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Dos lecciones para una elección

La mayoría con la que López Obrador llega al poder representará un reto mayor para la oposición y la sociedad civil, que deberán estar atentas al cumplimiento de promesas contradictorias y ser un dique ante cualquier intento de regresión autoritaria.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la presidencia de México es contundente e inobjetable: al momento de escribir estas líneas, se prevé que obtenga la votación más alta para ese cargo desde el inicio de la alternancia política (año 2000) y que su partido, Morena, obtenga una mayoría si no absoluta en el Congreso (Cámaras de Diputados y Senadores), sí suficiente para contar con un gobierno que tendrá amplios márgenes de acción.

En lo que respecta a las nueve gubernaturas en disputa, al menos cinco serán para esa fuerza política que, en alianza con la izquierda y la derecha extremas, se ha consolidado como la que logró captar la indignación de una ciudadanía hacia el gobierno de Enrique Peña Nieto, el desprecio a los partidos de mayor tradición (PAN, PRI, PRD) y la esperanza de una justicia social que abata las amplias brechas de desigualdad de un país donde, según cifras oficiales, casi la mitad de la población vive en algún grado de pobreza.

La primera de las lecciones claras que arroja el proceso del pasado domingo es, en ese sentido, el llamado a repensar el modo en que esos partidos se relacionan con la propia ciudadanía y con sus principales carencias, ya que si bien México presenta cifras saludables desde hace décadas en lo que se refiere a macroeconomía, esta estabilidad no ha redundado en beneficios directos para la población. La señalada distancia entre actores políticos y sociedad, además, se agrava con la corrupción que no distingue color partidista y que pareciera instalada en la médula del sistema político mexicano.

La campaña de López Obrador estuvo centrada en atacar ambos problemas: con su tercera campaña presidencial a cuestas, ha mantenido una cercanía constante con el electorado, tras recorrer prácticamente hasta los rincones más olvidados del país; ha sido capaz de construir un mensaje de esperanza cercano sin duda al mesianismo, pero efectivo al momento de captar electores, y también ha congregado a actores políticos y sociales de signos opuestos y hasta contradictorios.

Bajo el llamado a la honestidad, de igual modo, ha centrado y recalcado en sus primeros discursos como virtual presidente electo que el eje de su gobierno será el combate a la corrupción, aunque sin jamás dejar en claro el modo en que solucionará un problema de sumo complejo, ni tampoco la estrategia o el camino que seguirá en este como en otros asuntos urgentes de la vida pública; entre estos, la violencia y la inseguridad, el crimen organizado, la relación cada vez más compleja con Estados Unidos, las graves deficiencias en el acceso a la salud, entre otros. Para López Obrador todos estos pendientes podrán financiarse con los ahorros que se generen de detener, sí, la corrupción.

La segunda lección que queda de esta elección es el alto grado de incertidumbre que acompaña la llegada del nuevo mandatario al poder, tras una campaña en la que habló ante cada foro con las palabras que los oyentes querían escuchar, sumando promesas que llegan a extremos como la búsqueda de autonomía alimentaria para el país, la vuelta al principio de no intervención en política internacional, el aumento a apoyos sociales en efectivo que no queda claro de dónde se obtendrán, el compromiso de garantizar pleno empleo… Este incierto panorama deja en el aire cuáles serán las acciones y estrategias que se seguirán en el corto y mediano plazos.

Frente a la amplia legitimidad que acompaña los triunfos de Morena, queda una oposición diezmada y con un margen de maniobra reducido, en un nuevo acomodo del tablero de las fuerzas políticas que, ante la gran mayoría alcanzada por el ganador, deberán plantarse como un contrapeso frente a cualquier intento de retroceso en los avances de la vida institucional de México y ante el mínimo gesto autoritario que pueda aparecer en el futuro.

En esta labor será indispensable, además, el papel de la sociedad civil, de los medios de información, del empresariado, de una ciudadanía que ejerza su papel activo en la vigilancia y denuncia del nuevo gobierno: un momento, en suma, para que la democracia mexicana demuestre su madurez, defienda sus avances y corrija sus aún muchos pendientes, esos que López Obrador supo señalar y en los que basó su campaña, esos que no queda claro de qué manera enfrentará, esos que no se solucionarán ni con retórica ni con mesianismos ni con promesas de campaña.

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