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La crisis de Catar y sus repercusiones en el Golfo Arábigo

El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), compuesto por Kuwait, Arabia Saudí, Baréin, Catar, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Omán, sufre momentos aciagos. La reciente crisis diplomática que enfrenta a Catar contra Arabia Saudí, Baréin y EAU se cierne sobre el único oasis de estabilidad y desarrollo económico en la región.

Sesión del Consejo de Cooperación del Golfo | Fuente: US Department of State

Sesión del Consejo de Cooperación del Golfo | Fuente: US Department of State


Ya en 2014, Arabia Saudí, Bahréin y EAU retiraron sus embajadores de Doha, a quien acusaban de apoyo al terrorismo e interferencias en los asuntos internos de otros Estados. En realidad, tanto esta crisis como la actual responden a los mismos condicionantes que en 2014 Catar prometió solventar pero que continúa pasando por alto. En concreto, el apoyo catarí a los Hermanos Musulmanes siempre ha suscitado la ira de sus vecinos, que consideran a la organización como una grave amenaza para la legitimidad política de sus petromonarquías. Del mismo modo, la inclinación de Al Jazeera (la cadena de noticias controlada por el emir de Catar) por airear los trapos sucios de todos sus vecinos, excepto los del propio Catar, no gusta demasiado en el resto de la región.

De este modo, la crisis actual se entiende en el contexto de una desafección profunda con Catar y sus políticas disidentes e incluso contrarias a los intereses de sus vecinos. Cierto es que no sería la primera vez que los países del CCG se solapan e incluso se contraponen en sus iniciativas exteriores. Tampoco es Catar el único país del CCG con una diplomacia independiente alejada de la línea dura suní propugnada por el bloque saudí-emiratí. Véase en este caso el ejemplo de Omán, considerado el verso suelto del CCG por sus excelentes relaciones con Irán, y que, sin embargo, ha sabido mantener un equilibrio adecuado logrando hacer respetar su política exterior de mediación y pragmatismo. [1]

Por un lado, Catar ha debido hacer reajustes importantes con el fin de sobrellevar no solo una crisis diplomática, sino también un bloqueo económico y comercial de implementación intermitente y parcial. Dado que la inmensa mayoría de las importaciones de alimentos y otros productos básicos proceden de la única frontera terrestre de Catar con Arabia Saudí, el boicot comercial ha inflado los precios, mientras los aviones turcos e iraníes llenan poco a poco este vacío. El aislamiento de Doha también afecta al tráfico aéreo, pues la prohibición de la aerolínea nacional Qatar Airways de sobrevolar el espacio aéreo saudí, emiratí y bahreiní ha provocado graves pérdidas, que el apoyo tímido de Omán ha aliviado parcialmente.

Por el otro lado, los países ejecutores del bloqueo también está sufriendo graves desajustes comerciales, en especial el Emirato de Dubái, que se nutre de exportaciones de servicios cataríes y el transporte de mercancías desde Doha. [2]

Además, el CCG debe ahora más que nunca presentarse como un frente unido, a la luz de la escalada de violencia cerca sus fronteras, en Siria, Irak y sobre todo en Yemen, donde existe una gran crisis humanitaria.

Los dos países del CCG que hasta ahora se han mantenido fuera de esta controversia son Kuwait y Omán, ambos con una sólida reputación como mediadores imparciales y efectivos [3]. Los dos países tienen mucho que perder si el CCG acaba desintegrándose y, sin embargo, sus esfuerzos hasta la fecha han resultado infructuosos. La diplomacia silenciosa de estos dos países rehúye el conflicto y cultiva amistades altamente lucrativas con enemigos irreconciliables como son Irán y Arabia Saudí. Queda por ver hasta qué punto las tensiones internas del CCG ponen en peligro estas políticas exteriores independientes y pragmáticas, que hasta ahora han sido la principal fuente de estabilidad en la región.

Lo que está en juego en esta crisis diplomática son dos visiones geoestratégicas excluyentes: frente a la defensa reaccionaria del statu quo de Arabia Saudí, Catar ha luchado contra la fuerza de gravedad de Riad, que ha atraído exitosa e irrevocablemente a otros Estados pequeños y vulnerables como Bahréin bajo su órbita. En su intento por no convertirse en un cliente saudí y destacar entre sus vecinos, Catar ha optado por un enfoque revisionista que se materializa en una apuesta clara por el islamismo y otros vientos de cambio.

La perpetuación de la crisis catarí no beneficia a nadie, ni dentro ni fuera del CCG. Estados Unidos y los países occidentales necesitan un Consejo unido que mantenga la estabilidad en la región. El eje saudí-emiratí-bahreiní necesita del apoyo de Catar si pretende contener a un Irán optimista tras el levantamiento de sanciones. Ni Kuwait ni Omán pueden mantener sus diplomacias independientes y pragmáticas con la alineación de sus vecinos árabes. De este modo, mientras Oriente Medio arde en llamas y sus crisis se multiplican de Siria a Yemen, el Golfo es testigo de una grave brecha interna que, si no se soluciona a tiempo, puede dar al traste con el único oasis de estabilidad y paz en la región.

[1] Cafiero, Giorgio, y Yefet, Adam (2016). «Oman and the GCC: A Solid Relationship», Middle East Policy Council, vol. 23, n.º 3, pp. 49-55.

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