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El mito de Occidente

Ante las dolorosas imágenes de los ataques terroristas, apelan algunos al escudo de los valores occidentales. Si nos dejamos llevar por esa conseja, mal nos defenderemos del odio y el terror.


Mordaza al humanismo | Imagen: Guillermo Tell Aveledo

Mordaza al humanismo | Imagen: Guillermo Tell Aveledo


Un amigo me escribió desolado tras los deplorables sucesos de Bruselas el pasado marzo. «Occidente ha claudicado —me dijo— porque está sumido en el relativismo y le falta voluntad de poder», ante lo que invocó a Nietzsche como paladín filosófico de la defensa del Occidente judeocristiano frente a la otredad oriental, la amenaza islámica.

No deseaba contestarle acerca de las opiniones del genio alemán sobre los guerreros mahometanos y su crítica al cristianismo, pero sí pudimos conversar sobre el pesado fardo de Occidente. Ese cargado vocablo esconde una aspiración defensiva: el mundo, y los siglos del triunfo del hombre europeo y su civilización. Una superioridad casi imbatible que, en el curso de pocos siglos cambió la faz de la tierra, abatida por la mala conciencia poscolonial y el avance amenazante de los países en desarrollo.

Sin embargo, me niego a honrar la validez de esta noción. Lo que como escolares identificamos como Occidente no es sino la amalgama de modos de vida, creencias sobre el ser humano y su relación con el entorno tan disímiles y tan variadas como serían las de un pretendido Oriente que cubrimos con el manto del exotismo y la incomprensión. De los presocráticos a los posmodernos, del positivismo hasta los más etéreos idealismos, de las religiones al ateísmo, desde el arte figurativo clásico hasta las abstracciones geométricas, no son exclusivos de Occidente, sino que tienen un reflejo en posiciones estéticas, religiosas, literarias e intelectuales del mundo no europeo. Toda una miríada de pasiones, intereses y pareceres, muchas veces contradictorios, han forjado nuestra compleja y común humanidad.

¿Cómo no encontrar una común humanidad entre los luchadores por la democracia en Hong Kong o en Birmania? ¿Cómo rechazar por orientales el clamor por los derechos de la mujer en Indonesia, Pakistán o Arabia Saudita? ¿Cómo no ofrecer una mano a los activistas por los trabajadores en Nigeria y Bangladesh?

No se trata entonces de defender a Occidente, sino a aquellos valores de pluralismo, integración y tolerancia que hoy creemos consolidados en nuestros países pero que pertenecen al humanismo universal y son demandas de numerosos colectivos en todo el mundo. Occidente, como grito de batalla, esconde la defensa de alguna parcialidad aferrada a viejas ventajas culturales, raciales o económicas, la excusa para restringir libertades democráticas y la añoranza a un pasado idealizado.

Defendamos, ante esa usurpación de los valores humanistas, la amplitud de miras del proyecto democrático y social moderno, que podrá tener su cuna en Europa, pero que es patrimonio universal. Rechacemos el simplismo de la consigna fácil y admitamos la fabulosa variedad de la vida y la dignidad de las víctimas de Bruselas, Lahore, Bagdad como regiones atacadas por la intolerancia y el extremismo. La comprensión de estas realidades es la vía preferente de defensa de nuestro mayor tesoro político y social: el Estado democrático y de derecho.

Guillermo Aveledo | @GTAveledo

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