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Gerencia por emergencia: Latinoamérica ante el coronavirus


¿Ahora la diferencia está entre izquierda y derecha, entre populistas o institucionalistas, o entre responsables e irresponsables?

No es posible predecir el impacto total que tendrá la pandemia en América Latina. Se sabe que no es la región más desarrollada del mundo. Se sabe que no tiene el poderío del Banco Europeo para generar un plan de rescate, y que su comercio depende de las compras que hagan las potencias a su canasta de materias primas. El sentido común nos dice que los países mejor preparados para los embates del estancamiento económico tendrán un punto de partida ventajoso para la recuperación de la máquina global. También que aquellos gobiernos más previsores y protectores de la institucionalidad pueden lograr resultados más positivos para sus sociedades en medio de esta crisis inédita.

¿Ahora la diferencia está entre izquierda y derecha, entre populistas e institucionalistas o entre irresponsables y responsables? La primera es seguro que no. La pandemia superó toda expectativa de los gobiernos, cualquiera que sea su orientación política. La segunda quizá se parece más al panorama actual, aunque con una variable: incluso algunos gobernantes, populismo mediante, generaron medidas drásticas de protección de la ciudadanía mientras otros, también populismo mediante, seguían en movilizaciones multitudinarias junto a sus adeptos o besando infantes en concentraciones de personas, justo cuando el mundo responsable, la ciencia y la política llamaban al aislamiento. Entonces, la tercera propuesta parecería más sintetizadora de la diferenciación en el abordaje del coronavirus y la paralización del mundo tal como lo conocíamos.

Repaso a la región

Día diez de aislamiento en casa. Montevideo está desierta. En los hogares la gente espera junto al televisor la hora del informativo para enterarse de los nuevos casos, de las medidas del Gobierno y de las iniciativas comunitarias que surgen en medio de la incertidumbre. En el Centro y en la periferia hay ollas solidarias como aporte a los más necesitados. Miles quedaron sin empleo o están en el seguro de paro. Uruguay estrenó hace 20 días un nuevo gobierno nacional con muchos planes y expectativas, pero el tema sanitario copó la agenda. El Ejecutivo, los parlamentarios, los partidos, la prensa, los artistas, los futbolistas, todos, están abocados a la contingencia.

Previo al anuncio de medidas para encarar la pandemia, el presidente se reunió con los partidos políticos. Predictibilidad en tiempos de lo impredecible. El abordaje ha sido conciso y transversal. Difusión masiva de las recomendaciones de higiene, profundización del aislamiento social, incorporación de tecnología para informar y el desfile de algunas medidas económicas.

Del otro lado de la orilla, Argentina ha intentado esta vez seguir, a su estilo, los pasos de su hermano chico con el diálogo interpartidario. La oposición apoya al presidente pero mantiene su alarma por el impacto económico. Se diferencia de Uruguay por la declaratoria de cuarentena total. Los países del Río de la Plata y Paraguay han cerrado fronteras, extendido la suspensión de clases, instado a que todos sus ciudadanos se queden en sus casas y desplegado un operativo logístico que pone en relieve la capacidad del sistema de salud pública. Aunque estos tres países comparten historia y cercanía, las brechas por la eficacia de sus plataformas de salud son considerables.

En Chile, el último país del Cono Sur en subirse a la ola, las gestiones del Gobierno han dado mensajes mixtos. Dispusieron el aislamiento de regiones enteras y el bloqueo de la exótica isla de Rapa Nui para evitar la llegada del virus, y declararon un estado de catástrofe nacional por 90 días. Por otro lado, se mostraron blandos con medidas más restrictivas y rechazaron un llamado de alcaldes de todo el país y de las fuerzas políticas a tomar medidas más severas. La comunicación del Gobierno ha sido muy criticada, especialmente la actuación del ministro de Salud, quien ha insistido en que la cuarentena total es un accionar «insensato e innecesario», a contrapelo de lo que sucede en la región.

Bolivia es uno de los territorios menos afectados, pero donde se repiten las medidas drásticas. El Gobierno decretó cuarentena total por 14 días y suspendió el transporte público y privado. La autoridad electoral también suspendió las elecciones generales previstas para el 3 de mayo. En Ecuador, la nación con más refugiados extranjeros de la región, la operativa de la emergencia está encabezada por el vicepresidente. Se decretó estado de excepción con el añadido de un fantasma muy conocido en América Latina: toque de queda nocturno para mantener a las personas en sus hogares. La misma mano dura se desplegó en Perú, donde la cuarentena total incluye medidas de arresto a quienes la incumplan. Al 21 de marzo, ocho mil personas habían sido detenidas. ¿Qué tienen estos tres países en común? Elevados niveles de informalidad laboral y personas fuera del sistema de seguridad social, extensión territorial sin buena cobertura de salud y numerosas comunidades indígenas por atender. ¿Cuáles son los escenarios posibles de una expansión masiva del virus en estos territorios en particular? Nada positivos.

Foto: Christina Bennett, U.S. Air Force

Foto: Christina Bennett, U.S. Air Force


Ahora, el centro neurálgico del virus en América Latina: México y Brasil. Los países más extensos, más poblados, con mayor conectividad aérea, terrestre y marítima, y con debilidades en la cobertura de salud total de sus habitantes. Mientras en Latinoamérica los países iban declarándose en emergencia uno a uno, el presidente brasileño de derecha, Jair Bolsonaro, abrazaba multitudes en una marcha a beneficio de su controvertido liderazgo; y, más al norte, el presidente mexicano de izquierda, Andrés López Obrador, besaba a una niña rodeado por cientos de sus adeptos llamando a la población de seguirse abrazando y mostrando amuletos que le protegen contra el virus. En ambos países las medidas no han tan estridentes como las antes mencionadas. Por un lado, el liderazgo democrático llamando a la cuarentena voluntaria; por otro, el carisma populista que se resiste.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, conocido por su popularidad en redes sociales y sus actitudes desafiantes contra la oposición, fue uno de los primeros en Centroamérica en declarar el estado de alarma y luego decretar la cuarentena total y obligatoria. Ha marcado la agenda con una ambiciosa serie de medidas que exime a toda la población de todos los pagos pendientes por tres meses, desde sus tarjetas de crédito, compras de electrodomésticos, hasta los servicios públicos. Su vecino Daniel Ortega, presidente izquierdista de Nicaragua, cuestionado por instalar un autoritarismo nepotista junto a su esposa vicepresidenta, ha mantenido una posición diametralmente distinta: para sorpresa de la región convocó a una marcha en rechazo al COVID-19 y anunció visitas casa a casa para luchar contra el virus. La carencia de medidas preocupa a países vecinos que han tomado medidas de diverso tipo, como Costa Rica o Panamá. Sin embargo, esta evidencia deja claro que la irresponsabilidad ante la crisis no tiene orientación política.

Por último, Colombia y Venezuela. Dos formas distintas de abordar la crisis. Una en democracia, otra en dictadura. Países con más de 2000 kilómetros de frontera porosa. El primero, hiperconectado al mundo, el segundo rezagado de todos los avances. Uno con un presidente en aprietos cuestionado por la disidencia desde el año pasado, el otro con un régimen militar que recrudece la represión para mantener a la gente en sus casas y aprovechar el momento hacia el control total.

¡Es..! Es la economía

Y ante este escenario tan diverso, donde los abordajes no han sido uniformes y hay países cuyos gobiernos desatienden recomendaciones de las autoridades sanitarias globales, o dudan de aplicar medidas más drásticas por escepticismo o descreimiento de la prolongación del virus, ¿qué nos depara como región? Un escenario positivo sería el de la menor cantidad posible de infectados y fallecidos. ¿Son suficientes las medidas drásticas para tener buenos resultados? ¿O hace falta que lo drástico esté acompañado de un abordaje institucional responsable y coordinado?

¿Serán suficientes los refinanciamientos de deuda, los parches a la economía de medianos y pequeños empresarios, los préstamos de la banca pública, los pequeños aportes a la gente para alimentarse y cubrir sus gastos esenciales? Latinoamérica no es Europa: cada vez que se habla de FMI las piedras crujen en la calle. No sabemos si nuestra dinámica económica, anclada en el sector minero-energético y el agronegocio, es la mejor plataforma para sacarnos del atolladero que dejará el coronavirus.

El mensaje de la pandemia ha sido contundente: priorizar lo esencial y fortalecer la solidaridad y el bien común. De izquierda o derecha, populistas o institucionalistas, todo indica que solo los gobiernos más responsables pueden orientar una política clara en el camino a resultados positivos. Un gran momento para pensar en crear países más resilientes y justos. Ojalá sea este el mensaje que perdure.

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