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El mundo poscoronavirus


A menudo se me pregunta cuándo terminará el coronavirus y cuándo volverá todo a la normalidad. Mi respuesta es: nunca. Hay momentos históricos en los que el futuro cambia de dirección. Los llamamos bifurcaciones. O crisis profundas. Esos tiempos transcurren ahora mismo.

El mundo como lo conocimos se está disolviendo. Pero detrás de él surge un nuevo mundo, cuya formación podemos al menos imaginar. Para esto les ofrezco un ejercicio, con el que hemos tenido buenos resultados en procesos de visión en empresas. Lo llamamos RETRO-gnosis. Contrariamente a la PRO-gnosis, con esta técnica no miramos hacia el futuro, sino que observamos el hoy desde el futuro. ¿Suena loco? Intentémoslo.

La retrognosis: nuestro mundo en el otoño boreal de 2020

Imaginemos la situación en el otoño, digamos que en setiembre de 2020. Estamos sentados en un café de alguna ciudad importante. El tiempo es cálido y por las calles ya transitan nuevamente personas. ¿Se mueven de otra forma? ¿Todo es como antes? ¿El vino, el cóctel, el café conservan el gusto de antes? ¿El gusto de antes del coronavirus?

¿O incluso saben mejor?

Mirando hacia atrás, ¿de qué nos asombraremos?

Nos asombraremos de que la distancia social a la que tuvimos que someternos, rara vez provocó un sentimiento de aislamiento. Todo lo contrario. Después de un shock paralizante inicial, muchos de nosotros nos sentimos aliviados con la súbita detención de ese constante correr, hablar, comunicar a través de múltiples canales. Las renuncias no implican necesariamente una pérdida, sino que pueden incluso abrir ventanas de oportunidad. Más de uno ya lo experimentó después de un ayuno temporal cuando descubrió que, de pronto, la comida otra vez era sabrosa. Paradójicamente la distancia física que el virus nos impuso también provocó una nueva cercanía. Conocimos personas que de otra forma jamás habríamos conocido. Volvimos a tener contacto frecuente con viejos amigos, fortalecimos lazos que se habían debilitado. Las familias, los vecinos, los amigos se han vuelto más cercanos, e incluso pudieron resolver conflictos ocultos.

La cortesía social, que extrañábamos cada vez más, aumentó.

Ahora, en el otoño boreal de 2020, reina un estado de ánimo totalmente diferente en los partidos de fútbol en la pasada primavera, cuando había mucha rabia y violencia masiva. Nos preguntamos por qué es eso.

Nos sorprenderá la rapidez con que las técnicas culturales digitales han probado su utilidad. La teleconferencia y la videoconferencia, a las que la mayoría de los colegas siempre se habían resistido (los vuelos en clase ejecutiva eran mejores), resultaron ser bastante prácticas y productivas. Los maestros aprendieron mucho sobre la enseñanza en internet. El trabajo en casa se convirtió en algo natural para muchos, incluyendo la improvisación y el malabarismo de tiempo que conlleva.

Simultáneamente, técnicas culturales aparentemente obsoletas experimentaron un renacimiento. De repente, no solo nos respondía el contestador automático, sino personas reales. El virus generó una nueva cultura de largas llamadas telefónicas sin una segunda pantalla simultánea. Los mensajes en sí mismos adquirieron de pronto un significado nuevo. Nos comunicábamos otra vez en forma real. Se abandonó la costumbre de dejar colgada o sin atender a una persona. Surgió una nueva cultura de accesibilidad. Del compromiso.

La gente que nunca descansaba debido a la prisa, incluyendo a los jóvenes, de repente salía a dar largos paseos (una actividad antes desconocida para ellos). La lectura de libros se convirtió de repente en un culto.

Los reality shows de repente parecían vergonzantes, igual que toda la basura trivial, y parecían ridículos los infinitos programas presuntamente espirituales que fluían a través de todos los canales. No, no desaparecieron totalmente, pero perdieron rápidamente su valor. ¿Alguien recuerda todavía la disputa sobre la corrección política? ¿O las infinitas guerras culturales sobre… efectivamente, sobre qué cosa?

Las crisis funcionan principalmente disolviendo viejos fenómenos, haciéndolos superfluos…

El cinismo, esa forma liviana de distanciarse del mundo, súbitamente dejó de ser aceptable.

La exageración y la cultura del miedo y la histeria en los medios de comunicación se limitó después del primer brote.

Además, la infinita avalancha de crueles series criminales televisivas alcanzó su punto de inflexión.

Nos sorprenderá que ya en el verano se hayan encontrado medicamentos que aumentaron la tasa de supervivencia. Esto redujo la tasa de mortalidad y convirtió al coronavirus en un virus con el que hay que convivir, al igual que la gripe y muchas otras enfermedades. El progreso médico ayudó. Pero también aprendimos que el factor decisivo no fue tanto la tecnología, sino el cambio del comportamiento social. El factor decisivo fue que la gente se comportara en forma solidaria y constructiva a pesar de las restricciones radicales. La inteligencia humana y social ayudó. Por el contrario, la tan alabada inteligencia artificial, que prometía resolverlo todo, solo tuvo un efecto limitado en el tema coronavirus.

Esto ha cambiado la relación entre la tecnología y la cultura. Antes de la crisis, la tecnología parecía ser la panacea, la portadora de todas las utopías. Nadie, o solo unas pocas personas rígidas, todavía creen hoy en la gran redención digital. La ola de la tecnología pasó. Nuevamente estamos orientando nuestra atención hacia las cuestiones humanas: ¿Qué es el ser humano? ¿Qué somos el uno para el otro?

Nos maravilla ver cuánto humor y empatía surgieron en los días del virus.

Nos sorprenderá ver hasta qué punto la economía se contrajo sin que sobreviniera el colapso que alguien invocaba siempre frente a cada pequeño aumento de impuestos y cada intervención gubernamental. Aunque hubo un abril negro, una profunda recesión económica y una caída del cincuenta por ciento en el mercado de valores, aunque muchas empresas quebraron, redujeron sus actividades o cambiaron a un rubro completamente diferente, nunca se llegó al punto cero. Como si la economía fuera un ser que respira y que también puede dormitar o dormir e incluso soñar.

Hoy, en el otoño boreal, otra vez existe una economía mundial. Pero ha sobrevivido la producción just in time, con gigantescas cadenas de valor ramificadas en las que millones de piezas individuales se transportan por todo el planeta. En este momento es desmontada y reconfigurada. Por todos lados, en las instalaciones de producción y servicios surgen nuevamente almacenes, depósitos y reservas. Las producciones locales experimentan un auge, se instalan redes y las artesanías experimentan un renacimiento. El sistema global se mueve en dirección a la glocalización: la localización de lo global.

Nos asombrará que las pérdidas patrimoniales por la caída del mercado de valores no sean tan dolorosas como parecía al comienzo. En el nuevo mundo, la riqueza de pronto ya no juega el rol determinante. Más importantes son los buenos vecinos y un huerto en flor.

¿Puede ser que el virus haya cambiado nuestras vidas en una dirección hacia la que de todas formas iba a cambiar?

Retrognosis: lidiar con el presente a través de un salto hacia el futuro

¿Por qué este tipo de escenario del futuro resulta tan irritantemente diferente de un pronóstico clásico? Esto se relaciona con nuestra percepción del futuro. Cuando miramos hacia el futuro, generalmente solo vemos los peligros y problemas que se acercan y que erigen barreras insuperables. Como una locomotora que sale del túnel y nos atropella. Esta barrera del miedo nos separa del futuro. Por esto, los futuros de horror son siempre los más fáciles de representar.

Por otro lado, los retrognósticos forman un ciclo de conocimiento, en el que nos incluimos a nosotros mismos y a nuestros cambios internos, en la previsión del futuro. Nos conectamos internamente con el futuro, y esto crea un puente entre el hoy y el mañana. Se crea una mente futura, una conciencia del futuro.

Si esto se realiza en forma correcta, surge algo así como una inteligencia del futuro. Estamos en condiciones de anticipar no solamente eventos externos, sino también procesos de adaptación, con los cuales reaccionamos al mundo cambiante.

Esto se siente muy diferente a un pronóstico que, en su carácter apodíctico, siempre tiene algo muerto, estéril. Abandonamos la rigidez del miedo y recuperamos la vitalidad que pertenece a cada futuro verdadero.

Todos conocemos la sensación de superación del miedo. Cuando vamos al dentista para recibir tratamiento, nos preocupamos con mucha anticipación. En el sillón del dentista perdemos el control y nos duele antes de que duela realmente. Al anticipar este sentimiento, aumentamos nuestros miedos y estos pueden abrumarnos por completo. Sin embargo, una vez que hemos sobrevivido al procedimiento, tenemos la sensación de que el mundo parece joven y fresco nuevamente, y de repente sentimos estamos llenos de alegría.

Hacer frente significa superar. Desde el punto de vista neurobiológico, la adrenalina segregada por el miedo es reemplazada por la dopamina, una especie de droga endógena para el futuro. Mientras que la adrenalina nos induce a la huida o a la pelea (lo que no es productivo ni en la silla del dentista ni en la lucha contra el coronavirus), la dopamina abre nuestras sinapsis cerebrales: nos entusiasmamos con lo que está por venir, en forma curiosa, anticipatoria. Cuando tenemos un nivel saludable de dopamina hacemos planes, tenemos visiones que nos llevan a la acción prospectiva.

Sorprendentemente muchos experimentan exactamente esto con la crisis del coronavirus. Una pérdida masiva de control se convierte de repente en una verdadera intoxicación de lo positivo. Después de un período de desconcierto y miedo, surge una fuerza interior. El mundo «se acaba», pero con la experiencia de que todavía estamos aquí, surge una especie de nuevo ser desde nuestro interior.

En medio del cierre de la civilización, recorremos bosques o parques, o espacios casi vacíos. Pero esto no es un apocalipsis, sino un nuevo comienzo.

De esta forma se comprueba: la transformación comienza con un cambio de patrón de las expectativas, percepciones y conexiones con el mundo. Y a veces es precisamente la ruptura con las rutinas, con lo acostumbrado, lo que libera nuestro sentido del futuro nuevamente. La imaginación y la certeza de que todo podría ser completamente diferente, incluso para mejor.

Tal vez incluso nos sorprendamos de que Trump no sea reelegido en noviembre. La AfD (partido de derecha populista en Alemania) está mostrando serios signos de deshilachamiento, porque una política maliciosa y que provoca división no encaja en un mundo afectado por el coronavirus. La crisis del coronavirus dejó claro que aquellos que quieren poner a la gente en contra de los demás no tienen nada que aportar a los desafíos reales del futuro. Cuando las cosas se ponen serias, el poder destructivo que reside en el populismo se hace evidente.

Durante esta crisis, la política en su sentido primigenio de conformar responsabilidades sociales ganó una nueva credibilidad, una nueva legitimidad. Precisamente porque debía actuar «en forma autoritaria», la política creó confianza en la sociedad. También la ciencia experimentó un asombroso renacimiento en la crisis. Los virólogos y los epidemiólogos se convirtieron en estrellas de los medios de comunicación. Pero también los filósofos, sociólogos, psicólogos y antropólogos futuristas, que anteriormente habían estado más bien en la periferia de los debates polarizados, recuperaron voz y peso.

Las noticias falsas, por otro lado, perdieron rápidamente valor en el mercado. Las teorías conspirativas también se volvieron repentinamente ridículas.

Un virus como acelerador de la evolución

Las crisis profundas también apuntan a otro principio básico del cambio; la síntesis tendencia-contratendencia.

El nuevo mundo después del coronavirus —o mejor, con coronavirus— surge de la disrupción de la megatendencia de la conectividad. Desde la perspectiva político económica este fenómeno también se llama globalización. La interrupción de la conectividad —a través de cierres de fronteras, separaciones, exclusiones, cuarentenas— no conduce a la abolición de las conexiones. Pero permite la reorganización de los conectores que mantienen nuestro mundo unido y lo llevan al futuro. Se produce un salto de fase en los sistemas socioeconómicos.

El mundo que vendrá apreciará otra vez la distancia, y esto hará más cualitativa la conectividad. La autonomía y la dependencia, la apertura y el cierre, se reequilibran. Esto puede hacer que el mundo sea más complejo, pero también más estable. Esta transformación es en gran medida un proceso evolutivo ciego, porque se produce una falla y prevalece lo nuevo, lo viable. Esto puede producir confusión al principio, pero luego muestra su significado interior: lo que logra conectar las paradojas en un nuevo nivel es sostenible.

Este proceso de complejización, que no debe confundirse con complicación, también puede ser diseñado conscientemente por la gente. Aquellos que sean capaces de hablar el lenguaje de la complejidad venidera, serán los líderes del mañana. Los portadores de esperanza. Las Greta Thunberg del futuro.

«A través del coronavirus adaptaremos toda nuestra actitud hacia la vida, en el sentido de nuestra existencia como seres vivos en medio de otras formas de vida». (Slavo Zizek, en el punto álgido de la crisis del coronavirus, a mediados de marzo)

Cada crisis profunda deja una historia, una narración que apunta al futuro lejano. Una de las imágenes más fuertes dejadas por el coronavirus es la de los italianos haciendo música en sus balcones. La segunda imagen nos fue enviada por satélites que mostraron las áreas industriales de China e Italia de repente libres de smog. En 2020, las emisiones humanas de CO2 disminuirán por primera vez. Ese mero hecho tendrá consecuencias.

Si el virus puede hacer eso, ¿podremos hacerlo nosotros? Tal vez el virus era solo un mensajero del futuro. El mensaje drástico es: la civilización humana se ha vuelto demasiado densa, demasiado rápida y se ha recalentado. Está corriendo demasiado rápidamente en una dirección en la que no hay futuro.

Pero puede reinventarse a sí misma.

Reinicio del sistema.

¡Cálmate!

¡Música en los balcones!

Así funciona el futuro.

Publicado con autorización del autor. Véase el artículo original en  https://www.horx.com/kolumne/, https://www.diezukunftnachcorona.com y www.zukunftsinstitut.de.

Traducción: Manfred Steffen

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