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El terrorismo renueva su marca


La noche del 26 de octubre de 2019 el presidente de Estados Unidos Donald Trump emitió un tuit confuso y lleno de ansiedad: «Algo muy grande acaba de pasar».

Al poco tiempo, este comunicado no oficial se hizo viral y la Casa Blanca anunció una rueda de prensa para el día siguiente a primera ahora. Los expertos vaticinaban la posibilidad de que Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de la organización terrorista Daesh, hubiera sido abatido. El presidente norteamericano brindó detalles al día siguiente de cómo fue que las fuerzas especiales llevaron a cabo la misión que terminó con la vida del autoproclamado califa.

Baghdadi había sido apodado El Fantasma por su capacidad de evitar a las fuerzas de seguridad y a los servicios de inteligencia, en especial, luego de que el grupo terrorista Daesh comenzara a perder el control de distintos territorios en Siria e Iraq. No se le conocían muchas intervenciones públicas y paradójicamente había filmado un video propagandístico radical para difundir en canales yihadistas hacía unos cinco meses.

Antes de que terminara octubre el grupo terrorista realizó una declaración. A través de su canal de noticias Amaq hizo trascender que ya una persona había sido nombrada líder de la organización: Abu Ibrahim al Hashimi al Qurayshi (también se acepta Qurashi), un individuo del que no sabe casi nada, y sin embargo su nombre dice mucho.

El grupo terrorista Daesh logró en poco tiempo el control de una serie de ciudades importantes en Medio Oriente a raíz de las secuelas que dejaron la guerra de Irak (2003 en adelante) y la guerra civil de Siria. Ciudades como Raqqa, Aleppo y Mosul pasaron a estar en poder de los yihadistas entre 2010 y 2017. Entonces, el grupo dio un paso más allá y declaró el establecimiento de un califato (sic) y al entonces líder Baghdadi como califa (sic).

Esto no se debió a un delirio de grandeza, sino a una planificada y orquestada maquinaria propagandística con la que Daesh quiso construir un Estado nación teocrático legítimo, a la vez que buscaba cooptar a una parte importante de la religión musulmana. Lo más increíble fue su parcial éxito, ya que sentó las bases terminológicas con la que la prensa se refería a la organización.

La narrativa estaba sentada para legitimar un Estado islámico en los territorios de Siria y Levante. De allí su acrónimo ISIS, popularizado por diarios y noticieros del mundo que durante años se encargaron de facilitar el contenido radical que producían los terroristas.

Porque siempre es mejor ser noticia que pagar la pauta publicitaria, Daesh comenzó a filmar todo tipo de matanzas, a sabiendas de que los canales de noticias y las redes sociales harían el resto.

La popularización del término ISIS o la referencia al grupo terrorista como califato busca enarbolar la figura de sus miembros y su líder al vincularlos con la mística del pasado, una especie de ordenamiento y autoponderación con la que buscan subordinar a todos los musulmanes para que se escuden bajo su causa.

El califato es, por definición, el Estado o territorio de los musulmanes; según el islam es la continuación del sistema político espiritual que dio a conocer el profeta Mahoma y fue continuado por sus discípulos. De la misma manera que en la proclamación del III Reich se emulaba al Imperio Romano Germánico, Baghdadi declaró un califato.

Esta maquinaria propagandística caló fuerte en los medios de comunicación, que picaron el anzuelo y durante meses se refirieron a la organización en los términos que esta impuso.

Con el nombramiento del nuevo líder de Daesh, el branding terrorista se renueva: al parecer el grupo no quiere dejar perecer la marca que tanto le costó levantar.

Según la tradición sunita, la rama más difundida del islam, para ser califa se requiere una serie de condiciones: difundir el islam, ser elegido por un consejo de ancianos o sabios que representan a la comunidad y ser descendiente de la tribu quraish, originaria de la Meca y de donde provenía el profeta Mahoma.

Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurayshi es una marca, un seudónimo que busca levantar una franquicia que ha perdido su imagen y necesita de manera urgente reinventarse.

Coca-Cola o Pepsi, Al-Qaeda o Daesh: el posicionamiento en las redes sociales, la capacidad de producir contenido, la difusión de este en los canales de comunicación segmentados… parece mentira, pero la realidad es que los terroristas han leído más los manuales de marketing que el Corán.

El nombre Qurayshi remite a la idea de que efectivamente es un descendiente de la tribu Quraish y, por lo tanto, se trataría de un califa legítimo. Como si se tratara de vender más camisetas de fútbol luego del fichaje de un jugador famoso al equipo, Daesh busca de captar la atención nombrando a un nuevo líder que siga remitiendo al pasado místico de los antiguos estados musulmanes.

Sin embargo, no es solo eso; Hashimi hace alusión a que este individuo es del clan Hachemita, un antiguo linaje árabe al que pertenecía el Profeta y que hoy llega a Abdalá II, actual rey de Jordania. Aquí reside la importancia de la identidad corporativa para este grupo que vende la yihad como un producto.

Este nuevo líder es entonces un intento de relanzar una marca, un posicionamiento que ha venido en caída libre luego de sucesivas derrotas territoriales y llegó a un quiebre con la muerte de Baghdadi. Faltaría nada más que crearan su propio eslogan.

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