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Crisis del coronavirus. La mirada alemana hacia Asia

En la actualidad muchas miradas se dirigen a Asia; también en la Fundación Konrad Adenauer. Esto tiene que ver, aunque no solamente, con el manejo de la crisis del coronavirus. Anteriormente, muchos observadores veían a Asia, y especialmente a la República Popular China, como un auto en la vía rápida de la autopista. Su éxito económico y el ataque al liderazgo tecnológico de los Estados Unidos, combinado con un avance militar y geoestratégico en la región, más aún a través de la iniciativa de la franja y la ruta de la seda, han dado un nuevo impulso a la cuestión del sistema.

¿Puede un sistema autoritario y no democrático convertirse en el número uno del mundo? ¿Puede incluso servir de ejemplo para otras partes del mundo? ¿Tiene el modelo occidental, y especialmente el europeo, alguna posibilidad de sobrevivir a esta embestida? ¿Es China un actor más responsable que los Estados Unidos bajo el presidente Trump? ¿Cómo repercute la competencia por el liderazgo mundial, sobre todo en nuestra sociedad y en nuestra prosperidad? ¡Y ahora, además de todo, COVID-19! Sin embargo, pronto quedó claro que no bastaba con reducir la cuestión a China. En particular, desde otras partes de Asia ya acusan a Alemania de haber reducido el continente a China y de haberse perdido otras novedades importantes.

Las enseñanzas son complejas

Comencemos, sin embargo, con la República Popular dirigida por el Partido Comunista, que evidentemente supo de la propagación de un nuevo tipo de virus durante varias semanas, pero que por diversas razones lo encubrió, lo ocultó e incluso se retrasó en cumplir las obligaciones internacionales con la OMS, que había recibido advertencias desde Taiwan ya en diciembre, y reaccionó tardíamente. La República Popular que reaccionó entonces con vehemencia, aislando completamente una región habitada por 60 millones de personas, restringió la movilidad en general, aplicó drásticamente medidas de higiene e implementó registros para la vigilancia electrónica. El régimen se atrincheró y comenzó a propagar su gestión de la crisis como exitosa, tanto como para poder apoyar a otros países menos eficientes en la gestión de las suyas. Al mismo tiempo, la expulsión de los periodistas occidentales contribuyó a que fuera imposible verificar de manera independiente las afirmaciones chinas y las narrativas relacionadas. Donde se logró perforar el control de las noticias, rápidamente quedaron en evidencia los déficits: por ejemplo, cuando los equipos de protección suministrado a España resultaron ineficaces. Justamente es la censura rigurosa la que provoca una desconfianza fundamental en la información china.

Pero las comparaciones actuales no refieren solamente a China: ¿no parece también que Taiwán, Corea del Sur, Singapur e incluso Vietnam son más exitosos que nosotros en la superación de la crisis? ¿Fueron más coherentes, sus líneas de decisión (cadenas) fueron más cortas y eficaces, su uso de la tecnología de punta fue superior a nuestro enfoque (demasiado) sensible con la protección de datos?

¿Fueron mejores en la prevención y aprendieron más de las crisis previas? ¿El predominio de los valores comunitarios en tiempos de crisis tiene ventajas sobre el individualismo que rige en Occidente?

En todo caso, en Asia se dispone de mucha más experiencia y, por consiguiente, se es más cauteloso respecto a epidemias, como lo demuestran todos los informes. Desde el comienzo del milenio, el MERS y el SARS dejaron su huella, y en la región el dengue y otras epidemias pertenecen más a la cotidianeidad que aquí. En muchas ciudades asiáticas el uso de máscaras, especialmente en medios de transporte muy frecuentados, forma parte de la normalidad. Lo comunitario se valora tanto que la gente tiende a comportarse de manera pragmática, a seguir las directrices de las autoridades y a no poner el interés individual por encima de todo lo demás.

Si Taiwán advirtió de un nuevo virus ya en diciembre, y a partir del 30 de diciembre comenzó a realizar controles especiales entre los pasajeros procedentes de Wuhan, la propia República Popular había aislado grandes regiones en enero, y Vietnam inició medidas como el cierre de escuelas a principios de febrero con solo 16 personas infectadas, ¿cómo puede explicarse la opinión, hasta hace poco prevaleciente aquí, de que el problema obviamente tenía poco que ver con nosotros? ¿Arrogancia occidental? ¿Habría pasado esto, se preguntan algunos, si el virus hubiera aparecido por primera vez en los Estados Unidos? Así es que tenemos la nueva experiencia de que como alemanes y europeos en otras partes del mundo se nos percibe repentinamente como factor de riesgo y se experimenta que justamente personas provenientes de Estados Unidos y Europa regresan a China porque se sienten más seguros allí…

El tema de la tecnología de las comunicaciones y su uso, merecen atención especial, incluso más allá de la crisis actual. Es inevitable conectarlo con los debates actuales sobre big data e inteligencia artificial. El rastreo de las personas infectadas es posible y se utiliza con éxito a través de aplicaciones, el reconocimiento facial ayuda a identificar posibles cadenas de infección y contacto, los algoritmos reconocen conexiones que pueden permanecer ocultas al análisis humano, la riqueza de los datos obtenidos sirve para mejorar los servicios y proporciona ventajas tecnológicas que son difíciles —si acaso— de alcanzar.

El reciente libro de Kai-Fu Lee sobre la competencia entre China y Estados Unidos, las superpotencias en materia de inteligencia artificial, muestra lo que es posible y esperable. Entre las veinte empresas tecnológicas más valiosas del mundo, nueve se encuentran en China. Este país produce dos veces y media la cantidad de patentes en materia de inteligencia artificial que produce Estados Unidos y en su sistema universitario se gradúan tres veces más especialistas en computación. El hecho de que Europa —incluida la República Federal de Alemania, potencia exportadora de alta tecnología— desempeñe un papel casi irrelevante, constituye un efecto colateral preocupante. También es necesario reflexionar en forma especial sobre la falta de posibilidad de los llamados países en desarrollo, de mantenerse o por lo menos ponerse al día.

En Asia, en todo caso, todos estos procesos se basan en una gran aceptación de los usuarios: la seguridad se valora más que la protección de la privacidad; los mismos patrones aplican a la prevención del delito y a la atención sanitaria. El reconocimiento facial es una herramienta exhaustivamente utilizada. Así pues, es posible que las ciudades inteligentes puedan surgir antes y más rápidamente en Asia que en Europa, cuyas soluciones de hoy parecen ser de ayer y provocan ceños fruncidos fuera del continente. También en los países democráticos los sistemas de cibersalud brindan la oportunidad, en tiempos de crisis, de abordar antecedentes sanitarios y grupos de riesgo de manera selectiva, rápida y masiva, y de organizar eficazmente la distribución de los bienes esenciales.

El alto nivel de confort y los beneficios que tales aplicaciones aportan a los consumidores también se encuentran claramente agrupados en el WeChat chino: como en un programa miles and more, se recompensa al usuario permanentemente por su uso de datos. La autodeterminación informativa desaparece poco a poco sin que uno sea realmente consciente de ello. Y al mismo tiempo, un sistema totalitario tiene a su disposición mecanismos de vigilancia con los que George Orwell difícilmente se habría atrevido a soñar.

El futuro de la globalización

Sin embargo, la crisis actual también está poniendo a prueba la globalización en su conjunto, y en particular las cadenas de suministro mundiales están siendo cuestionadas. ¿Cuánta autonomía estratégica se necesita a nivel nacional y en qué áreas? El examen del desempeño de la Unión Europea y de su cohesión constituyen un tema aparte e inquietante, que sin duda está en lo más alto de la lista de cosas que deberán tratarse después de finalizada la crisis actual. ¿Cuáles son los bienes esenciales que sería mejor producir en casa para que estén efectivamente disponibles en tiempos de crisis? ¿Qué empresas nacionales deberían tener y conservar qué competencias y qué está dispuesto a hacer el Estado por ellas si no pudieran mantenerse frente a la guerra de precios? ¿Cómo se puede reforzar nuestra resiliencia en su conjunto cuando se trata de amenazas a la seguridad no tradicionales? De todos estos temas habrá que ocuparse.

Justamente, para un país dependiente de las exportaciones como Alemania se trata de una cuestión particularmente explosiva en un momento en que los Estados Unidos parecen apostar a un cierto desacoplamiento, es decir, al abandono de la integración económica, y es visto como oponente estratégico por competidores de China. ¿Qué pasaría si los Estados Unidos, al igual que en el negocio de Irán (o Nordstream II), nos hicieran la pregunta: ¿están con ellos o con nosotros? A pesar de nuestra conocida dependencia total de la política de seguridad del socio transatlántico, se oye en los círculos industriales que bastantes empresas alemanas, en vistas a los negocios y las expectativas de futuro, dirían entonces, con dolor en el alma: entonces con los chinos…  Que la República Popular aparezca ahora para algunos como ganadora de esta crisis se debe notoriamente a algo más que una sofisticada propaganda de la crisis y al homenaje de políticos europeos como el presidente serbio Aleksandar Vučić, visto a menudo como aparentemente ingenuo.

Nos preocupa, y esto también va más allá de la crisis del coronavirus, que no parece que estemos preparados estratégicamente para todos estos debates. Alemania y Europa están reaccionando en lugar de actuar y, cuando lo hacen, es en forma tímida y tardía. Cambiar esto es la tarea de una política responsable y con visión de futuro. Y es el cometido de una institución como la Fundación Konrad Adenauer asesorar sobre esto.

Traducción: Manfred Steffen

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