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Catálogo de populismos

Una suma de autores estudia el fenómeno populista en las distintas democracias de América y Europa, a través de una obra que bien podría ser el catálogo del sinsentido en la política del siglo XXI.

«Cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples. Una fórmula que lo cubra todo»… La frase es del escritor israelí Amos Oz (El País, 12.5.2014) y glosa de manera precisa aquello que el populismo de nuestros días ha entendido con claridad: la inconformidad de una gran mayoría no admite ya explicaciones elaboradas o profundas, no necesariamente falsas pero que sí son insuficientes para seguir justificando por qué el crecimiento, el bienestar y los avances de la democracia no se traducen en mejoras tangibles en la calidad de vida.

Frente a este descontento, muchas veces justificado, la búsqueda de culpables, la simplificación de las causas, las soluciones demagógicas y el lenguaje sencillo y cercano son herramientas que, por la vía democrática, llevan al poder a esos caudillos que ofrecen redención, justicia, un futuro de ilusiones que el presente de incertidumbre no alcanza a desmentir. Se puede y se debe condenar al populismo, pero resulta irresponsable y peligroso dar la espalda a las causas de quienes encuentren en sus promesas y en sus denuncias una razón para volver a confiar en la política.

Porque al final de cuentas, el triunfo o la presencia de alternativas de ese tipo de posturas también son representativas de una molestia y un reclamo que es urgente atender. Inconformidad que en cada país tiene distintas manifestaciones y que, no obstante, abreva de ese denominador común que ofrece soluciones precisas —aunque sean irreales— donde otros repiten fórmulas gastadas de un modo de hacer política que, aunque poco a poco halla un camino para diferenciarse del pasado, todavía dista mucho de construir un auténtico puente que dignifique de nuevo la labor pública.

A partir de la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela (1999), y en buena medida fruto del financiamiento de un país con las mayores reservas petroleras del mundo, el populismo latinoamericano gozó de una expansión que fue conquistando en el transcurso de casi dos décadas a diversas naciones del continente. Con la bandera de un supuesto combate a la desigualdad bajo el brazo —en la región más desigual del mundo— y el azuzar de un antiimperialismo que señala culpables en el opresor local —Estados Unidos en algunas partes, pero también las oligarquías económicas, políticas, tradicionales o empresariales de cada país—, una generación de gobernantes accedió al poder con la promesa de reivindicar a los marginados y, a la postre, la certeza de que todo aquel diagnóstico y señalamiento de responsables no era sino la máscara para ocultar la vuelta a un estatismo que terminó por ahogar en, mayor o menor medida, la primera garantía que exige una sociedad para funcionar: la libertad.

Alvaro Vargas Llosa


El recorrido de esos casi veinte años es la base de El estallido de populismo (Planeta, 2017), compilación coordinada por Álvaro Vargas Llosa y que, caso por caso, ahonda en la forma en que diversas naciones han padecido o padecen la presencia de gobiernos que en nombre de un Estado capaz de solucionarlo todo, han construido regímenes donde el autoritarismo, la sinrazón o el absurdo se convierten en distintivos incapaces de cumplir siquiera la mínima parte de las promesas con las que se gana el favor de la ciudadanía. País por país, nombre por nombre, desde México hasta Argentina, cada uno de los autores que integran esta compilación reseña la labor de gobernantes, las propuestas de candidatos o la presencia opositora de quienes hacen de la política una farsa que en mayor o menor medida termina en tragedia.

López Obrador en México, bajo la pluma de Enrique Krauze; Cuba y su influencia tras bambalinas en la región, por Carlos Alberto Montaner y Yoani Sánchez; Nicaragua y la advertencia de la tragedia que se vive hoy día, con las reflexiones de Sergio Ramírez; Venezuela, Chile, Colombia, Brasil, Ecuador, Argentina o Bolivia… Ninguna nación latinoamericana se encuentra a salvo de uno de los más nocivos males —junto con la corrupción— de las democracias, y tampoco aquellas naciones europeas (España, Inglaterra, entre otras) que complementan un cuadro en el que la primera pincelada es el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos.

Paisaje escalofriante en todos los casos, futuro complejo en la mayoría, retos que obligan a pensar que ese reiterado y renombrado distanciamiento de las clases gobernantes y la sociedad exige aires nuevos que vuelvan a llenar de sentido, de ciudadanía, de valores relegados (ética, transparencia, cercanía) una forma de hacer política a la que cada vez le cuesta más detener los embates del simplismo, la arbitrariedad y el mesianismo. No es poco lo que está en juego y sí mucho el daño que genera para cualquier sociedad el avance de populismo: conocer a fondo sus estrategias, sus recorridos y sus dolorosos resultados es un primer paso para comprender la urgencia de poner un freno legal, democrático y creativo a quienes lo defienden y lo representan. Las consecuencias de no hacerlo son retrocesos de los que los pueblos, la gente, el ciudadano, como bien lo demuestran casos presentes, tardan décadas en recuperarse. Es tiempo.

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