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En el engranaje de la máquina mundial


La concepción del mundo del Renacimiento, y aun la del siglo XVIII y a inicios del siglo XIX, utilizaba los movimientos giratorios no solo para ilustrar los astros y la rotación de los planetas, sino también para visualizar el funcionamiento de cuerpos, organismos e incluso sociedades. Reinaba el paradigma de la máquina: las características y propiedades de las máquinas dominaban todos los ámbitos del mundo. El motor de hierro de la máquina del mundo, la machina mundi, encarnaba la relación funcional de todas las cosas, el carácter sistémico del mundo. Su constante e incesante rotación, para permanecer en la imagen, cumplía un propósito superior que se imponía a espaldas de los actores. Ellos observaban únicamente una pequeña parte de los sucesos, mientras que el contexto global tenía que quedar oculto para ellos. El éxito y el fracaso no estaban en sus manos.

Para decirlo de forma anticipada: no se puede tratar el tema de dos redes transnacionales de producción y comercio de café en el siglo XIX de una forma tan exagerada. Por supuesto, se debe atribuir un peso mucho mayor a los actores en el negocio guatemalteco-alemán y cubano-alemán de café. Pero el arte real de la historia consiste en la presentación de la interacción a nivel de actores y estructuras, de hábitos, disposiciones individuales y colectivas, estímulos de decisión y acción, por un lado, y de las condiciones estructurales y los contextos funcionales, por otro lado. La presente comparación muestra los factores disparatados de los que el gran negocio a veces depende, y el rol que juegan el lugar correcto, pero también el tiempo y el destiempo y los contextos funcionales globales, indeterminables, en palabras metafóricas, los movimientos giratorios de la machina mundi que se deben dar para alcanzar el éxito social y económicamente sostenible.

El comercio del café siempre ha sido un negocio global. Los lugares de producción y de principal consumo están a gran distancia y requieren redes comerciales transnacionales. Estos vínculos y conexiones han cambiado a lo largo de la historia, tanto en calidad como en geografía. Sus actores recurrieron a múltiples estructuras de apoyo de carácter familiar, local, regional y nacional, cuya calidad dependía y variaba según las grandes coyunturas económicas, sociales y políticas. El gran negocio del café requirió mercados globales, inversiones, tecnologías y medios de comunicación que no existían antes de la mitad del siglo XIX. El negocio del café encontró condiciones diferenciadas de producción, incluyendo no solo las particularidades climáticas y geológicas, sino también el clima de negocios y la disponibilidad de un número suficiente de trabajadores. Este negocio transformaba a los actores involucrados, los volvía ricos o los hacía permanecer pobres y tuvo impactos en la infraestructura y la estructura social del país de origen.

El café se producía tanto en Cuba como en Guatemala y desde allí se transportaba a Alemania. Sin embargo, realizar un análisis comparativo entre Guatemala y Cuba en cuanto a la participación alemana en el cultivo y la comercialización del café en el siglo XIX tiene sus dificultades. El tema se ha analizado de forma exhaustiva en Guatemala, gracias a una buena base documental —como ejemplo, puede hacerse referencia a los dos libros de Regina Wagner sobre la historia del café guatemalteco y sobre los alemanes en Guatemala—, mientras que se encuentran menos descripciones en Cuba, por lo que solo podemos arrojar algunas luces sobre el escenario cubano.

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Los granos de café, originarios de Etiopía y que se distinguen en más de ochenta variedades, se habían establecido desde finales del siglo XVII como un lujo de la clase alta en Europa, a causa de su efecto estimulante. En el siglo XIX, el café también se abrió paso en la sociedad no burguesa y se convirtió gradualmente en una bebida popular y común. Los granos de café se comercializaban inicialmente en Ámsterdam y fueron los holandeses quienes intentaron cultivar esta planta en Java y Ceilán. Un francés, el Chevalier de Clieu, trajo el café en 1723 a Martinica, una isla de las Antillas Menores, donde en 1726 se dio la primera cosecha y en 1778 ya existían más de 16 millones de plantas de café.

El cafeto suele alcanzar una altura de cinco a diez metros, pero por lo general se poda de modo que se convierta en un arbusto que florece en el tercer año y que flora con suficientes cerezas de café en el quinto año para que la cosecha valga la pena. En los siguientes 25 a 30 años, un arbusto produce por lo menos uno a dos kilos de café comercializable. Las plantas de café prefieren lugares iluminados, pero no deben ser expuestas a la luz solar directa, por lo que se combinan en las zonas tropicales con plantas de sombra, como el árbol de mango, que cuenta con una amplia corona, o el plátano, cuyas amplias hojas son igualmente favorables.

El café migró rápidamente de Martinica, a través de Guadalupe, a Santo Domingo en La Española (República Dominicana) y a Jamaica. Desde La Española llegó a Cuba en 1748, pero pasó ahí relativamente desapercibido hasta el momento en el que los inmigrantes franceses de Santo Domingo, que habían huido de la gran revuelta de esclavos entre 1791 y 1793, comenzaron a cultivar café en mayor cantidad y provocaron un auge de café en Cuba, a saber, en las regiones alrededor de Santiago de Cuba, Trinidad y La Habana-Matanzas. El antiguo Cafetal La Isabelica, cerca de Santiago, es hasta hoy un testimonio todavía bien conservado de este auge del café. La casa patronal de la plantación está bien conservada. Muebles originales del siglo XVIII dan una impresión del estilo de vida lujoso de los antiguos propietarios de la plantación.

Los propietarios de las plantaciones de café eran en su mayoría de ascendencia española o francesa, por lo que sin duda no se puede hablar de un desempeño comercial exclusivamente alemán en el cultivo de café en Cuba. Las pocas plantaciones alemanas de café en Cuba estaban ubicadas en segmentos económicos muy diferentes. Cerca de Matanzas, donde ya vivían algunos alemanes, se encontraba la plantación de café El Fundador, que pertenecía a un alemán. Además de café, aquí se cultivaban plátanos, piñas, maíz, tubérculos y frutales. Cuando en primavera de 1839 tres científicos, el botánico alemán Eduard Otto (1812-1885), el zoólogo Johannes Gundlach (1810-1896) y el botánico e investigador de moluscos Ludwig Pfeiffer (1805-1877) visitaron la plantación, encontraron al propietario en condiciones bastante precarias. Solo tenía un par de zapatos, poco vestuario, una espada y algunos caballos. Algo más acaudalados eran los propietarios de la plantación Chimborasso, en la costa sur, que también pertenecía a emigrantes alemanes. Eran amigos del cónsul alemán en La Habana y en ocasiones hospedaban a algunos europeos que pasaban su tiempo en Cuba con juegos de azar y borracheras. En Chimborasso había 80.000 cafetos que producían hasta seis libras de café, lo cual era excepcional. Además, se cultivaron naranjas y bananos, piñas, frutales y otras frutas. Naranjos y agaves formaban las fronteras entre los diferentes segmentos de café.

En Artemisa, cerca de La Habana, se encuentran los restos de la plantación de café Angerona, que fue fundada en 1813 por Cornelio Souchay, originario de Alemania. Esta es la segunda plantación de café cubana más grande de su época (1828). Souchay nació en 1784 en Hanau, cerca de Fráncfort del Meno. Había completado su formación en negocios en Bremen y se estableció en La Habana después de una escala en Baltimore en 1805. Él, hijo de un orfebre hugonote y una mujer de Hesse, contaba con una red familiar angloalemana exitosa que operaba desde Londres y Manchester y tenía una fuerte presencia en Fráncfort. Empleado como escribano en La Habana, pronto poseía como socio silencioso un 25 % de la conocida compañía Antonio de Frías y Compañía, que hacia afuera comerciaba con harina americana, pero en realidad estaba profundamente involucrada en el comercio ilegal de esclavos. Después de alcanzar rápidamente una riqueza considerable, eventualmente adquirió las tierras cerca de Artemisa, de las que emergió la plantación de café. Souchay murió en 1837, sin hijos y soltero. Su relación con Ursula Lambert, una esclava liberada en Haití, que había huido a Cuba y desde 1822 había asumido el papel de la señora informal de la casa en Angerona, no se deja reconstruir con precisión. Las investigaciones publicadas hablan de un «amor feroz». Por supuesto, la historia del alemán y su belleza negra también ha inspirado la imaginación de la posteridad. Pero eso es folclore. La plantación fue transferida posteriormente a la familia de Souchay y administrada por su sobrino.

En tiempos de Cornelio Souchay trabajaban alrededor de 450 esclavos en Angerona. Cultivaron aproximadamente 800.000 plantas de café en 500 hectáreas. En el suelo común alrededor de La Habana, de color rojizo y ferruginoso, que sobre todo en la temporada de lluvia es fácil de trabajar, se cultivaron granos de arábica, cuyo sabor se caracteriza por la intensidad, baja acidez y sabores terrosos, ahumados. El empleo de esclavos en la plantación de café se deja reconstruir bien, sobre la base de los planos de planta y los restos arquitectónicos, al igual que la nueva combinación de tecnología moderna con la organización del trabajo basada en la esclavitud. Al lado de las ruinas de la casa patronal clasicista, de una torre de vigilancia y algunos edificios residenciales y agrícolas se encuentran restos en parte de ladrillo de las antiguas viviendas de los esclavos, una enfermería, un molino de agua, grandes almacenes, un herrería y una carretería, cárceles para esclavos, espacios cavernosos para el procesamiento posterior de los granos de café, así como un cementerio algo apartado de los asentamientos. La frontera entre el área de los esclavos y el refugio de Souchay, que también incluía la residencia de Ursula Lambert —una construcción baja frente a la casa patronal— está marcada por una pared con un portón de hierro.

La esclavitud fue abolida por ley en Cuba en 1886. Era común en las plantaciones de café a inicios del siglo XIX y ello permitió que estas fueran económicamente rentables, en primer lugar. En este caso, el sistema de la segunda esclavitud, la esclavitud en las plantaciones, encajó casi perfectamente en la lógica de la explotación capitalista de la época. El cuidado laborioso de los cultivos de café así como la demanda laboral irregular y mucho mayor en el ciclo de cosecha fueron resueltos casi sin resistencia por la mano de obra esclava y la explotación intensificada por intervalos de los trabajadores a bajo costo y con castigos draconianos. No es de extrañar, entonces, que la disminución y la abolición de la esclavitud en el Caribe como resultado de las sanciones y los disturbios llevaran a una reducción significativa de la producción de café y, a largo plazo, al colapso de la economía de plantación.

En el momento de la muerte de Cornelio Souchay, en junio de 1837, más del 60 % de los esclavos que vivían en Angerona pertenecían al grupo de los así llamados bozales. Se trataba de esclavos raptados directamente de África occidental y oriental que fueron traídos al Caribe. Aunque la trata con esclavos fue prohibida en 1820 y obstaculizada aún más por restricciones legales en 1835 y 1845, entre 1820 y 1878 los comerciantes hispanocubanos de esclavos, los llamados negreros, trasladaron a casi un millón de esclavos de contrabando a Cuba. Sin embargo, el incremento de precio causado por la prohibición hizo que desde la década de los 1830 las plantaciones aprovecharan la descendencia de los esclavos, práctica que perdió sentido en 1870 por la Ley de Vientre Libre, que declaró libres a los hijos nacidos de esclavas. Los niños habían sido empleados en las plantaciones desde la edad de los cinco años. En vista de los ciclos reproductivos cortos, Souchay podía permitirse el lujo de ciertas prácticas paternalistas y mejoró las condiciones de mujeres con niños. De esta forma, los edificios de piedra situados en el asentamiento de los esclavos de Angerona estaban reservados para las familias con hijos, mientras que los otros esclavos vivían en barracas de madera, donde eran encerrados durante las noches.

El aumento del costo de adquisición de esclavos disminuyó en Angerona las perspectivas de beneficios del cultivo de café. A esto se sumó la primera crisis de sobreproducción, desencadenada en 1832 por la exportación de café de América del Sur. Souchay, que por medio de su red familiar mantenía amplias relaciones comerciales, se vio obligado a vender su café a un precio menos favorable. La propiedad seguía produciendo después de su muerte. El ya mencionado botánico Eduard Otto, que estuvo en la plantación de abril a septiembre de 1839 para escapar de la fiebre amarilla que se propagaba en La Habana, describe los alrededores de Angerona como un jardín de flores. Las plantaciones se enfilaban por una longitud de más de siete kilómetros, «separadas por nada más que magníficas hileras de palmas reales, grandes árboles del pan, naranjos y setos de limón».

A la residencia del nuevo propietario, André (Andreas) Souchay (1812-1853), sobrino del fallecido Cornelio, conducía una avenida de cuatro hileras de palmeras. La casa en sí, «un palacio como no lo tiene ninguna otra plantación en Cuba», estaba cómodamente amueblada. En la plantación había otros alemanes: aparte del propietario y su esposa hubo tres capataces, un carpintero y un médico. Además aún vivían aquí cerca de 400 esclavos, incluyendo a sus hijos, que tenían que trabajar desde el amanecer hasta alrededor de las 19.00 horas, excepto domingos y feriados. Había también una gran cantidad de animales de granja. Los Souchay incluso eran dueños de una casa de verano en El Taburete, a una altura de 452 metros y a dos horas de distancia de Angerona, donde el aire era saludable y fresco.

Sin embargo, la descripción eufemística de Angerona por el naturalista alemán no puede esconder el hecho de que los discursos locales sobre la esclavitud en 1837 se dieron con mucho menos compasión que antes. En sus relatos sobre la vida y el tratamiento de los esclavos, los describió como seres vagos, astutos, maliciosos, vanidosos y gobernados por sus instintos, que interpretarían la bondad como debilidad y que solo se dejaban manejar por un trato severo. Según él, los esclavos soportaban las flagelaciones habituales con indiferencia e insensibilidad. Finalmente, Eduard Otto llegó a la conclusión de que los negros querían y debían ser tratados de manera estricta pero justa.

Karl von Schlitz (1822-1885) visitó Angerona en 1845 bajo el seudónimo de Carl Heinrich Graf von Goertz. En este tiempo había todavía 320 esclavos que, según sus palabras, eran «los mejor cuidados, más trabajadores y tranquilos de la isla». Las memorias de su viaje, publicadas siete años después, también reflejan sus conversaciones con André Souchay:

Diez años de experiencia [le habrían enseñado a Souchay] que el carácter del negro es tan bajo que uno estaría buscando en vano motivos morales en sus acciones. La moral es totalmente subdesarrollada, más bien todos sus actos son resultado de sus instintos animales o de cálculos astutos del beneficio propio. […]. No hay entre los negros ninguno que no haya recibido aún el látigo, pero también no hay ninguno que no lo hubiera merecido.

Aunque Angerona había quedado al margen de las revueltas de esclavos en Cuba desde 1837 hasta 1843 y en las dos siguientes décadas permaneció en un silencio sepulcral, las conexiones internas del sistema de esclavitud comenzaron a aflojarse, por lo que parte del trabajo en las plantaciones quedó sin realizarse.

Según las estimaciones de Alexander von Humboldt, en 1822 existían en Cuba cerca de 900 plantaciones de café con 54.000 esclavos. Una publicación más reciente habla de 2.000 plantaciones cinco años más tarde, dentro de las que sin duda se contaron también las pequeñas y muy pequeñas. Pero después de dos huracanes en 1844 y 1846 que devastaron la región alrededor de La Habana y Matanzas, la producción de café se derrumbó en 1848, con excepción de los restos en Oriente y Trinidad. Las causas —aparte de los fenómenos naturales— fueron una paralización de las ventas por la «miseria de la pobreza masiva» en Europa como efecto secundario de la primera industrialización, y los aranceles protectores estadounidenses sobre el café cubano en respuesta a los aranceles españoles. También en Angerona, el café comenzó la retirada. Ya en la década de 1840, parte de la producción consistía en azúcar. A mediados de esa década, la producción de la plantación fue de dos a tres mil quintales de café y de dos mil a dos mil quinientos quintales de azúcar. En 1863 se producía exclusivamente azúcar.

En 1886, el año de la abolición de la esclavitud, la plantación estaba aún en posesión de la familia Souchay, que se había mezclado en su tercera generación en Cuba con los criollos. No se sabe dónde fueron las ganancias de la plantación. Posiblemente fueron absorbidas por la red comercial global de la familia Souchay o se invirtieron en inmuebles. Tampoco se sabe qué pasó con los esclavos de esa plantación después de su liberación. Es posible que hayan permanecido en la plantación, arrendando o comprando pequeñas parcelas para la subsistencia, que trabajaran como jornaleros temporeros o que migraran a las ciudades. En todo caso, la casa patronal se quemó en la Guerra de la Independencia entre Cuba y España (1895-1898). Los descendientes de la familia abandonaron la propiedad y se mudaron a La Habana, donde encontraron apoyo. Sus hijos ocuparon allí posteriormente puestos intermedios en el comercio y el servicio público.

El auge del café en Cuba resultó ser no más que un episodio que no dejó impulsos macroeconómicos más allá. Era demasiado efímero y temprano en la línea de tiempo de la primera ola de globalización para ello. Además, las ganancias de la esclavitud en las plantaciones se invirtieron en bienes inmuebles urbanos, terrenos, fábricas, barcos, acciones y operaciones de crédito, o fueron transferidas a Europa, de manera que no estuvieron al alcance de inversiones en el propio lugar de producción. Por lo tanto, la relación funcional sistémica de la economía de plantación fue inhibida o bloqueada en su desarrollo. Dicho de manera metafórica: el café cubano apenas fue tocado por los giros de la rueda mundial, del engranaje de la machina mundi.

Cuando las condiciones para el comercio mundial mejoraron a consecuencia del crecimiento industrial, las mejores condiciones de mercado y nuevos medios de comunicación y transporte como telégrafos, ferrocarriles (ferrocarril de Panamá en 1855) y barcos de vapor, el auge del café en Cuba ya había pasado a la historia. Ya no podía beneficiarse de la globalización que se impuso a mediados del siglo XIX. Por el contrario, fue aplastado por la masa de café más barato de América del Sur y América Central. Tampoco llevó —con algunas excepciones— a una fusión social de inmigrantes alemanes y elites cubanas. Por un lado, porque participaban muy pocas personas del negocio del café; por otro lado, porque el estatus social de las familias criollas en Cuba debido al largo dominio colonial y la constante afluencia de funcionarios españoles no pesaba tanto. El número de alemanes que emigraron a Cuba fue bajo, sus conexiones fueron redes de diáspora. Aquellos que querían quedarse en Cuba fueron asimilados por generaciones, pero sin mejorar su condición social. La riqueza creada por el auge del café desapareció o se desplazó. Sus protagonistas recurrieron en lo posible al azúcar, que se había establecido en Cuba al mismo tiempo que el café y que lo iba a superar por mucho en importancia.

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El café llegó a Centroamérica desde el este, proveniente de las Antillas Mayores. Su consumo en Guatemala está documentado desde 1743. La producción y exportación de café empezaron a inicios del siglo XIX. Desde la década de 1830, el café había alcanzado cierta importancia económica en Centroamérica, es decir, en el momento aproximado que marcó el vértice del boom cafetero cubano. Costa Rica tuvo un papel pionero, seguido de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Sin embargo, la exportación de café comenzó en cantidades considerables a partir de 1853 y reemplazó gradualmente a la cochinilla como principal producto de exportación. La historia del cambio económico estructural de Guatemala desde la cochinilla, el colorante índigo y el algodón hacia el café sucedió al mismo tiempo que la historia de la emancipación de Gran Bretaña y su imperio económico hacia nuevas dependencias globales de los Estados Unidos y de Alemania, que se sintieron a partir de 1871.

Estos cambios estructurales económicos fueron acompañados por una migración masiva que comenzó después de 1848 e hizo que hasta 1913 más de 4 millones de alemanes emigrasen. Aunque Guatemala se benefició de este suceso inicialmente en una medida muy limitada —en 1860 solo vivían ahí unos 100 alemanes, en 1880 eran 221 y en 1892 ya habían alcanzado 1008—, el país ofrecía a los emigrantes oportunidades casi ideales para trabajar. El clima del departamento de Alta Verapaz es templado y lluvioso y les recordaba la primavera en Alemania. Las perspectivas de buenas ganancias en el negocio del café también fueron un gran atractivo.

La situación política era favorable para inversiones económicas. En 1871, un gobierno liberal llegó al poder en Guatemala, apoyado por fusiles americanos y el respaldo de los productores de café, e inició una larga era liberal que duró hasta 1944. Ello generó excelentes condiciones para que inversores solventes y financieramente fuertes con conexiones en los mercados europeos de café pudieran adquirir tierras en cantidad suficiente para ser rentables y esperar que las plantas de café crecieran y maduraran. Había suficiente tierra a disposición; por un lado, porque había suficientes terrenos baldíos; por otro, a través de la redistribución. A causa de la ley promulgada en 1877 sobre la privatización de las tierras comunales, decenas de miles de agricultores indígenas perdieron sus medios de vida. El despojo de tierras afectaba especialmente a la población indígena en el altiplano occidental y en la provincia de Alta Verapaz.

Desde 1876, las autoridades de los gobiernos locales pudieron satisfacer las necesidades de mano de obra de las plantaciones de café a través del reclutamiento forzado en las comunidades indígenas. Los indígenas cayeron en una relación de dependencia similar a la esclavitud. Cada crédito y cada transgresión extendieron su deuda de trabajo, que creció al infinito y se transfirió a sus hijos. Legalmente, el sistema se basaba en la esclavitud de personas libres cuya libertad de movimiento estaba restringida. Dados los bajos salarios que se pagaban en las fincas, el truco según Helmut Schmolck, que había emigrado alrededor de 1910 y trabajaba como contador en una finca de café, consistía en el hecho de que:

[…] las personas siempre estaban endeudadas. Gracias a este sistema, la finca siempre tenía trabajadores y podía disponer de ellos. Solo cuando alguien conseguía dinero de algún lado o alguien saldaba sus deudas, se podía ir. Fue una especie de servidumbre encubierta, tal vez necesaria, porque la gente de otra forma no hubiera llegado a trabajar.

Aparte de contar con tierras y mano de obra, el éxito económico del negocio del café dependía en gran medida de la capacidad de los productores para trasladar su producto de forma rápida, segura y económica a los consumidores. Los pequeños puertos Mariel hacia el estrecho de Florida y Batabanó hacia el Caribe en el sur estaban a unos 30 y 60 kilómetros de distancia de la plantación de café Angerona. Aun así, los caminos de terracería representaron un obstáculo, sobre todo en temporada de lluvias, cuando las bestias de carga se hundían hasta el torso en el barro. A pesar de que Cuba ya en 1837 disponía del primer tren de vapor en América Latina (Habana-Bejucal), que en 1844 fue ampliado a San Antonio y Batabanó, lo que acortó la distancia entre La Habana y Artemisa a menos de la mitad, esta aceleración del transporte no podía detener el fin del auge del café. Su tiempo en Cuba había terminado irrevocablemente. La relación global se había roto; metafóricamente hablando, la machina mundi zarpó hacia otro puerto.

Mucho más que en el caso de Cuba, en Guatemala se emplearon nuevos medios de transporte, lo que redujo los costos de transporte y, por tanto, el precio del café. Inicialmente la ruta del café pasó por la costa atlántica y el lago Izabal hacia Livingston y de allí a los puertos de Belice. Con la finalización del ferrocarril de Panamá en 1855, el café podía ser transportado alternativamente a la costa del Pacífico, del puerto San José a través de Panamá a la costa del Atlántico y desde ahí con barcos de vapor y barcos de vela a Europa. Como resultado del programa de infraestructura de los gobiernos liberales, a partir de 1871 se ampliaron los puertos y se instalaron líneas ferroviarias para aumentar las exportaciones. Estas se quintuplicaron entre 1871 y 1884. En 1895 se completó el tren de Verapaz, que transportaba el café de las fincas de café alemanas en Alta Verapaz a Panzós, desde donde pasaron regularmente barcos con poco calado sobre el lago de Izabal y Río Dulce hacia el Caribe, a Livingston. Así surgió una ruta que evitaba el desvío por el Canal de Panamá y bajó todavía el costo de transporte. Al conectar las regiones guatemaltecas de cultivo de café con los puertos de México, a partir de 1908, el transporte se aceleró aún más y llegó a Europa antes de la cosecha brasileña, lo que resultaba en ventajas significativas de venta. Un intenso tráfico marítimo a Europa completó la conexión comercial. Desde 1870, la HAPAG operaba una línea naviera directa a Centroamérica. Más tarde también lo hizo la compañía naviera Kosmos, de Hamburgo.

A partir de 1866 había cables transatlánticos permanentes para telégrafo, que habían sido colocados desde la Great Eastern. En 1900 comenzó a operar el primer cable de la compañía de cable alemán-atlántica entre Emden y Nueva York. Dentro de los continentes, la conectividad de cables había avanzado mucho, por lo que ahora existían conexiones de comunicaciones rápidas que facilitaron el comercio y el mercado de valores. Los nodos del comercio de café de Guatemala, el cultivo, la financiación y el transporte estaban en ese momento en gran parte en manos alemanas. A pesar de que en 1913 únicamente 170 de las 1830 plantaciones de café en Guatemala eran propiedad de alemanes, 80 de ellas en el departamento de Alta Verapaz, estas representaban el 36 % de la producción nacional de café. La participación alemana en la exportación del café, sin embargo, era del 55 %.

Este desarrollo fue asegurado por el respaldo de representantes diplomáticos, contratos e influencia política. Ya en 1847, Hamburgo, Bremen y Lübeck habían firmado contratos con Guatemala que regulaban, bajo la cláusula de la nación más favorecida, las condiciones para el comercio entre las tres ciudades hanseáticas y Guatemala de forma beneficiosa. Hamburgo ya contaba con un consulado general en Guatemala desde 1841, que fue dirigido por Rudolf Klee (1803-1853), quien en 1830 se había emparentado por casamiento con la poderosa familia criolla Ubico (Guillén de Ubico Perdomo). De esta familia nació más tarde el Napoleón de Centroamérica, que gobernaría el país de forma dictatorial entre 1931 y 1944. Tales conexiones contribuyeron a la estabilización de las relaciones de poder autoritarias en Guatemala, porque juntaron el capital, el poder y la experiencia. Sin embargo, la integración de los alemanes en Guatemala variaba mucho según las diferentes regiones. Había colonias alemanas relativamente autárquicas, así como familias de inmigrantes alemanes que se habían vinculado con la oligarquía local, desde donde surgieron alianzas político-económicas transnacionales que contaban con un capital social que facilitaba establecer nuevas relaciones comerciales y perdurar en momentos de crisis política.

Cuarenta años después de los contratos de 1847, el Imperio alemán y la República de Guatemala firmaron un nuevo acuerdo el 20 de septiembre de 1887, en el que se establecieron arreglos generosos de comercio y propiedad, condiciones de nación más favorecida y libre circulación hasta su vencimiento en 1915. Con el tiempo, la confianza había crecido y había servido para que los productores alemanes de café se arraigaran en Guatemala.

También el clima de negocios se había desarrollado de manera positiva. En la década de 1880, la importancia de los lugares tradicionales para el comercio de café, Londres y Ámsterdam, se redujo significativamente a favor de los nuevos puntos de venta al por mayor internacional de café, Le Havre y sobre todo Hamburgo. En vista del repentino crecimiento de la demanda, el porcentaje del café producido en Sudamérica y Centroamérica en el comercio mundial alcanzó a un 90 %. Ante estas condiciones favorables, los inversores alemanes en Guatemala fueron capaces de comenzar a entrar a la producción y al comercio del café a un nivel económico completamente diferente y con un respaldo político mucho mayor que en Cuba. Metafóricamente, el giro de la rueda de la modernización había llevado a la machina mundi a la posición correcta. El lugar y el momento eran correctos y las relaciones funcionales globales y las economías regionales demostraron ser favorables.

Independientemente de ello, se necesitaba de actores insistentes y con capacidad de imponerse que disponían de las redes y el capital y que tenían una mentalidad comercial racional que se centraba en la productividad y la rentabilidad. Conocimientos especializados, perseverancia, un pensamiento empresarial, inquietud por experimentar e ingenio se combinaban en el caso de los empresarios alemanes con una base suficiente de capital y la predisposición para invertir. Estos factores no resultaron por sí solos, sino que fueron la conditio sine qua non para el éxito empresarial. Únicamente podían surtir efecto en el contexto de condiciones sistémicas y estructurales favorables, con tierra comprada a bajo precio, la suficiente disponibilidad de mano de obra, los impuestos moderados, la venta asegurada, los medios globales de comunicación y transporte en desarrollo y con la integración política y social de sus representantes tanto en el país de origen como en el país de acogida.

Entre los grupos familiares alemanes más conocidos que se dedicaban al café guatemalteco se encontraba la ya mencionada familia Klee. Karl Rudolf Klee ya había llegado a Guatemala en 1830 y fundó con un socio inglés una empresa comercial que al principio se dedicó a operaciones bancarias y más tarde adquirió plantaciones de café. Erwin-Paul Dieseldorff (1866-1940), mayista y escritor de Hamburgo, estableció plantaciones de café y se convirtió en el mayor propietario de tierras en Guatemala. Jugó un papel decisivo en la construcción del Ferrocarril Verapaz que conectaba Cobán con la costa atlántica. Otro alemán, Richard Sapper, se encontraba en Guatemala desde 1884, donde adquirió grandes plantaciones de café. Era hermano del antropólogo, lingüista y geógrafo Karl Sapper (1866-1945), que era amigo de Dieseldorff y junto a este realizó numerosas excavaciones en Centroamérica.

La familia de banqueros de Hamburgo de apellido Nottebohm fue de particular importancia. El hijo mayor del fundador de la empresa, Carl Friedrich Wilhelm Nottebohm (1836-1915), se lanzó plenamente al negocio de América. En los Estados Unidos de América, la familia participó en el comercio de petróleo y en América Central y el Caribe comerciaba con maderas finas y tabaco, y en Guatemala, específicamente con café. La empresa participó con éxito en la prefinanciación de las cosechas de café de Guatemala en forma de operaciones a plazo.

En el mercado de café de Hamburgo, las cosechas de café se compraban por un precio fijo antes de ser cosechadas. Si el precio del café subía en el ínterin, el distribuidor obtenía grandes ganancias. Si ocurrían desastres imprevistos, él asumía el riesgo. La ecuación era simple: minimización del riesgo frente a la maximización del beneficio. Estas operaciones a plazo, realizadas en el muelle Sandtor de Hamburgo, eran al final relaciones comerciales transatlánticas basadas en el beneficio mutuo, de las cuales los cafetaleros predominantemente alemanes en Guatemala y los comerciantes se beneficiaron por igual. El capital corporativo de los comerciantes de café de Hamburgo creció exorbitantemente, lo que se ha demostrado utilizando el ejemplo de los Nottebohms.

Entre 1894 y 1907, cuatro hermanos de la familia se establecieron en Guatemala y aprovecharon para sus compras la serie de quiebras de propiedades rurales causada por la crisis de sobreproducción de 1897. De esta forma se volvieron poderosos propietarios de plantaciones, de manera que controlaron los eslabones importantes de la cadena de valor en el comercio del café.

Una breve mirada hacia el futuro

Este desarrollo fue interrumpido por la Primera Guerra Mundial, que llevó a la expropiación de empresas alemanas y plantaciones de café en Guatemala. Pero las viejas redes comerciales lograron recuperarse y en el proceso el gobierno guatemalteco usó el capital alemán a propósito en contra del capital norteamericano para evitar la inminente dependencia de los Estados Unidos. Las expropiaciones a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial fueron más graves porque la tierra de los alemanes había sido distribuida en la década de 1940 por una reforma agraria. Esta fue revertida en la década de 1950 —después de un golpe de estado organizado por la CIA—, sin embargo, los conflictos sobre la propiedad alemana expropiada se prolongaron hasta 1959. La mayoría de los casos fue resuelta de manera informal entre las familias alemanas y el gobierno de Guatemala, a menudo mediante el pago de sobornos y muy probablemente con apoyo de las redes familiares. No obstante, la colonia alemana ya no alcanzó la misma expansión territorial y hegemonía económica que antes.

Al comparar las condiciones sociales y laborales que regían en las plantaciones de café cubanas y guatemaltecas del siglo XIX, se encuentran solo pocas diferencias, a pesar de que los empleados tenían un estatus jurídico diferente. Las opciones de vivienda, alimentación, vestuario y los ritmos de trabajo fueron parecidos. Las diferencias en la descripción de la población indígena de Guatemala en comparación con los esclavos cubanos son igualmente menores. Después de las reformas liberales de la década de 1870, que privaban a la población indígena de sus fuentes de ingresos y dieron lugar a la servidumbre por deudas, se describía a los indígenas habitualmente como poco dispuestos a trabajar, sin alma y pasivos, de modo que solo la fuerza o la «educación» al trabajo prometía algún resultado. Pero, a diferencia de las descripciones de los esclavos del Caribe, los indígenas de Guatemala fueron vistos como más bien inofensivos y dóciles. Al menos no causaban problemas, aparte de no llegar a trabajar.

Ambas narraciones fueron discursos coloniales de autojustificación, en los que no se describían las características individuales de las personas, sino que se optó por una clasificación grupal y conveniente. El sistema guatemalteco de servidumbre por deudas difiere poco en su función del sistema de esclavitud. En ambos casos, el objetivo era concentrar la demanda masiva de mano de obra, especialmente en el ciclo de cosecha y más allá de él, para asegurar el cuidado de las plantas de café y sus cultivos concomitantes, así como el procesamiento de la cosecha. Entre los administradores de las plantaciones y los trabajadores existía una relación de dependencia paternalista, la cual no excluía agresiones y actos de violencia.

El ya mencionado Paul Dieseldorff, cafetalero de la finca Santa Margarita en Alta Verapaz, aconsejó a los futuros emigrantes alemanes clemencia:

El administrador debe esforzarse por una buena relación con los trabajadores, para que vean en él no solamente el señor estricto, sino también un amigo que aconseja y ayuda. El indio de Alta Verapaz debe ser tratado como un niño. El administrador debe ser determinado y enérgico para reforzar su autoridad. Debe tener claro sus puntos de vista de antemano y no debe cambiar sus decisiones con frecuencia. Por otro lado, también debe ser amable y justo para ganarse el corazón de su gente.

El mismo Dieseldorff inspiró las leyes contra la vagancia del general Ubico de 1934, en las que se abolió oficialmente la servidumbre por deudas, pero se estableció el trabajo forzado de la población indígena bajo absoluta arbitrariedad de los dueños de las fincas, que llegó hasta el asesinato impune de trabajadores. La investigación ha señalado la transferencia de experiencias entre la legislación colonial alemana y Guatemala. Pero también es posible compararla con la legislación represiva sobre la esclavitud del siglo XIX. Un propietario de esclavos podría comprar, vender y alquilar sus esclavos. Un cafetalero guatemalteco no podía hacer eso con sus trabajadores. Sin embargo, se le permitió castigarlos o violentarlos, tanto antes como después de la abolición legal del trabajo de servidumbre, es decir, hasta bien entrado el siglo XX. Aunque las leyes sobre esclavos en Cuba restringían el castigo físico, en la práctica esto quedó casi sin efecto. Nuevamente, ambos sistemas solo muestran diferencias mínimas.

***

La producción de café se desplazó en el siglo XIX geográficamente y en el eje de tiempo desde el Caribe hacia la región de América del Sur y Centroamérica, a causa del cambio de las condiciones de producción y venta, las características climáticas, también con vista al clima de negocios y los grandes ciclos económicos. «Todo tenía su tiempo», también los giros de la rueda de la machina mundi, para seguir con la metáfora de este proceso de modernización global, que estableció las condiciones individuales de éxito o fracaso económico. Lo que era demasiado temprano para uno, venía justo a tiempo para otro. El tiempo y el lugar beneficiaron a la ubicación guatemalteca. La relación funcional era la adecuada y el engranaje de la maquina giraba. Con la aparición del mercado mundial se activó una demanda significativamente mayor, procedimientos de control de riesgos en la producción de café y la aceleración del transporte a través de comunicaciones mejoradas. La producción y el comercio de café en el siglo XIX se basaron en una organización de trabajo que se diferenciaba entre Cuba y Guatemala, sobre todo por su marco legal. Adicionalmente, en Guatemala participaban muchos más empresarios alemanes que también se habían unido a las élites nacionales en mayor medida. Pero ambos sistemas fueron similares, especialmente en los métodos de producción a gran escala y en la organización del trabajo, así como en el trato de aquellos que sostuvieron esta producción en las plantaciones o fincas de café.

En la investigación se ha discutido de forma controversial y en muchas facetas la contribución de la trata de esclavos y la esclavitud en las plantaciones a la acumulación inicial de capital, argumentando que la urbanización y la industrialización tardía de España en el siglo XIX se beneficiaron especialmente de las transferencias de estas ganancias. Pero no solo hubo una secuencia temporal y la gran separación espacial entre la esclavitud y el capitalismo, sino también una simultaneidad.

El sistema de la segunda esclavitud, es decir, la esclavitud en las plantaciones del siglo XIX, siguió, mientras duró, la lógica de la utilización capitalista global, de la misma manera que las fincas de café en Guatemala basadas en el trabajo forzado. Una gran similitud se encuentra incluso en las descripciones peyorativas de los esclavos cubanos y los trabajadores agrícolas indígenas guatemaltecos, ya que en ambos casos se trata de la autojustificación de un sistema de explotación. Este sistema fue global y no conocía fronteras nacionales. A veces era más rígido que otras. Adquirió su fuerza de la relación asimétrica entre países productores y consumidores, del margen entre los más bajos costos posibles de producción y transporte, por un lado, y una creciente demanda y un elevado precio de venta, por el otro lado. Con ello, el sistema reprodujo sus estructuras de incentivos. Pero eso no fue un problema exclusivamente cubano o guatemalteco.

Mientras los así llamados barones del café de Hamburgo celebraban su prosperidad en la Elbchaussee, al mismo tiempo las miedjes, las limpiadoras alemanas de café, clasificaban los granos de café en las cintas transportadoras en el muelle Sandtor en Hamburgo, aun en la década de 1930, por un salario de miseria, como si el tiempo se hubiera detenido.

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