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El discurso del presidente

El discurso inaugural apeló a la mejor tradición de la retórica política de Estados Unidos.

«Empecemos a escucharnos unos a otros, a oírnos unos a otros, a vernos unos a otros, a respetarnos unos a otros. La política no tiene por qué ser un incendio voraz que destruye todo lo que encuentra en su camino. Cualquier disenso no tiene por qué ser causa de guerra total. Y debemos rechazar una cultura en la que se manipulan e incluso se fabrican los propios hechos».

En su discurso inaugural, el 46.º presidente de los Estados Unidos no expuso grandilocuentes visiones sobre política exterior, la pandemia o política social. No prometió que después de cuatro años de su mandato Estados Unidos será un mejor lugar para vivir. Ni siquiera anunció medidas políticas. Pero esta ausencia fue la gran fortaleza del discurso de Biden. Habló de lo más importante: la unidad.

La unidad como motivo central

Lo que hizo Biden en su discurso fue otra y otra vez recordar a sus compatriotas los valores de la república y de la democracia, que se construyen en unidad y a través de consensos básicos. Fueron muy escasas las frases en las cual no apeló a este motivo central. Lo hizo con imágenes, con palabras directas, con aliteraciones, con repeticiones, con recursos a la historia de los Estados Unidos, con citas y con referencias religiosas abundantes. Lo hizo implorando, pidiendo, suplicando. A veces, sonó más como un padre educando a sus hijos a no pelear que como un presidente. Definitivamente sonó más como un predicador, un sacerdote, que como un líder político. Y esto no solamente cuando puso todo su capital humano y político en la gran tarea de unir a su país:

«Toda mi alma está en unir a Estados Unidos, a nuestro pueblo, a nuestra nación. Y pido a todos y cada uno de los estadounidenses que se sumen a mí en esta causa. Que nos unamos para luchar contra los enemigos que nos esperan: la ira, el resentimiento, el odio, el extremismo, el desorden, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza».

El poder de la palabra

Joe Biden sabía perfectamente en qué ocasión hablaba. Sabía lo transcendental y definitorio que iba a ser este discurso para su presidencia. En Estados Unidos se dice que uno de los poderes principales de los presidentes es el poder de la palabra. Como es sabido que Joe Biden es obsesivo con cada detalle de sus discursos, se notó esta fuerte impronta personal en lo que dijo, dando a su discurso un semblante de autenticidad pocas veces visto en política. Sus palabras expresaron mucho sobre la persona de Joe Biden aunque prácticamente no habló de sí mismo. No habló de sus logros, ni de los muchos momentos amargos de su vida. Sin embargo, mencionó a su alma —lo más íntimo de un ser humano—, conectándola con esta gran tarea de reconciliar a Estados Unidos consigo mismo después de años de un estilo político caracterizado por división, insultos y frivolidad.

En este sentido, dio mensajes inequívocos, no solamente a las personas que se sumaron a los insultos de su antecesor, a quien no mencionó personalmente. También recordó a su propio partido que la tarea de unir no es exclusiva de un bando político.

«Tenemos que poner fin a esta guerra civil que enfrenta al rojo con el azul, a lo rural con lo urbano, a los conservadores con los liberales. Podemos hacerlo si abrimos nuestras almas en vez de endurecer nuestros corazones, si mostramos un poco de tolerancia y humildad, si estamos dispuestos a ponernos en el lugar de otra persona solo por un momento».

Liderar con el ejemplo

Biden mismo demostró esto durante su discurso. Por mucho que haya mencionado brevemente los problemas estructurales de Estados Unidos, como la injusticia racial, el desempleo, el terrorismo, la degradación del medio ambiente, no lo hizo culpando a sus oponentes políticos sino para invitar a toda la nación a unirse en esta lucha. En este sentido impresionó su mención a la pandemia. En vez de acusar a posibles causantes del virus, subrayó una vez más lo que une a todos los estadounidenses: el luto por sus seres queridos, por quienes pidió un minuto de silencio.

«Hemos sufrido mucho en este país. Y en mi primer acto como presidente, me gustaría pedirles que se unan a mí en un momento de oración silenciosa para recordar a todos aquellos que perdimos el año pasado por culpa de la pandemia. A esos 400.000 compatriotas, madres y padres, maridos y mujeres, hijos e hijas, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Les honraremos convirtiéndonos en el pueblo y en la nación que podemos y debemos ser. Recemos en silencio por aquellos que perdieron la vida, por aquellos que se quedaron atrás y por nuestro país. Amén».

Mas prédica que discurso

La recurrencia a la idea fundadora de Estados Unidos y a sus ideales para superar adversidades es un clásico motivo en los discursos de líderes políticos de este país. Desde que el primer gobernador de Massachusetts, John Winthorp, creó en 1630 su famosa imagen del país como ciudad resplandeciente en la colina, numerosos líderes políticos han utilizado esta metáfora para superar las adversidades del presente. La ciudad resplandeciente significa todo aquello que hace especial a los Estados Unidos: la democracia, la república, la igualdad de oportunidades para todos, el sueño americano. Desde los padres peregrinos hasta Joe Biden, esta promesa de los Estados Unidos es todo un clásico de la retórica política. No parece azaroso que John Winthorp haya creado esta frase célebre en una prédica, no en un discurso político. La promesa de la ciudad resplandeciente, en palabras de Joe Biden suena así:

«Compatriotas estadounidenses, cierro igual que comencé, con un juramento sagrado. Ante Dios y ante todos vosotros, os doy mi palabra. Siempre seré sincero con vosotros. Defenderé la Constitución, defenderé nuestra democracia. Defenderé a Estados Unidos y lo daré todo para serviros, pensando no en el poder, sino en las posibilidades, no en el interés personal sino en el bien público».

Una lección para todos

No es tarea de esta columna cuestionar si las políticas de los demócratas van a ser adecuadas para cumplir con esta promesa. Tampoco pretende analizar la situación política estadounidense. Lo que sí aspira es a mostrar algunas lecciones de este discurso, de esta prédica, para todos los amantes de la libertad y la democracia. Aunque Joe Biden no sea nuestro referente político preferido, recordemos con atención sus palabras la próxima vez que esté por ganarnos la ira y nos aprestemos a utilizar el Twitter para hacer que todo el mundo participe de nuestras molestias. Pensemos en la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene en mantener el nivel del debate político. Tratemos de no ser causantes de un incendio voraz que destruye todo lo que encuentra en su camino y en cambio pensemos en las causas comunes de nuestro pueblo y sumémonos a la lógica de la construcción de estos consensos. Sobre cuáles son, el predicador político Joe Biden tiene algunas pautas:

«Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos y que nos definen como estadounidenses? Creo que lo sé: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad».

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