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Ana Frank no murió

Entrado ya aquel mes de marzo de 1945, las tropas aliadas habían logrado avanzar enormemente sobre la ya derrotada Alemania nazi y el horror de los campos de concentración había quedado al desnudo con la paulatina liberación de estos.


Unknown photographer; Collectie Anne Frank Stichting Amsterdam - Website Anne Frank Stichting, Amsterdam

Unknown photographer; Collectie Anne Frank Stichting Amsterdam – Website Anne Frank Stichting, Amsterdam


Apenas unos días antes de que el campo de Bergen-Belsen fuera liberado por los británicos, una epidemia de tifus terminó con la vida de la joven Ana Frank entre los alambrados de púa que encerraban aquel horror que aún hoy, 71 años después, resulta imposible de explicar.

Poco se puede agregar sobre la historia de Ana que no haya sido dicho. Pero pienso que, al recordarla, no debemos realizar un viaje que se pretenda como histórico sino que debemos recorrer su historia, las páginas de su diario, su periplo fatal, con los ojos de quienes vivimos y sufrimos este siglo XXI.

¿De verdad podemos afirmar que estamos mucho mejor de lo que estaban quienes vivían en las fatídicas décadas del treinta y del cuarenta?

¿Somos realmente tan distintos de quienes nos legaron aquel mundo?

Naturalmente que hemos avanzado en muchos aspectos y de manera muy positiva. Jamás volvimos a enfrentar un conflicto armado de las dimensiones de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Hemos avanzado en materia científica y hemos dado pasos inimaginables en el campo de la salud, la genética, la investigación, la tecnología y el progreso económico.

A pesar de los cientos de conflictos que se sucedieron y se suceden a lo largo del planeta en lo que quedó del siglo XX y en lo que va del XXI, el mundo nunca más se vio envuelto en un conflicto global como los de principios de siglo; nunca más tuvimos una guerra total.

Pero hay algunas interrogantes que no podemos dejar de plantearnos. ¿Hemos evolucionado como humanidad? ¿Hemos aprendido de los errores y horrores que cometimos en el pasado? ¿Vivimos en un mundo más tolerante y pacífico que el que idealizaron los fascismos y los totalitarismos de otrora?

Hemos enterrado en la historia al nazismo, al stalinismo, a las monarquías absolutas; pero no hemos podido desterrar el totalitarismo, el fundamentalismo religioso, el imperialismo y, mucho menos, hemos podido lidiar con la avaricia, el revanchismo, el odio y la violencia, no ya como sentimientos humanos, sino como «valores» que mueven a muchos Estados.

En tiempos de ISIS, de Boko Haram, de separatistas y nacionalistas fanáticos; en tiempos de arsenales nucleares y de guerras por el petróleo; en tiempos de desplazados, de refugiados, de inmigrantes ilegales abandonados a su suerte: ¿cuántos campos de concentración hay aún en el mundo?, ¿cuántos guetos?, ¿cuántos perseguidos por pensar, o peor aún, por nacer diferentes? ¿Cuántas Ana Frank hay aún en el mundo?

Miremos a nuestro alrededor, en las calles de nuestros barrios de este alejado y pacífico país, y pensemos cuántos niños siguen aún en la calle, desplazados en su propia tierra.

Me cuesta creer que el odio, la avaricia, la codicia, el rencor y la intolerancia sirvan para definir a la humanidad de nuestra era cuando se nos mire dentro de doscientos o trescientos años —si aún existimos— y que no nos puedan diferenciar tan claramente de las generaciones que llevaron al mundo a los horrores de la Primera y la Segunda Guerra Mundiales.

En aquel marzo de 1945, Ana Frank dejó este mundo en medio de una verdadera pesadilla de crueldad y horror; pero en estos 71 años, miles y miles de Anas han perecido, víctimas del odio, de la intolerancia y de la indiferencia humanas, y aún hoy convivimos con muchas Ana Frank sin saberlo.

Ojalá su historia nunca muera y se haga presente generación tras generación como símbolo de lo que somos capaces de hacer los humanos en nuestro camino, que cada vez más se va transformando en un camino hacia la autodestrucción.

Diego Silveira Rega | @Diegosilveirar

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