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Paraguay, 150 años después


El pasado 1.º de marzo se cumplieron 150 años de la muerte del mariscal Francisco Solano López. Este hecho marcó el fin de la trágica guerra contra la Triple Alianza, que diezmó a la población paraguaya, desmembró su territorio e impuso, por el imperio de la fuerza, condiciones inadmisibles en tiempos de paz. Desde ese momento se inició un penoso y extenso itinerario para reconstruir un país que se había adelantado a su tiempo, pero cuyos mayores logros fueron reducidos a escombros por el fuego de los cañones y las lacerantes bayonetas aliadas.

La nación sobrevivió gracias al coraje irreductible de las residentas, mujeres paraguayas que se convirtieron, de madres y jefas de hogares, en brazos fuertes e inagotables para acompañar a la disminuida población masculina a levantar la producción. Fue esa tenaz resistencia la que empujó e hizo crecer casi desde la oscuridad al Paraguay, la que hizo restituir la confianza herida por las cruentas atrocidades de una contienda bélica desigual e injusta.

El Paraguay se irguió, restauró sus instituciones, con mucha confusión y apasionadas internas, generadas por las consecuencias de la guerra. En ese clima denso, de inestabilidad casi permanente, el país debió prepararse para enfrentar un nuevo conflicto regional, la única guerra internacional del siglo XX en América del Sur, esta vez con Bolivia. Y otra grave herida se produjo, que puso a prueba el heroísmo en el combate y la templanza para superar las tensiones interiores derivadas de tantas turbulencias soportadas. Esto último no fue posible. La vida institucional se quebró y la inestabilidad política interna se adueñó del Paraguay, hasta que emergió una dictadura de 35 años que clausuró las libertades públicas. La democracia quedó postergada, los poderes de Estado fueron dominados por una monolítica estructura que desde las fuerzas militares sometió a la ciudadanía a los rigores de un régimen autoritario.

Esta situación duró hasta el 3 de febrero de 1989, cuando desde el mismo corazón de la dictadura surgió un movimiento revolucionario que le puso fin. Se inició, desde entonces hasta la fecha, un largo ciclo de transición a la democracia. En este periodo de 31 años, el más extenso en la historia política del Paraguay de vigencia plena de las libertades públicas, de alternancia en el poder sin traumas, aún no está consolidada la democracia. Aquella matriz cultural autoritaria permea las instituciones republicanas —aunque, justo reconocerlo, cada vez con menos intensidad—, sostenida por los intereses de poderes fácticos que, en el afán de mantenerse, asedian la continuidad y progreso del sistema democrático.

Este breve relato del pasado no tiene, ni pretende tener, el rigor de un análisis histórico, sino que era necesario para describir en pocas líneas los impactos de una guerra que, 150 años después, aún arrastra efectos que han demorado la recuperación definitiva del país. Es cierto que no todo lo que nos pasa es atribuible a secuelas indirectas de aquella terrible contienda; es mayor la responsabilidad de las actuales generaciones pero, desde el fondo de nuestras debilidades, se anidan esos episodios tristes, que pueden ser perdonables, en razón del tiempo y las nuevas realidades, mas no borrados de la memoria, para que esos hechos, bajo otras circunstancias, no vuelvan a renacer.

Emociona cuando un joven o una persona adulta uruguaya, cualquiera fuere su pensamiento o ideología, lo primero que dice al saludar es: «perdón hermano paraguayo por lo que hicimos un siglo y medio atrás»; también lo hacen argentinos o brasileños, aunque con menos frecuencia, y estos signos caracterizan la emergencia de tiempos distintos.

Ciento cincuenta años después los paraguayos y nuestros vecinos ya no pensamos en las disputas del siglo XIX, sino que anhelamos integrarnos para reducir nuestras asimetrías, para encontrar más los intereses convergentes que aquellos que puedan retornarnos a las tristes épocas vividas. Para restituir la confianza recíproca, aceptemos nuestras debilidades y fortalezas, sin mirar el espejo retrovisor, pero sin olvidar lo que en un momento fuimos. Para caminar juntos hacia nuestros mejores destinos.

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