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Exceso de opinión


La cultura de la mera opinión se consolida peligrosamente por encima de la argumentación.

Cuando a finales del siglo XIX explotó el polémico caso sobre supuesto espionaje en torno a la figura del capitán Alfred Dreyfus, no solo se produjo un sismo en la Tercera República Francesa que terminaría por definir corrientes como el antisemitismo, el sionismo y los nuevos nacionalismos, sino que consolidó la figura pública del intelectual. Émile Zola, el noble escritor que publicó en 1898 su texto Yo acuso (J’accuse) para defender a Dreyfus, pagaría un alto precio por ser el líder de opinión de entonces a favor de la libertad.

A un siglo largo de distancia, entrado el XXI, asistimos a una era paradójica. La libertad de opinión y expresión, principio fundamental de las democracias liberales y cristalización de los ideales de la Ilustración, pareciera brotar como manantial. Pero el problema, ya diagnosticado de sobra en la era de Internet y las redes sociales, donde escasean los filtros y la rigurosidad, son la aparición de la posverdad, las fake-news o la desinformación. Y algo que podemos denominar a secas el exceso de opinión.

Como lo ha señalado el analista de medios Ómar Rincón, «la opinión importa más que los hechos». Según esto, a los poderes en el mundo actual les preocuparía más la opinión que las propias noticias, fortaleciendo una suerte de democracia de opinión por encima de una política de la información, lo que implica un desafío a la libertad de expresión.

Como resultado, a los gobiernos, a la clase política y a quienes ocupan el poder, en gobiernos democráticos o no, les preocupan más las opiniones a favor o en contra, y esperan contar con el mayor número de opinadores en medios y redes a su favor, por encima de la realidad de lo que las noticias cuentan o de una sólida argumentación. En otras palabras y volviendo a Aristóteles: el triunfo del pathos sobre el logos.

Hemos llegado así al punto en que los datos, la información y el buen periodismo poco importan a los poderosos y a gran número de ciudadanos, donde meros opinadores o ligeros influenciadores son la noticia, los hechos, lo público. Según Rincón, «la libertad de expresión deja de importar para pasar a la opinión creyente aprobada y la opinión disidente perseguida. Y, entonces, surge la idea de que la libertad de expresión no tiene sentido».

En tiempos en que la tentación autoritaria incluso promueve en Colombia y otros países la idea del Estado de opinión por encima del Estado de derecho, sirvan estas advertencias para revalorar la añeja pero irreemplazable relación entre libertad y verdadera información.

Imagen: Alfred Dreyfus (1859-1935). Fuente: Aaron Gerschel (dominio público).

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