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Latinoamérica: una unidad a medio hacer

Se habla mucho de unidad latinoamericana —la patria grande, dicen los populistas— pero la realidad es totalmente otra. La idiosincrasia, la matriz cultural, tiene dos fuertes componentes: el caudillismo heredado de lo hispánico y el caciquismo propio del indígena.


Shot of the ''Mão'' of Oscar Niemeyer, in Memorial da América Latina - São Paulo, SP. Foto tirada por [[pt:Usuário:Gabrielt4e]]

Shot of the »Mão» of Oscar Niemeyer, in Memorial da América Latina – São Paulo, SP. Foto tirada por [[pt:Usuário:Gabrielt4e]]


A esta fusión debemos agregarle el individualismo latino de origen hispano, sobre el que se explaya muy bien Rafael Altamira en su Psicología del pueblo español. Todo ello termina por conformar la fisonomía más destacada de la problemática latinoamericana.

El acontecer político pasa por liderazgos fuertes. En su época fueron militares o salidos de grupos de poder, hoy lo son con fuerte impronta populista, pero la mayoría conserva rasgos de autoritarismo. Curiosamente, casi ninguno ha llegado a la categoría de estadista. Están legitimados por el voto, pero se trata de una frágil legitimidad, apoyada sobre todo en esos rasgos caudillistas-caciquistas. A esto debe sumarse la existencia de instituciones débiles, con una fuerte inclinación al autoritarismo y el no respeto a la independencia de los poderes.

Dado el personalismo imperante, los proyectos propios de los dirigentes son difícilmente renunciables en función de un proyecto en común. La multiplicidad de instituciones, tratados y alianzas apuntan a que cada líder, en el mejor de los casos un grupo de ellos, quieran tener el manejo de la organización.

La debilidad institucional de la mayoría de los Estados latinoamericanos se expresa también en la incongruencia de que países no adecuadamente integrados en lo interno pretenden integrarse hacia afuera. Muestra de ello son los innumerables intentos, algunos de los cuales llevan décadas o se superponen, como la ALADI, la Comunidad Andina de Naciones, el Mercado Común Centroamericano; la Comunidad del Caribe, el Mercosur, la Unasur, la CELAC y últimamente la Alianza del Pacífico, y de los cuales hasta ahora no se han visto éxitos evidentes.

También hay incoherencias incomprensibles. En el artículo 2 del Tratado Constitutivo de la Unasur se afirma que cualquier integración se hará «en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados». Quienes redactaron y firmaron dicho tratado ignoraban —o se quisieron engañar— que en los procesos de integración hay una característica fundamental, una cierta pérdida y no fortalecimiento de soberanía, a la cual se renuncia en favor de la integración.

La región es incapaz de progresar en la democratización y solo dos países —Uruguay y Costa Rica— califican como democracias plenas, según un informe de The Economist Intelligence Unit (EUI) 2014 realizado para la BBC. Los problemas más graves para la democracia en la región siguen teniendo que ver con las debilidades institucionales de los Estados, los continuos niveles de desigualdad socioeconómica y los bajos niveles de educación.

Por ahora debemos ser realistas, ya que vivir en un mundo de ficciones no conduce más que a nuevas frustraciones. Sin democracias plenas será difícil alcanzar esa unidad latinoamericana tantas veces proclamada y hasta ahora no alcanzada.

Jorge Dell’Oro | @dellOroJorge

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