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El pequeño gran ejemplo de democracia


Cuando hablamos de democracia, las referencias más utilizadas son Estados Unidos y Europa, lugares donde se considera que el sistema está bien consolidado y con una amplia participación popular e instituciones sólidas. De esta manera, terminamos olvidando y oscureciendo experiencias importantes e igualmente interesantes.

Según la revista inglesa The Economist, en su índice de democracia que publica cada dos años, solo Costa Rica y Uruguay tendrían un sistema de democracia plena en América Latina. Y a pesar del sentido común recurrente de que la democracia de Estados Unidos es ejemplar, Uruguay se ha adelantado a ellos y otros países que también se consideran más desarrollados, como Portugal y España.

Para comprender en mayor profundidad una de las escenas fundamentales del contexto electoral uruguayo, integré el programa de observación de la Fundación Konrad Adenauer para seguir las elecciones internas de sus partidos. Acostumbrado al sistema electoral brasileño, construido para servir a un país continental de más de 140 millones de votantes, observar un sistema creado para más de 2,5 millones de votantes que aún cuenta con el voto manual fue una experiencia única. Totalmente diferente de lo que estoy acostumbrado a ver.

El sistema electoral uruguayo es, de lejos, uno de los más complejos, confiables e institucionalizados que he conocido. Basado en las leyes de la década de 1920, es algo a lo que la sociedad ya está acostumbrada y familiarizada con su dinámica. Por ello, ese formato bien conocido por la sociedad civil ayuda a crear confianza entre todos los sectores involucrados en el proceso electoral. Otro punto importante es la amplia participación de los uruguayos en el activismo partidista: en las calles de Montevideo dicen que más del 70% de la población se identifica con uno de los tres partidos principales (Partido Nacional, Partido Colorado y Frente Amplio, que en realidad es la unión de partidos de izquierda desde hace más de 50 años). Algo impensable para otros países latinos, incluido Brasil.

Buscando una explicación del fuerte apego de los uruguayos a la organización política de su país, en un contexto de creciente apatía (Dean, 1959), es posible observar en la construcción de la identidad uruguaya su conexión muy interrelacionada con las luchas para fundar un país que fue constantemente invadido por sus vecinos. En este contexto surgieron los llamados partidos fundacionales [1], que nacieron casi junto con la República. Como una posible consecuencia del formato político basado en batallas constantes para la expansión de los derechos políticos, ahora tenemos la confianza popular y la participación masiva de la sociedad civil en la política uruguaya. Es común escuchar frases como «mi casa es colorada» o «en mi familia nunca hubo alguien que no fuera blanco» [2], mostrando una fuerte identificación secular, generacional y de partido.

En Brasil, que tiene un sistema de lista abierta, la personalidad de los candidatos termina generando más participación que los partidos. Además, para fines de comparación, a menudo no hay memoria electoral sobre los candidatos votados en las últimas elecciones de mi país, donde el bajo compromiso con la política cotidiana también se expresa en la falta de conocimiento acerca de la organización interna del Congreso Nacional, no se sabe cuáles son las principales bancadas, comisiones, entre otros, todo lo cual puede tener como causa la desvinculación de la representación política en relación con la participación social.

En su discurso después de ser elegido el candidato único del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou dijo que les debía mucho a los militantes y que la política es la única forma de construir una sociedad mejor. Hoy en día, en mi país tenemos un presidente que no reconoce el valor de la política, rechaza al Parlamento y es raro que la clase política agradezca la militancia de sus partidos por hacer campaña, cuando hay militancia.

El ejemplo uruguayo muestra que la educación política puede ayudar al desarrollo de una nación. En tales circunstancias, la sociedad vota concienzudamente, recopila los resultados de sus representantes y participa en la toma de decisiones, incluida la responsabilidad de este trabajo. Existe, entonces, una accountability real, que consiste en un sistema ponderado de controles y balances, comprobado a los ojos que observan, que evitan males mayores, como la corrupción.

Un sistema electoral de casi un siglo, en el que todavía se coloca una lista dentro de un sobre, que a su vez va a la urna, contada manualmente por cientos de miles de personas, es vista por muchos como arcaica y susceptible de fraude. Pero la verdad es que la larga tradición de partidismo y respeto por el sistema político nunca permitió que se produjeran manipulaciones (o si ocurrieran que no fueran voluminosas) y dio vida a los partidos, incluso durante la dictadura militar, que no los extinguió, para ejemplo de lo que pasó en Brasil, que en la década de 1960 se cerraron todos los partidos y se impuso un sistema bipartidista artificial que sirvió para sostener una imagen de democracia, una de ellas representando al Gobierno (ARENA) y a una oposición bastante débil (MDB).

Vivir la experiencia uruguaya demostró que la vitalidad de la participación interna de los partidos es importante, no solo para las propias instituciones, sino principalmente para la construcción de la democracia política en un país. Aunque la participación no fue obligatoria, más de un millón de uruguayos acudieron a las urnas. [3] Este hecho muestra que la política del país es muy sólida y un camino viable para el desarrollo nacional. Los discursos fáciles que predicaban algunos antipolíticos fueron rechazados por los votantes, predicando un ejemplo a Brasil, Estados Unidos e Italia, que han adoptado prácticas que se llaman populistas en sus respectivos escenarios políticos.

Así, en un contexto de crecientes discursos antiinstitucionales, la movilización popular y la participación de la sociedad civil en la política parecen ser formas de resistencia para el mantenimiento de la estabilidad en el orden político. Al rechazar las candidaturas extremas y garantizar la realización de la democracia como un juego de incertidumbre, sin interferencias externas (Przeworski, 1985), la población uruguaya muestra que la política persiste como un lugar verdadero y legítimo para la disputa del proyecto. Para nosotros, brasileños y el resto del continente, un ejemplo a seguir de cómo pocos pueden hacer mucho.

Bibliografía

Dean, Dwight G. (1959). Alienation and political apathy. Soc. F., vol. 38, p. 185.

Przeworski, A. (1985). Ama a incerteza e serás democrático. Novos Estudos CEBRAP, n.º 9, pp. 36-46.

Notas

[1] El Partido Nacional y el Partido Colorado son dos de los partidos políticos más antiguos del mundo, con más de 180 años de historia, ambos fundados en 1836. Uruguay se declaró independiente 11 años antes y tenía su primera Constitución escrita en 1830.

[2] Se dice blanco al militante del Partido Nacional.

[3] Según los datos de la Corte Electoral, 1.076.660 votantes acudieron a las urnas, 448.132 votaron en las listas del Partido Nacional, 255.072 votaron en el Frente Amplio y 181.384 optaron por el Partido Colorado, totalizando 884.588 votantes de las tres principales asociaciones políticas uruguayas. Los demás eligieron partidos pequeños o anularon sus votos.

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