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Crisis: ¿renacer después del fracaso?

La envolvente y en buena medida agobiante agenda política actual ha saturado al extremo con la reiteración de algo que dice más o menos así: «estamos ante una crisis histórica, de proporciones…» (ahora póngale usted a esta línea el adjetivo que mejor le parezca).

Tan acostumbrados estamos al componente negativo inserto en la palabra crisis que, de solo mencionarla, esperamos que la acompañe una premonición demoledora.

El término crisis, en el sentido liberal de la palabra, expresa algo positivo, creativo y optimista, porque implica un cambio que puede muy bien ser un renacimiento tras un fracaso o una desintegración. Denota separación, sin duda, pero también una elección, unas decisiones y, por lo tanto, la oportunidad de expresar una opinión. (Bauman y Bordoni, 2016, p. 16)

Las personas consumen menos política. Y menos información. Pareciera que la banalidad gana la guerra. Entre lo superficial, rápido y desechable, y la profundidad lenta pero sólida, lo primero va teniendo más adeptos. ¿Acaso no siempre fue así? La recesión política apabulla con buena dosis de incertidumbre y vértigo.

Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni en su libro Estado de crisis (2016) sintetizan con lucidez la desazón: nuestra mayor preocupación, y también nuestro mayor problema, interesados o no por la política, es que no confiamos en el Estado —tal como está concebido actualmente— para sea el garante y orientador hacia nuevos rumbos de la sociedad que administra. De nuestra sociedad.

Divorcio entre poder y política, y, por qué no si a todas luces es muy evidente, entre democracia y pueblo.

Los autores explican que esta fractura en el acuerdo virtuoso entre personas-leyes-Estado. Las transacciones formales e institucionalizadas, tras años de conflictos destructivos —hasta las cenizas, en algunos casos—, ya no son suficientes y no satisfacen en su totalidad a la sociedad veloz e informada, pero vulnerable, de hoy.

Estado de crisis. Deconstruir el título de la obra nos explica su contenido: la crisis del Estado, el Estado y su crisis, el Estado de la crisis, en Estado de crisis.

La confianza en la capacidad del aparato estatal para cumplir con su cometido descansaba en el supuesto de que las dos condiciones necesarias para una administración efectiva de las realidades sociales (el poder y la política) estaban en manos del Estado, que se suponía era una especie de amo soberano (exclusivo e indivisible) dentro de sus límites territoriales; por poder se entiende la capacidad de hacer y terminar las cosas, y por política, la capacidad de decidir qué cosas debería hacer él mismo y qué otras deberían resolverse en el ámbito global […] sin embargo, el Estado se ha visto expropiado de una parte considerable (y creciente) de su antaño genuino o presunto poder (para hacer las cosas), del que se han apropiado fuerzas supraestatales (globales». (p. 23)

Los ciudadanos creen cada vez menos en las promesas del gobierno y en la capacidad de cumplir los planes que se propone para mejorar la calidad de vida de las personas. Sumado a esto hay nuevas y más potentes preocupaciones existenciales: el cambio climático, la destrucción del ambiente, el remplazo del humano por la inteligencia artificial. Crisis.

[…] son otras fronteras interiores las que crean problemas. La seguridad, la defensa de los privilegios, la identidad, el reconocimiento y las tradiciones culturales son factores que, en su momento, coincidían con los límites territoriales del Estado poswestfaliano, pero que hoy se han modificado hasta el punto de volverse inciertos, líquidos. Han dejado de ser fiables. (p. 43)

Las mayorías encerraban en comarcas (y luego guetos) a las minorías para observarlas y controlarlas. En la actualidad, las minorías y sus movimientos a gran escala (diásporas, migraciones) encierran a las mayorías en sí mismas, dentro de muros y rejas.

Unos mensajes de Twitter y de Facebook los convocaron y los animaron a salir a las plazas para protestar contra «lo que hay»; sin embargo, los remitentes de esos mensajes no dicen ni pío sobre la controvertida cuestión de qué debería reemplazar a eso que ahora hay, o trazan un sustituto potencial con unos contornos tan suficientemente amplios, esquemáticos, vagos, y, sobre todo, flexibles como para evitar que ninguna parte de este fructifique en manzana de la discordia. (p. 125)

El creador de la teoría de la sociedad líquida, Zygmunt Bauman, y el investigador Carlo Bordoni, nos invitan a pensar y a buscar caminos en la rectificación del rumbo del Estado. Para que sobreviva a los inciertos tiempos que corren, si esto es posible.

 

Ficha técnica

Estado de crisis Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni Paidós Ibérica, 2016 ISBN 978 8449331824 208 pp.

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