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Debemos elegir


A Europa le gusta presentarse como un bloque entre las potencias mundiales, pero no se puede ser el favorito de todos. Después de esta crisis tendremos que decidir: ¿queremos estar con Estados Unidos o con China? Ambas cosas no son posibles.

Las crisis contribuyen a aclarar las cosas. Esto también se aplica a la crisis del coronavirus. Cuando se haya encontrado la terapia para el virus, se hayan aplacado los debates sobre cuarentena y aperturas, y la recesión muestre su rostro desagradable, habrá que aclarar nada menos que el orden mundial. Más específicamente, la cuestión de las alianzas. ¿Dónde se encuentra Europa? ¿Del lado de Estados Unidos o del lado de China?

Primero, algunos datos como punto de partida: Estados Unidos, la única potencia mundial democrática, está gobernada actualmente por un presidente con un pronunciado trastorno narcisista de la personalidad, una personalidad supuestamente vulgar, inculta y volátil, con una deficiente sensibilidad hacia las instituciones del Estado de derecho. La mitad de los estadounidenses y las tres cuartas partes de los europeos lo desprecian. Al punto de que si se ingresa la palabra idiota en Google, aparecen fotos de Donald Trump.

Pero este presidente, ya fuera por casualidad, gracias a buenos asesores o a sus instintos, también tomó algunas decisiones correctas, como la reducción de impuestos para estabilizar la economía estadounidense o el aumento de la presión sobre los europeos para financiar solidariamente la OTAN.

Por otro lado, China, la única potencia mundial no democrática, actualmente está gobernada por un presidente que controla su vanidad, con una personalidad supuestamente sutil, altamente educada y cultivada, de pensamiento y actuación a largo plazo y consistente, con gran sensibilidad a los intereses del Estado unitario chino. Como se dice que Xi Jinping tiene alguna similitud con Winnie the Pooh, el oso de los cuentos infantiles, la censura en China prohíbe el uso del nombre y la imagen de Winnie the Pooh. Cualquiera que critique explícitamente al Gobierno será castigado.

Supremacía global gracias a la vigilancia digital

Xi Jinping es desde 2012 secretario general del Partido Comunista chino y presidente de la Comisión Militar Central, y desde 2013 es presidente de la República Popular de China. En 2018, él mismo derogó las limitaciones de duración a su cargo, por lo que ahora podría gobernar de por vida. Es un político que, sobre todo, continuó y aceleró las reformas económicas iniciadas en la década del setenta por Deng Xiaoping, las que alcanzaron una nueva dimensión bajo Jiang Zemin y que, gracias a la vigilancia digital intensificada y a una expansión internacional de apariencia amigable y pacífica, le dieron a China una posición preponderante a nivel global.

La fecha clave de esta estrategia fue el 11 de diciembre de 2001, cuando China se convirtió en miembro de pleno derecho de la OMC después de 15 años de negociaciones. Fue la mejor decisión para China. Y quizás haya sido el mayor error para las economías de mercado occidentales en la historia reciente. Desde entonces, la participación de los Estados Unidos en el producto interno bruto mundial disminuyó del 20,18 % (2001) al 15,03 % (2019), y la participación de la UE disminuyó del 23,50 % (2001) al 16,05 % (2019), una reducción de 7,45 puntos porcentuales en menos de dos décadas. Mientras tanto, la participación de China aumentó del 7,84 % (2001) al 19,24 % (2019). El crecimiento de China promedió el 9 %; el de Estados Unidos 1,99 %; y el de la UE, 2,34 %.

El gran error conceptual fue exponer las economías de mercado democráticas a un capitalismo de Estado no democrático que aprovecha las facilidades en las condiciones comerciales y competitivas sin someterse a las mismas reglas. La asimetría se convirtió en el programa, en lugar de la reciprocidad. El cambio a través del comercio —siempre invocado en los discursos dominicales— en realidad tuvo lugar. Pero sucedió en forma diferente de la que se esperaba en Occidente. China se ha vuelto aún más autoritaria y económicamente más fuerte. Y Occidente se debilitó.

¿Qué se deduce de todo esto? Estados Unidos ha optado claramente por una política de desacoplamiento y creciente independencia de China. Europa debe decidirse finalmente, si no quiere que Beijing socave cada vez más su libertad.

Aunque algunas opiniones planteen que las alternativas no deberían presentarse en términos excluyentes entre una y otra opción, sin embargo, sí lo son. Se trata de una decisión política fundamental: China o Estados Unidos. Ya no es posible optar por los dos. La disyuntiva ha llegado a un punto crítico con Trump, aunque finalmente no se trata de él.

La verdad es que la política estadounidense relacionada con China probablemente no cambie bajo un posible gobierno demócrata. La cuestión de China es ahora un asunto de ambos partidos en los Estados Unidos o, dicho de otra manera, los trasciende.

Nancy Pelosi, la portavoz demócrata de la Cámara de Representantes, no le regala nada al presidente estadounidense; incluso ha lanzado una investigación de juicio político en su contra. Durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, para sorpresa de la audiencia reunida, respondió a mi pregunta sobre si esencialmente estaba de acuerdo con la política de Trump hacia China. Sin dudar, dijo: «Sí». Pelosi describió a China como un «gobierno que no sirve a nuestros valores» y habló de una «forma autoritaria de agresión». La esperanza de muchos que estaban en la sala en ese momento —y que probablemente estaban pensando en hacer negocios con China—, de que la Casa Blanca volvería a ser más amigable con China bajo el liderazgo demócrata, pareció algo ingenua en ese momento.

El gobierno de un presidente demócrata posiblemente podría provocar un distanciamiento aún más decidido con China, a pesar de que Trump trate de desacreditar al candidato presidencial demócrata designando a Joe Biden como un blando respecto a China. «China quiere muchísimo a Sleepy Joe», escribió ácidamente el presidente en Twitter. Pero hay poca evidencia de esto. Biden fue uno de los primeros y escasos políticos internacionales en condenar públicamente los campos chinos de reeducación para cientos de miles de uigures (miembros de una etnia minoritaria islámica que vive desde hace siglos en el noroeste de China).

El ascenso de China como potencia económica mundial con características no democráticas se percibe cada vez más en los Estados Unidos como una amenaza para los intereses estadounidenses. Así, un amigo del enemigo se convierte rápidamente en enemigo. Si Alemania actualizara su infraestructura 5G con Huawei, esto sería una carga extrema para la alianza transatlántica. Significaría un punto de inflexión. Porque Estados Unidos ya no podría confiar en Alemania.

La alianza transatlántica quedaría obsoleta

La cooperación con el servicio de inteligencia de un país que permite que datos confidenciales caigan en manos del Partido Comunista chino se descarta en Washington, y no en forma discreta. Los funcionarios del gobierno estadounidense dejaron esto en claro también en ocasión de sus visitas a Berlín. Si Washington abandonara una estrecha cooperación de inteligencia con Europa, las consecuencias para la seguridad y la economía alemanas serían devastadoras.

Un desacoplamiento de Estados Unidos afectaría a Alemania con dureza, tanto económicamente como en términos de política de seguridad. Quedaría obsoleta la alianza transatlántica con el país que hizo posible la reconstrucción democrática de Alemania después de la segunda guerra mundial, el que a través del puente aéreo aseguró el suministro y por lo tanto la preservación de Berlín Occidental durante el bloqueo a la ciudad, y que finalmente hizo posible la reunificación alemana, tanto directa como indirectamente.

La cuestión de las alianzas ha sido postergada durante mucho tiempo en Europa. Ahora es momento de tomar una decisión. Esto no tiene que ver directamente con la crisis del coronavirus. Ciertamente, el tema no es de dónde viene el virus. A menos que se haya desarrollado y difundido activamente en laboratorios (lo que no se puede suponer), este punto es irrelevante.

La crisis solo agudiza la mirada hacia dependencias de larga data, incluso en las llamadas cadenas de suministro relevantes para el sistema, hacia las diferencias fundamentales en la comunicación y la gestión de crisis, finalmente hacia una visión completamente diferente del ser humano. Según estimaciones de los colaboradores del Instituto Robert Koch, China silenció el coronavirus durante semanas cruciales, luego lo minimizó y, por lo tanto, aceleró su propagación en todo el mundo.

Empresas en crisis a precio de ganga

La recesión mundial desencadenada por el COVID-19 está poniendo el foco particularmente en preguntas fatídicas. ¿Seguiremos permitiendo que el capitalismo de Estado de una potencia mundial totalitaria infiltre o incluso se apropie de industrias claves como la banca (Deutsche Bank), la industria automotriz (Daimler, Volvo), la robótica (Kuka) y los centros comerciales (Puerto del Pireo)?

Este es precisamente el punto decisivo por el que la cuestión de la alianza debe resolverse rápidamente y ahora. La crisis actual está debilitando enormemente la economía europea, y esto muy pronto podría plantear preguntas incómodas. ¿Ofreceremos a los chinos nuestras empresas a precio de ganga en la era poscoronavirus, debido a la depresión? ¿O finalmente vamos a poner límites?

Si no aplicamos ahora el principio de reciprocidad genuina, es decir, si China solo puede hacer acá lo que también se nos permite hacer en China, entonces nunca lo haremos. Porque Europa podría sufrir a largo plazo un destino similar al de África. Estaríamos transitando en forma silenciosa el sendero hasta convertirnos en colonia china. O, para decirlo en palabras de Henry Kissinger: «Si Estados Unidos y Europa no logran convertirse nuevamente en una comunidad de intereses, Estados Unidos se convertirá en una gran isla. Y la UE será un apéndice de Eurasia».

Hasta ahora, Europa ha evitado una definición clara y prefiere ser un bloque intermedio, el fiel de la balanza. Incluso percibe su oportunismo como autosuficiencia y coraje. Pero Europa no podrá ser la preferida de todos en este asunto. En cuestiones de orden global, no se puede bailar en todas las bodas.

A la economía europea le gusta hacer negocios con China y no quiere que la molesten en eso. La política está zigzagueando. Los italianos incluso están organizando la autosumisión voluntaria bajo el ridículo eufemismo de la ruta de la seda. En Europa se oyen cada vez más palabras de agradecimiento por la rapidez y eficiencia de la economía de mercado china, por el rigor de su gestión de crisis. La gente tiende a olvidar que los éxitos de China se basan en un sistema de vigilancia digital perfeccionado que traduce al siglo XXI las perversiones de la KGB y de la Stasi. Y quienes argumentan de esta manera también pasan por alto el hecho de que algunos de los éxitos de China solo existen en la propaganda de ese país.

En esta situación se presentan dos opciones de alianza para los europeos. Pueden, a pesar de Trump, profundizar la alianza transatlántica tradicional, con la inclusión explícita y estrecha de una Inglaterra posbrexit y otros aliados como Canadá, Australia, Suiza y la parte democrática de Asia. O pueden optar por vínculos económicos más estrechos con China, que son siempre también vínculos políticos. Entonces podrían despertar un día y encontrarse en una sociedad espeluznante, del lado de China y de Estados asociados como Rusia, Irán y otras autocracias. El mundo se está ordenando.

Los lazos económicos con China pueden parecer hoy inofensivos para muchos europeos, pero pronto podrían conducir a la dependencia política y, en última instancia, al final de una Europa libre y liberal.

La Unión Europea tiene la opción. Pero sobre todo Alemania, el motor económico europeo, debe finalmente comprometerse. ¿Hacemos un pacto con un régimen autoritario o fortalecemos una comunidad de sociedades libres, abiertas, con una economía de mercado y basadas en el Estado de derecho? Es llamativo que la política alemana, que tiende a moralizar, parezca olvidar sus valores cuando se trata de China. Se trata nada menos que de nuestro modelo de sociedad y de nuestra imagen de la humanidad.

Alemania y Europa deberían decidir, junto con los Estados Unidos, un desacople sistemático de China. Cómo debería exactamente diseñarse es una de las cuestiones políticas más apasionantes del futuro. Sería tarde, pero no demasiado tarde. Sería caro, pero no demasiado caro. Alemania, por ejemplo, tiene un volumen de comercio anual (importaciones y exportaciones) de alrededor de 200.000 millones de euros con China. Frente a un volumen total anual diez veces mayor (2,43 billones de euros), los efectos serían masivos, pero no insostenibles. La recesión del coronavirus ofrece de todos modos un nuevo punto de partida sorprendentemente bajo. Es una oportunidad única para corregir un camino equivocado.

La discusión sobre si Trump o si Xi Jinping es el líder más mediático no es muy útil para tomar una decisión. El presidente estadounidense nos lo pone difícil, no hay duda de esto, pero la alianza transatlántica, nuestra comunidad histórica de intereses y valores, debería ser más importante a largo plazo que la desesperación generalizada respecto del actual gobierno estadounidense. Este está poco interesado en Europa, pero tenemos que pensar en la era pos-Trump. A pesar de todas sus debilidades, Estados Unidos sigue siendo la mayor y más exitosa potencia del mundo libre.

También son engañosas las indicaciones de que, después de todo, Estados Unidos está violando los derechos de protección de datos, violando los principios del Estado de derecho, haciendo caso omiso de los derechos humanos y cometiendo muchos otros errores terribles. Hay una diferencia: China no tiene protección de datos para sus ciudadanos, ni un Estado de derecho. China no tiene oposición en el Parlamento, no tiene libertad de prensa, no tiene libertad de expresión. China no conoce los derechos humanos como nosotros los entendemos.

La democracia muere en la oscuridad

Si ambas partes cometen errores, la verdad no se encuentra automáticamente en el medio. Depende del marco en el que se cometan estos errores, si se pueden llamar errores o si se los puede reconocer como tales. Para autocorregirse, los Estados necesitan una Constitución adecuada. La democracia muere en la oscuridad y la dictadura prospera en ella. En Estados Unidos, la gente se ríe de su presidente. Esto está prohibido en China. Y este estilo autoritario hoy ya se extiende hasta Alemania. Cuando el Dalai Lama —estigmatizado como enemigo del Estado en China— fue citado en un anuncio del grupo Daimler (cuyo mayor accionista es un chino), el director ejecutivo Dieter Zetsche tuvo que disculparse dos veces con el gobierno de Beijing.

¿Esta es la Europa del futuro?

La continuación de la política europea —y sobre todo de la alemana— respecto a China resultará en un desacoplamiento progresivo de Estados Unidos y una infiltración y sumisión gradual hacia China. La dependencia económica será solo el primer paso. Seguirá la influencia política. Aquellos que dominan la inteligencia artificial dominarán primero económicamente y luego políticamente en el futuro. Actualmente, la carrera es solo entre Estados Unidos y China. China tiene la gran ventaja de no tener un sistema de regulación democrático correctivo. Está permitido todo lo que sirva para fortalecer al Estado unificado chino. Eso lo hace más inescrupuloso y, sobre todo, más rápido. La probabilidad de que Pekín supere a Silicon Valley en algún momento no es pequeña. En ese sentido, la excelencia de la investigación europea puede convertirse en un factor decisivo. ¿De qué lado queremos emplearla?

Al final, todo es muy sencillo: ¿qué futuro queremos para Europa? ¿Una alianza con una democracia imperfecta o una con una dictadura perfecta? La decisión debería ser fácil para nosotros. Se trata de algo más que dinero. Se trata de nuestra libertad, del artículo 1 de la Constitución alemana, el término más hermoso que jamás haya aparecido en un texto legal: la dignidad humana.

Publicado originalmente en el periódico alemán Welt. Traducción de Manfred Steffen.

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