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El retorno del populismo. Juventud repolitizada y ciudadanía radicalizada*

* Artículo premiado con mención en el concurso de artículos breves «El populismo en América Latina» organizado por Diálogo Político en 2017.

Máscaras de madera en Antigua, Guatemala

Máscaras de madera en Antigua, Guatemala


«No les vengo a pedir que me sigan, les vengo a pedir que me ayuden a dar vuelta la taba, a reconstruir la patria, a levantar la bandera, a reconstruir la identidad de la justicia, a luchar contra la exclusión y la indigencia, a vencer la pobreza y el desempleo, a recuperar la dignidad». Néstor Kirchner (1950-2010), expresidente de la República Argentina (2003-2007)

Los jóvenes conforman ese multitudinario colectivo que representa un retorno a la política, no solo de la sociedad sino de ellos mismos como fuerza movilizadora y transformadora de la realidad.

En las últimas décadas del siglo XX y principios del siglo XXI se ha producido en América Latina un proceso histórico denominado como retorno de los populismos (Aboy Carles, 2010; Vilas, 2006, 2007), luego de la crisis de la hegemonía neoliberal. En esta nueva oleada democratizadora en los inicios del siglo XXI, que Cheresky (2011) entiende como metamorfosis de la democracia, el común denominador, el sujeto por excelencia, son los jóvenes, que protagonizan las principales movilizaciones, impulsando organizaciones y formas de agrupamiento, dinamizando el conflicto social y expresando muchos de los elementos que conforman las agendas públicas de las naciones contemporáneas (Vommaro, 2012).

Al concebir a los gobiernos posliberales (Arditi, 2009) de Latinoamérica como populistas, tal como lo postula Ernesto Laclau (2005), se plantea una hipótesis macro. Por un lado, estos expresan un nuevo modelo de Estado y de entender la política; y por el otro, al mismo tiempo representan un fortalecimiento de la democracia y de la ciudadanía, puesto que un elemento pilar de estos gobiernos es el impulso a la participación política de la sociedad, incorporando y ampliando la movilización y participación de ciertos sectores de la sociedad, como la juventud, que les sirven de base social de apoyo. En tal sentido, el estudio de caso de este artículo se centra en la Argentina kirchnerista del periodo 2003-2015, y se observa a la juventud como sujeto primordial.

En relación con lo expuesto en la hipótesis, es concebir a la juventud como un sujeto colectivo, que es constituido como tal a raíz de una lógica populista identitaria por el gobierno kirchnerista pero que, a la vez, se constituye paralelamente como una fuerza política en su juventud para sí [1] como sujeto/movimiento.

En el binomio constituido/constituyente, aquí tiene primacía el primero, es decir, el modo en que los jóvenes son constituidos como sujetos por el conjunto de instituciones, discursos, prácticas y formas de organización de la cultura y el Estado dominantes, pero sin desatender que los jóvenes (la juventud) se constituyen de manera paralela, alternativa y, a veces, por fuera de ese conjunto de prácticas e instituciones, aunque en interacción y, muchas veces, como contestación. En este sentido, se adhiere aquí a una concepción de los jóvenes como productores de pluralidad política (Vommaro, 2012).

Se piensa a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos posliberales, y en este caso al gobierno kirchnerista, con una lógica populista, en tanto y en cuanto lograron constituirse en la arena política como una lógica política disruptiva. Estas nuevas formas posliberales como las entiende Arditi (2009) se caracterizan por el movimientismo de las democracias, en tanto y en cuanto necesitan de un diálogo entre los líderes y el pueblo para sustentar sus políticas sociales. Como expresa Retamozo (2013), por lógica de movimiento social entendemos la elaboración de una demanda particular que es presentada en el espacio público mediante acciones colectivas disruptivas con el soporte (y el resultado) de una construcción identitaria.

Se entiende que el populismo es un modo de construir lo político (Laclau, 2005), es decir, atado a una lógica diferente de la que la teoría política moderna aborda tales cuestiones. En La razón populista, Laclau expresa que se trata de lógicas de articulación de demandas que pueden ser de diversa naturaleza, multiplicadas al no encontrar expresión por los canales políticos tradicionales ni ser atendidas (resueltas) mediante las instituciones democráticas.

La disruptividad del kirchnerismo desde esta óptica es el uso de recursos retorico-discursivos, recursos tecnológicos y publicitarios, movilizaciones, actos políticos partidarios, actos públicos, entre otros, para promover una resignificación de las identidades políticas, en especial las juveniles, constituyéndolos como sujetos de acción participativa y transformadora de la realidad, esto es, en militantes políticos. Hay que matizar este punto, ya que se lograron conformar identidades políticas militantes —es decir, partidarias—, identidades políticas no militantes, e identidades apolíticas.

Un ejemplo del uso de recursos para la apelación a la juventud como fuerza política es el acto partidario del Frente Para la Victoria (partido gobernante del kirchnerismo) en el Luna Park el 14 de septiembre del 2010, dedicado a la comunicación con la juventud, por la juventud militante y para toda la juventud. En este acto, Cristina Fernández de Kirchner se dirigió a la juventud caracterizándola como la nueva esperanza. Incluso el mismo Néstor Kirchner, en otro discurso, allá por el año 2008, dirigiéndose a ellos, expresó: «A los jóvenes les digo: sean transgresores, opinen; la juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo», haciéndoles saber, pero a la vez constituyéndolos, que debían transformarse en un multitudinario colectivo, que renovara la dirigencia política, la ciudadanía y la democracia.

Mario Margulis (2001) entiende que juventud alude a la identidad social de los sujetos involucrados. Identifica y, ya que toda identidad es relacional, refiere a sistemas de relaciones. En este caso, a las identidades de cierta clase de sujetos en el interior de sistemas de relaciones articuladas (aunque no exentas de antagonismos) en diferentes marcos institucionales. El concepto juventud forma parte del sistema de significaciones con que, en cada marco institucional, se definen identidades. Y en el marco donde se definen las identidades, el político es uno de ellos.

Se puede afirmar entonces que toda identidad política se constituye sobre la base de un antagonismo. Tal como sostiene Mouffe (2007), «la condición de existencia de toda identidad es la afirmación de una diferencia». En este sentido, la presencia de un otro que amenaza la propia identidad es lo que permite diferenciar y, por lo tanto, adquirir una identidad colectiva. En la misma línea, Aboy Carles (2001, p. 54) define la identidad política como el conjunto de prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen, a través de un mismo proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables capaces de definir orientaciones gregarias de la acción en relación con la definición de asuntos y espacios públicos. Se puede deducir que la conformación de lo público, y a tal punto, la toma, la apropiación o incluso parecer un intruso [2] en lo público (en el cual los jóvenes son uno de los actores principales), es el lugar de los debates y valores contradictorios, constituyéndose en nombre de la igualdad de los puntos de vista como condición normativa (no ideológica).

En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe (1987) definen el discurso como la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria que establece una relación tal entre elementos que la identidad de estos resulta modificada como resultado de esta práctica. Por ello se entiende aquí al discurso como configurador de las identidades —en este caso, las juveniles— en la apelación a las pasiones, a los ideales, las utopías. En consecuencia, podría observarse en los jóvenes una encarnación, mediante una resignificación de los discursos en sus modos de vida y de entender la praxis política. En tal sentido, el proceso de conformación de las identidades políticas por el Gobierno es un elemento central para entender el acercamiento/identificación entre el líder populista y los jóvenes, y entre el Estado y la ciudadanía.

La relación conflictiva entre el Estado y la ciudadanía como consecuencia de la hegemonía neoliberal en los noventa, y una presunta armonía entre estos elementos en los gobiernos posliberales, induce a ciertos autores a plantear a la ciudadanía «como un espacio de individuos dotados de derechos o que los reclaman, y que constituyen vínculos asociativos e identitarios cambiantes. La expansión de la misma, en esta ola democrática, tiene como correlación un cuestionamiento de los lazos de representación en los diferentes órdenes de la organización social, dándose una emancipación del mundo político» (Cheresky, 2011).

En definitiva, el proceso por el cual la juventud adquiere conciencia, es decir, fuerza política en el plano societal, está condicionado por la acción de líderes populistas que constituyen el módulo esencial por el cual la cadena equivalencial de demandas logra posicionarse en el ámbito político estatal (institucionalizarse) haciéndose visible. Y los jóvenes serán quienes lleven la voz, mediante la fuerza, la resistencia de la movilización, que pondrá en jaque al orden institucional si todas las políticas públicas enmarcadas en la globalidad equivalencial no son llevadas a cabo o cumplidas por el líder que les generó el espacio político para participar, funcionando como contrapeso plebiscitario de la república.

En esta nueva ola democratizadora la movilización (participación) política de los jóvenes es uno de los pilares con que cuentan los gobiernos populistas de principios de siglo XXI, dejando la pregunta de si una vez culminada esta ola la juventud volverá a ser desatendida y reprimida, o será la nueva resistencia ante el posible y amenazante retorno de las derechas en la región.

Bibliografía

Aboy Carlés, Gerardo (2010). «Populismo, regeneracionismo y democracia», Postdata, 15(1).

Aboy Carlés, Gerardo (2001). «Repensando el populismo», ponencia presentada al XXIII Congreso Internacional de LASA.

Arditi, Benjamín (2009). «El giro a la izquierda en América Latina ¿una política post-liberal?», Ciencias Sociais Unisinos, vol. 45, Universidade do Rio do Sinos.

Cheresky Isidoro (2011). «Ciudadanía y democracia continua». En: Isidoro Cheresky (comp.), Fernando Mayorga, Silvia Gómez Tagle. Ciudadanía y legitimidad democrática en América Latina. Buenos Aires: Prometeo Libros, pp. 143-144.

Laclau, Ernesto, y Chantal, Mouffe (2015). Hegemonía y estrategia socialista: Hacia una radicalización de la democracia, [1985], 3ª ed. 2ª reimp. Buenos Aires: FCE.

Laclau, Ernesto (2015). La razón populista, [2005], 1ª ed. 9ª reimp. Buenos Aires: FCE.

Margulis, Mario. (2001). «Juventud: una aproximación conceptual». En: Solum Donas Burak (comp.). Adolescencia y juventud en América Latina. Cartago: Libro Universitario Regional.

Mouffe Chantal (2007). «La política y lo político». En: En torno a lo político, cap. II, 1ª ed. Buenos Aires: FCE.

Retamozo, Martín (2013). «Discursos y lógica política en clave K». En: Discurso, política y acumulación en el kirchnerismo. Buenos Aires (Argentina): Universidad Nacional de Quilmes – CCC.

Vilas, Carlos M. (2007). «¿Hacia atrás o hacia adelante? La revalorización del Estado después del Consenso de Washington», Perspectivas, vol. 32, pp. 47-81, Universidad Estatal de San Pablo.

Vilas, Carlos M. (2006). «Las resurrecciones del populismo». En G. Aboy Carlés, R. Aronskind y Carlos M. Vilas. Debate sobre el populismo. Buenos Aires: Instituto de Desarrollo Humano, Universidad Nacional de General Sarmiento, pp. 15-21.

Vommaro, Pablo A. (2012). En: Sara Victoria Alvarado, Silvia Borelli y Pablo A. Vommaro (eds). Jóvenes, políticas y culturas: experiencias, acercamientos y diversidades. Rosario: Homo Sapiens Ediciones; Buenos Aires: CLACSO.

[1] Juventud para sí es una analogía sobre la toma de conciencia política mediante la praxis, del binomio clase en sí-clase para sí.

[2] En clara alusión al cuento «Casa tomada» de Julio Cortázar, para quien el intruso, es decir, el peronismo, viene a perturbar la pacífica vida institucional de la Argentina.

Benjamín Arano (Argentina, 1988) Tesista de la Licenciatura en Historia, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina.

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