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Como demócrata, condena. Como humanista, solidaridad


La oferta de asilo a Evo Morales por el Gobierno de López Obrador polarizó a la clase política mexicana, en un hecho que refrenda una narrativa estratégica y necesaria para todo gobierno populista, pero de la que es urgente salir a través de la búsqueda de alternativas.

Sí: nadie puede negar que el fraude cometido por Evo Morales en las elecciones del pasado 20 de octubre fue un atropello a la democracia.

Atropello que, además, lleva detrás una cadena de acciones a lo largo de los años que han demostrado su talante autoritario, antidemocrático y caudillista: toma de instituciones para repartirlas entre sus incondicionales, debilitamiento de contrapesos legales, modificaciones de normas para permitir reelección a pesar de que la ciudadanía decidió en referéndum lo contrario, entre otras perlas tan gustosas a los populistas de la región.

A Evo incluso se le cayó el sistema de conteo de votos hace unas semanas, cuando buscaba reelegirse contra lo expresado en el referéndum señalado y lo que prohibía la propia ley, falla técnica del sistema de conteo de votos que la propia Organización de Estados Americanos, en su informe fiscalizador de los comicios, ha mostrado como prueba para declarar fraudulenta la elección.

En la vida pública de Bolivia, y en la de cualquier país democrático, Evo es impresentable, aunque sus fieles y sus acríticas huestes y propagandistas repitan hasta el éxtasis, como aún hoy lo hacen las de Franco, las de Pinochet –eméritos integrantes del salón de la fama autoritaria y asesina del siglo XX hispanoamericano–, que tiene buenos resultados económicos y sociales, con la omisión del costo en libertades y derechos humanos que esos a la postre supuestos avances traen consigo.

A Evo, esos mismos defensores intentan convertirlo en víctima de un «golpe de Estado», encabezado por una ciudadanía harta que colmó las calles de las principales ciudades bolivianas, rindió a una policía que se negó a la represión y a un ejército que atendió ese clamor popular.

Victimización de una izquierda continental que desprecia al pueblo cuando el pueblo le restrega en la cara su autoritarismo y su atropello, y que lo celebra solamente cuando es esa masa silenciosa y sumisa ante el dictador —potencial o de facto— en turno.

No hay modo pues de defender a Evo desde una concepción de la democracia que asuma que democracia es igualdad en las reglas, contrapesos efectivos e instituciones autónomas y ciudadanas.

Su solicitud de asilo puede chocar e indignar, pues sin duda representa el uso de impuestos de una pequeña base de cautivos para sostener a un fraudulento expresidente que huye del pueblo que lo sacó del poder a fuerza de calle, calle y más calle, que es donde se defiende la democracia cuando las leyes, las instituciones y los votos ya no alcanzan para garantizar un relevo pacífico de gobernantes.

Pero hay un punto irrebatible: la vida de ese expresidente defenestrado estaba en peligro, y el gobierno mexicano lo entendió, ofreció ayuda y acudió a rescatarlo del pueblo que lo buscaba para hacer justicia; es el mismo gobierno, ironía demagógica y populista aparte, que ante el éxodo centroamericano acordó con el gobierno de Donald Trump servir a través de las fuerzas armadas como muro humano para contener la migración.

Como demócrata, condena irrestricta a Evo y compañía; como humanista, solidaridad ante quien se encuentra a expensas de una turba enfurecida o, también y más grave, del Estado: aunque esa víctima lo sea de sus propios actos, aunque sea un criminal confeso, aunque sea un populista de la peor ralea.

Si se busca justicia frente al fraude de Morales, que no sea en detrimento de los derechos humanos y que se demuestre que hay vías legales e institucionales: las que él mismo despreció y atropelló.

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