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El Salvador: la conversión del presidente «millennial»


El 9 de febrero de 2020, el presidente salvadoreño Nayib Bukele lideró a un grupo de militares y policías armados hasta el Salón Azul, corazón de la sede del Poder Legislativo en El Salvador, ocupó la silla del presidente del Congreso —ausente en el recinto— y se puso a orar.

Flanqueado por militares y policías armados y tras él el jefe del Estado Mayor, el presidente espetó:

“Ahora está muy claro quién tiene el control de la situación.  Y la decisión que vamos a tomar ahora la vamos a poner en manos de Dios”.  Se cubrió el rosto, se inclinó y con los fusiles como ofrenda pidió sabiduría a Dios.

A Dios le tomó un minuto y 54 segundos responderle. Según el presidente, “Dios me pidió Paciencia”, aseguró.

La oración en el Salón Azul fue el intermedio de un “acto de insurrección” invocado por el presidente, quién exigía a los legisladores aprobar un préstamo de 109 millones para la cartera de seguridad y su denominado Plan Control Territorial.

Antes de entrar al edificio de la Asamblea Legislativa, el presidente parecía sugerir que la tomaría por la fuerza. Con forzados argumentos legales, frente a sus seguidores acusaba a los diputados de que, por no haber asistido a la convocatoria de asamblea extraordinaria hecha dos días antes por él a través de su concejo de ministros, se había roto el orden constitucional y que el mismo no podía impedir que el pueblo salvadoreño ejerciera su derecho a la insurrección popular, también consagrado en la constitución salvadoreña.

En los días siguientes la institucionalidad del país reaccionó. Los magistrados de la Sala de lo Constitucional ordenaron al presidente abstenerse «de hacer uso de la fuerza armada en actividades contrarias a los fines constitucionalmente establecidos y de poner en riesgo la forma de gobierno republicano, democrático y representativo, el sistema político pluralista y de manera particular la separación de poderes», lo que el presidente acató aunque, según un comunicado, «no comparte» lo resuelto por la Sala. Esto ayudó finalmente a calmar los ánimos después de que organizaciones como Human Rights Watch y varias embajadas en el país se habían pronunciado en contra de las provocaciones del Ejecutivo.

¿Pero cómo se ha llegado a tal situación? ¿Qué puede esperar El Salvador en lo que sigue?

El fin del bipartidismo de tres décadas ocurrió en El Salvador el 3 de febrero de 2019, cuando Nayib Bukele, el primer presidente millennial de América Latina, ganó de manera abrumadora las elecciones presidenciales. Bukele alcanzó la presidencia manteniéndose ajeno a las tradicionales fuerzas políticas: la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), oficialismo entre 1989 y 2009; y el exmovimiento guerrillero convertido en partido político Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido oficial entre 2009 y 2019.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador

Nayib Bukele, presidente de El Salvador


Desde su toma de posesión, la estrategia de Bukele parece desarrollarse en cuatro frentes distintos: mantener y fortalecer el apoyo popular; institucionalizarse en el sistema de partidos; destruir a sus enemigos políticos; y garantizar su permanencia en el poder.

Ha sido muy exitosa su primera estrategia para fortalecer su apoyo popular. Diversas encuestas le otorgan niveles de aprobación que rozan el 90% aun seis meses después de haber tomado posesión, haciéndolo el presidente más popular de América Latina, a partir de decisiones populares (despido de funcionarios, nombramientos de personalidades, acusaciones contra enemigos, anuncio de medidas represivas contra la delincuencia o acusaciones contra enemigos) y sobredimensionándolas en las redes sociales.

La conexión que presume el presidente Bukele con la ciudadanía es su mayor fortaleza, su capital político más importante y el que hace temer a los partidos políticos del sistema y sus funcionarios.

Este apoyo le ha dado al presidente un ejército de fieles en redes sociales, que atacan de manera inmisericorde a cualquiera que se atreve a disentir. Resulta preocupante el carácter indolente de gran parte de la ciudadanía que no vio nada grave en la intervención del presidente. Aunque para muchos esto parecía un exabrupto, no creían que fuera una reacción equivocada y, tampoco, peligrosa.

Su segunda línea estratégica es la instucionalización dentro del sistema de partidos. Una vez consumada su victoria, el presidente se alejó de GANA, la formación que le sirvió de vehículo para llegar al poder, y formó un nuevo partido, Nuevas Ideas (NI). Su apuesta es contar con una mayoría en la próxima legislatura, que no cuestione sus decisiones. Ante la contienda parlamentaria del 2021, el NI parte con la ventaja de ser apadrinado por un presidente con los niveles más altos aprobación en la región.

Como tercera línea estratégica, Bukele se ha dedicado a la destrucción de sus adversarios políticos, comenzando una estrategia de exposición, persecución y desgaste que de manera sistemática ha ido minando a los tradicionales institutos políticos. Con la frase «los mismos de siempre», el presidente se refiere al FMLN y a ARENA como unidad. Los problemas del país son responsabilidad de los mismos de siempre, las dificultades para gobernar son culpa de los mismos de siempre, quien obstaculiza los planes del presidente son los mismos de siempre.

Al ocupar la Asamblea Legislativa, el único reducto de poder real de la oposición, y dejar en claro quién está a cargo de la situación, aquella tarde el presidente no solo hirió a sus enemigos sino que quemó los puentes para cualquier diálogo.

Es de notar que la reacción unánime de los mismos de siempre a las agresiones del presidente fue instrumental: mostrarle sus límites.

Como también sucede con otros jefes de Estado que han encontrado en la prensa un enemigo a vencer, Bukele ha sustituido a los medios como intermediarios para enviar sus mensajes y lo hace en tiempo real con sus seguidores y el resto de ciudadanos a través de las redes sociales y de sus cuentas personales en Twitter y Facebook. El presidente Bukele, intolerante a la crítica y rodeado de asesores que le temen y adulan, es permisivo y de hecho promueve la hostilidad hacia quienes disienten con él y su proyecto político.

La cuarta línea estratégica es la más clásica de los caudillos latinoamericanos: asegurarse el apoyo de las fuerzas armadas.

Bukele está dando a los militares un rol y un protagonismo sin precedentes desde el fin del conflicto armado y que, a la postre, tampoco los militares están pidiendo. Después de todo, los USD 109 millones sobre los cuales el presidente estaba exigiendo su aprobación son para —como lo dijo, previo al ingreso al recinto legislativo— «la fuerza armada y la policía nacional civil, que están acá no para reprimir al pueblo, sino para apoyar al pueblo».

El mensaje es claro: el apoyo popular no significa nada sin las armas, y las armas están con él.

En todo momento de aquella tarde los militares mantuvieron una presencia constante al lado del presidente. Y, como él mismo dijo,

Ustedes saben, el pueblo salvadoreño completo lo sabe, nuestros adversarios lo saben, la comunidad internacional lo sabe, nuestra fuerza armada lo sabe, nuestra policía nacional civil lo sabe, todos los poderes fácticos del país lo saben. Si quisiéramos apretar el botón, sólo apretamos el botón.

Así, el presidente más cool, de América Latina, el presidente millenial, el enemigo de los mismos de siempre y el promotor de un partido llamado Nuevas Ideas se convirtió en un jefe de Estado que recurre a la forma mas clásica de los caudillos latinoamericanos de legitimar su poder, las armas.

El Salvador nos está enseñado en estos días que ni la alternancia en el poder ni el amplio apoyo popular ni el impulso al sistema de partidos son suficientes para una que una democracia exista. El Salvador está siendo un recordatorio de la necesidad de proteger la democracia de manera permanente más allá de las formas.

Las instituciones responsables de proteger la democracia deben estar atentas.

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