Hijas de forasteros
. «Espero de corazón que allá, del otro lado del océano, puedan encontrar suelo firme. Eso sería un consuelo», escribía el abuelo Neitzert en su carta de despedida a su hijo y nuera que, con sus tres pequeños, partían hacia América del Sur. Otra historia de forasteros.
Carta de despedida del abuelo Neitzert en la ciudad de Weimar. Alemania | Foto: Manfred Steffen
1. La gringa Erika
Eran épocas turbulentas en la Alemania de los años treinta. Inflación galopante, desocupación creciente y violencia en las calles teñían de desesperanza aquellos días. Muchos sospechaban que todo iba a empeorar y se embarcaron hacia el sur, donde tal vez sus hijos podrían crecer a salvo de lo que se avecinaba. Así llegaron miles de europeos a las costas de América.
Erika tenía ocho años cuando con sus padres y hermanos, tal vez por casualidad, llegaron al Uruguay después de dejar la Weimar natal. En el pueblito de Nueva Helvecia alguien les prestó una casa y allí fueron a la escuela y aprendieron español. Dicen que Erika cantaba tangos arrastrando la erre y que los vecinos del pueblo, encantados con la gringuita de trenzas, le pedían más canciones y le daban chocolate.
2. La niña de Guatemala
Jakelin Caal era una niña maya de siete años que partió con su familia desde su pueblito natal hacia el norte, a los Estados Unidos, ese país de las mil oportunidades. Pero fue detenida por la patrulla fronteriza y falleció poco después, probablemente deshidratada. «No hay palabras para describir el horror», comentó Hillary Clinton en su twitter. Es que a veces realmente no hay palabras.
3. Günther, el forastero
Günther nació en Berlín en 1935. Por ser judío tuvo que emigrar y también, tal vez casualmente, terminó en Uruguay, donde conoció a Lucero. Todos sus hijos cantan y uno de ellos le compuso una canción que habla de fronteras y del amor que salva las distancias. «Soy hijo de un forastero y de una estrella del alba», dice la canción. Y cuando la escucho, recuerdo que todos somos un poco forasteros persiguiendo una estrella fugaz.
4. La veneguayita
Historias de migrantes
Sus padres partieron de Venezuela, tal vez escapando o también siguiendo una estrella. Forasteros. Y así es que Ana Lucía nació en Montevideo, y ahora se cría mirando el río, escuchando murga y candombe. Seguramente algún día también ella escuchará aquella canción, o muchas otras, y sentirá que su casa está en la frontera.
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