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El camino hacia un juicio político que puede empoderar a Trump


A medida que avanza la investigación en la Cámara de Representantes de Estados Unidos (EUA) para determinar si hay evidencia o no para iniciar un juicio político al presidente Donald Trump —lo que se conocerá antes de Navidad— los periodistas más veteranos en Washington recuerdan la investigación legislativa a Bill Clinton, en 1998, rechazada por el Senado el año siguiente, o la renuncia de Richard Nixon, en 1974. Ambos mandatarios fueron objeto de diferentes exámenes de cara a un impeachment como Andrew Johnson, el decimoséptimo presidente —quien asumió tras el asesinato a Abraham Lincoln—, y que en 1868 salió ileso de acusaciones que lo incriminaron de «delitos mayores y faltas».

Pero, a quienes solo hemos tenido la oportunidad de estar en la capital de Estados Unidos durante el último proceso político histórico contra un presidente, no nos deja de evocar a una serial de intriga política.

Un hijo del anterior vicepresidente de Estados Unidos —y hoy precandidato presidencial del partido opositor— que tuvo negocios en un país aliado y un mandatario que le pide al gobierno de este que investigue la conducta familiar de su adversario político, previo a la ejecución de una millonaria ayuda militar, son parte de un complejo enredo político y nada menos que en la principal potencia del mundo.

Solo el camino hacia el juicio político contra Trump ya tiene todos los condimentos de un guion: acusaciones de corrupción, artilugios políticos con el propósito de bloquear documentación y obstaculizar la investigación, denuncias de tráfico de influencia y de conflictos de interés, campañas de desinformación y disputas entre líderes de diferentes posiciones de poder. Y todo ello en estado de hervor por el fuego electoral.

El hilo conductor no es otro que la permanencia o no en la Casa Blanca de un líder maniqueo y extremadamente controvertido por la forma en que ejerce el poder.

Aunque sobran ejemplos que muestran que la realidad puede superar a la ficción, la dinámica política en Estados Unidos bajo el influjo de Trump —un huracán en una habitación de vidrio— es probablemente hoy el cenit de cuando los hechos no dejan ni hendijas a la imaginación.

Ha sido un proceso tan vertiginoso y mordaz como el que se desenvuelve en la dinámica de las redes sociales.

La apertura de la investigación para reunir pruebas de que Trump pudo haber cometido delitos en el ejercicio del poder que pueden ser punibles de destitución comenzó el 24 de setiembre, luego de dos meses de un conjunto de indicios sospechosos de una conducta constitucionalmente improcedente para un jefe de la Casa Blanca.

El 25 de julio, Trump mantuvo una conversación telefónica con el novel presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, luego de demorar sin un fundamento convincente la entrega de una millonaria asistencia militar a Ucrania, previamente aprobada por el Congreso.

El diálogo entre los dos mandatarios dejó de ser una mera conversación protocolar cuando se supo que un funcionario de inteligencia de Washington, legalmente autorizado a escuchar la comunicación, presentó una denuncia interna, el 12 de agosto, de «urgente consideración» acusando a Trump de «usar el poder de su cargo para solicitar la interferencia de un país extranjero en las elecciones estadounidenses de 2020».

El 22 de setiembre, con rumores más veloces que los hechos, el propio Trump reconoció que habló con Zelenski sobre el exvicepresidente Joe Biden, su posible rival en las elecciones presidenciales de 2020, y del hijo del exgobernante Hunter, exmiembro del directorio de una compañía de gas ucraniana mientras su padre era el segundo al mando de Barack Obama, pero siempre negando la conducta de extorsión.

Apenas comenzado octubre, Trump no tuvo empacho en pedirle explícitamente a China e insistir a Ucrania sobre el inicio de una investigación sobre los Biden y acusó a sus opositores de «maníacos» que buscan «basura» con tal de aprobar el juicio político en su contra. Al mismo tiempo, legisladores demócratas difundieron mensajes de texto como una prueba de que la diplomacia estadounidense le había pedido al presidente ucraniano que investigara a los Biden a cambio de una reunión con Trump en la Casa Blanca.

La comisión investigadora recogió más datos en unas 15 audiencias que a juicio de los demócratas permitieron documentar un «caso sólido» contra Trump. Por ejemplo, además de otros informantes anónimos, hubo un testimonio explosivo de Bill Taylor, encargado de negocios de Estados Unidos en Ucrania, que aportó información novedosa acerca de la supuesta extorsión de Trump, nuevamente desmentido por la Casa Blanca.

El martes 10, el Comité Judicial de la Cámara de Representantes recomendó al pleno imputar al presidente de los cargos de abuso de poder y de obstrucción al Congreso, en donde los demócratas son mayoría (233 en 431).

La aprobación del juicio político no supone una condena, sino que el caso llegue al Senado, legalmente responsable de la sustitución o no de un presidente, en donde los republicanos son la fuerza política predominante (53 frente a 45 de demócratas y dos independientes que suelen votar con el bloque opositor).

Solo un milagro haría caer a Trump ante la exigencia de una mayoría de dos tercios del Senado. Eso significa que, junto con los senadores demócratas e independientes, deberían sumarse al menos 20 republicanos, algo absolutamente imposible, mucho más hoy que cuando Trump llegó a la Casa Blanca.

Tengan o no razón los demócratas, sea o no absuelto en el Senado, lo cierto es que Trump es un líder que parece recargar energía en el combate y que se siente cómodo en la pelea contra sus adversarios.

Un ambiente de confrontación y sin votos suficientes para tumbarlo en el Senado lo pueden favorecer en el año electoral de 2020, con una economía que sopla con el viento a favor.

Un hecho del pasado 27 de noviembre ilustra de un modo caricaturesco cómo Trump se ve a sí mismo y habla, en cierta manera, de su actitud en el poder: tuiteó un fotomontaje en el que aparece su cara con el cuerpo del personaje de la saga de Rocky Balboa, interpretado por Sylvester Stallone; tuvo 700.000 me gusta, 200.000 retuits y 155.000 comentarios hasta la noche del lunes 9.

Algunos creen que lo hizo para despejar dudas sobre su estado de salud; pero perfectamente podría ser una imagen muy sugerente de cómo Trump se mueve en la política: un luchador en una pelea en el escenario público que, aunque recibe muchos golpes como Rocky, al final siempre levanta los brazos en señal de victoria.

El 45° presidente de Estados Unidos se ve a sí mismo como un campeón, una actitud que explotará para continuar siendo el inquilino de la Casa Blanca por otro período de gobierno.

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