepia, borrosas, fiel representación de todas las mujeres del mundo, se suceden en nuestra historia las Melchoras Cuenca, las Cirilas, las Anas Monterroso, las Bernardinas Fragoso, las Josefas Oribe, las Luisi y tantas, tantas otras… Materializadas todas ellas en cada una de las mujeres que desde distintos lugares, del ayer y el hoy, del campo, las ciudades, las aulas, las fábricas, las profesiones liberales, los hogares modestos o suntuosos, librepensadoras todas, a pie, en diligencia, a caballo o en vehículos modernos cerraron filas desde la naciente patria hasta el presente asumiendo esa predisposición casi mítica que como un mandato genético traen desde los albores del tiempo las hijas de Eva: rescatar y rescatarse de la ignominia haciendo que los derechos sean los derechos de todos, que las posibilidades y las oportunidades no distingan entre xx o xy.

En el Uruguay del último cuarto del siglo XIX paulatinamente las féminas fueron logrando insertarse en un mundo que hasta el momento les había cerrado las puertas; el nacimiento del siglo XX trajo brisas de cambio junto con el merecido reconocimiento de sus derechos sociales, culturales y políticos. Ese reconocimiento, producto de la tenacidad, la perseverancia y la obstinación en reclamar el lugar que —por derecho de paridad con la otra mitad de sus congéneres— les correspondía, encontró su máxima expresión en la adquisición evolutiva de los derechos cívicos. La Constitución de 1917 les reconoció la totalidad de los derechos civiles y la potestad de voto pero no fue hasta 1932 que la ley 8927 reglamentó esos derechos; su artículo primero expresaba: «reconócese el derecho de la mujer al voto activo y pasivo tanto en materia nacional como municipal».

No obstante, en nuestro país el voto femenino se hizo efectivo recién en el año 1938, mediante la ley de 1932 que fue incorporada constitucionalmente con la reforma de 1934. Es bueno en este punto destacar que las féminas de Cerro Chato constituyeron una excepción en la puesta en práctica de sus derechos cívicos y se adelantaron muchos años en el tiempo; en 1927, para ser precisos, votaron en el plebiscito en que se decidía la anexión de dicha localidad en su totalidad al departamento de Durazno. Más allá de que los resultados nunca fueron tomados en cuenta, la instancia trascendió las fronteras nacionales porque no solo las damas votaron por primera vez en el país, sino en América del Sur, con el agregado de una dura campaña que enfrentó a las mujeres de Durazno y Treinta y Tres —estas últimas dirigidas por Bernardina Muñoz, con experiencia en estas lides desde que en 1896 fuera oradora en la inauguración del club Gumersindo Saravia, de reconocida impronta en las revoluciones saravistas—.

Rita Ribera, con sus jóvenes y aguerridos noventa años, fue la primera mujer en colocar su voluntad en las urnas aquel domingo de julio de 1927; según un trabajo del Centro de Estudios Históricos de Cerro Chato, Rita era una inmigrante de Brasil afincada en el lugar que acudió a las urnas respondiendo a la convocatoria de la comisión plebiscitaria que convocó a «las personas sin distinción de nacionalidad y sexo que deseen intervenir».

Una parte de la batalla estaba dada. Mujeres de mil rostros fueron acercándose a las urnas para hace efectivo el derecho al sufragio; la otra parte, la de tener el derecho a ser elegibles aún continúa pendiente. El primer logro en ese sentido tuvo que esperar a noviembre de 1942, cuando resultaron electas la senadora Sofía Álvarez y las diputadas Magdalena Antonelli y Julia Arévalo.

El puzle comienza a tener sentido pero aún le faltan piezas que habrán de encontrar su lugar cuando no sean necesarias leyes para reconocer capacidades. Entretanto, utilicemos herramientas (ley de cuotas, ley de paridad) que faciliten esa toma de conciencia en todos los ciudadanos, para que el ejercicio de los cargos públicos no sea una cuestión de gametos sino de vocación desinteresada de servicio a los más altos intereses de la nación, de sabiduría, de integridad, ética, perseverancia, entrega y honor.

En el mes de la mujer, mi reconocimiento a todas las incansables y coterráneas Evas que en la lucha por alcanzar la plenitud de sus derechos cívicos resumen en su entrega diaria la lucha de todas las que nos han precedido desde tiempos y espacios remotos.

Gabriela Umpiérrez Pérez | @Gabumpierrez Abogada. Edil departamental por Lavalleja, Uruguay, Partido Nacional

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