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Confianza: variable transversal de un sistema democrático

* Artículo premiado con mención en el concurso de artículos breves «Partidos políticos y sociedad: ¿cómo recuperar la confianza?» organizado por Diálogo Político en 2018.

El sistema democrático en América Latina está en crisis. La falta de institucionalidad de los partidos políticos provoca desconfianza y esto les reduce legitimidad frente al electorado. Sin confianza, no hay plena democracia.

La primera definición de la Real Academia Española sobre el término confianza es: ‘esperanza firme que se tiene de alguien o algo’. Con esta definición se entiende que hay una relación entre dos actores. En la democracia representativa, los partidos políticos son ese canal de confianza entre la sociedad y el gobierno. Esto porque cuando la ciudadanía ejerce el voto confía en un partido político para que traduzca sus intereses en políticas públicas al ganar una contienda electoral. La confianza política es un factor y fuente primordial para el funcionamiento pleno de una democracia, según Marc Hetherington (1998). Sin embargo, hay que preguntarse cuál es la situación de la democracia en el mundo, la percepción de la sociedad latinoamericana con respecto a los partidos políticos y presentar también algunas reflexiones sobre cómo recuperar la confianza del electorado en los partidos políticos.

El índice de democracia publicado por la Unidad de Inteligencia de The Economist en enero de 2018 evalúa 60 indicadores, entre ellos, proceso electoral y libertades civiles, de 167 países en una escala del 1-10 agrupada en cuatro categorías: régimen autoritario (0-4), régimen híbrido (4-6), democracias defectuosas (6-8) y democracias plenas (8-10). El estudio concluye que menos del 5 % de la población mundial vive en una democracia plena y los únicos países de América que están dentro de esa categoría son Canadá y Uruguay. Bolivia, Nicaragua, Guatemala y Honduras son un régimen híbrido; Cuba y Venezuela uno autoritario y el resto de América son democracias defectuosas. En ese contexto, ¿cuál es la percepción de la población de América Latina con respecto a los partidos políticos? De acuerdo a la Corporación Latinobarómetro, en 2015, 44 % del total de los encuestados en 18 países de la región respondieron que no tienen ninguna confianza en los partidos políticos.

Estos resultados representan una crisis del sistema democrático porque los partidos son canales de cambio político, y la desconfianza del electorado genera mayor abstención. Una democracia débil puede derivar de varios fenómenos como el del personalismo, que, por girar en torno a una persona, deja de lado al partido político que está detrás.

Un ejemplo de esto es el Partido dos Trabalhadores (PT) y su máxima figura Luiz Lula da Silva. En abril de 2018 fue sentenciado por corrupción y dejó al PT sin otra opción de precandidato presidencial y un incierto panorama para las elecciones de octubre. En Ecuador, tras diez años del movimiento Alianza País a la cabeza, Rafael Correa al no poder perpetuarse en la silla presidencial dejó una organización fragmentada en dos alas, correísta y morenista (quienes apoyan al actual presidente Lenin Moreno). Hugo Chávez, con el Partido Socialista Unido de Venezuela, dejó el recuerdo de un autócrata para unos y un culto a la personalidad para otros. Estos casos evidencian la falta de institucionalidad en algunos partidos en América Latina, pues al parecer no tienen más cuadros que ocupen un cargo y solo sirvieron para catapultar a una persona. La idea no es que el retiro de ese gran líder equivalga al acta de defunción del partido o a la formación de diversas facciones.

Ante esta situación poco alentadora, ¿qué hacer? La credibilidad se genera cuando hay un proceso sistemático que consolida a un partido como un proyecto político a largo plazo, no para ganar una elección. La legitimidad se gana cuando la ciudadanía percibe que hay un sistema de partidos institucionalizados. Un partido debe formar líderes donde suplir al otro no se convierta en tarea imposible. La participación de jóvenes es importante en este punto, no solo porque la juventud represente el mayor activo de este grupo poblacional o por el mero hecho de presentar rostros nuevos, sino porque los jóvenes deben ser sinónimo de prácticas distintas y, con ello, recobrar la confianza en la ciudadanía.

Detrás de esto también está la necesidad de educación, dentro del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana (ICCS 2016) se aplicó una encuesta a estudiantes de Chile, Colombia, México, República Dominicana y Perú. La UNESCO presenta un breve resumen de ese estudio en el que señala que un 69 % y un 65 % de los estudiantes de secundaria encuestados estarían de acuerdo con un régimen dictatorial a cambio de seguridad y beneficios económicos, respectivamente. La ICCS concluye que entre menor es el conocimiento cívico en los estudiantes secundarios, mayor es la tendencia a respaldar prácticas autoritarias. Esto muestra que las orientaciones democráticas son bajas y que la educación sobre participación política formal es imprescindible para el fortalecimiento del Estado de derecho.

Noruega ocupa el primer lugar desde el 2010 como la mejor democracia del mundo, según el índice de The Economist; entonces podría tomarse como referente sobre qué hacer. Un medio de comunicación entrevistó a habitantes de ese país y sus respuestas no parecen dar la receta de la democracia perfecta; de hecho, son simples pero reales. Varios mencionan que los políticos en su país no pertenecen a una élite, sus salarios no son ostentosos y son vistos como ciudadanos regulares que optaron como empleo el de servir a la sociedad. En Noruega existe una relación entre la gente y los hacedores de política; parecen tener un contrato tácito. Ahí es donde radica la confianza. La esencia de la democracia está en el pluralismo, la transparencia y el pensamiento crítico. Todos estos valores deben manifestarse en los partidos políticos.

Bibliografía

Corporación Latinobarómetro (2015). «Análisis online: confianza – partidos políticos».

Real Academia Española (2018). «Confianza», Diccionario de la Lengua Española.

Hetherington, M. (1998). «The Political Relevance of Political Trust», The American Political Science Review, vol. 92, n.º 4.

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