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Paraguay: migración y solidaridad en tiempos de COVID-19

«Mi hogar está donde amanecen mis zapatos» es la frase que me enseñó Daniela, una buena compañera brasileña de maestría para ayudarme a superar el techaga’u añoranza, en idioma guaraní, en Costa Rica, mientras tenía estatus de migrante no autorizado a trabajar. Debía terminar mis estudios de posgrado como fuera. Estaba allí gracias a una beca de la Fundación Konrad Adenauer, no podía fallar. Yo repetía la frase de Daniela como un mantra día tras día, mientras avanzaba en mis estudios tratando de no detenerme a pensar en cuánto extrañaba a mi país, mis amigos, mi familia y el delicioso aroma a carne asada de los domingos.

Aun con el dolor que implica la distancia, sabía que era una migrante en condiciones muy por encima favorables de las que tiene el paraguayo migrante promedio: estaba estudiando, tenía una beca, un seguro médico, un techo y una familia que me adoptó con afecto. Mi experiencia laboral previa a la maestría me había permitido leer cientos de expedientes de paraguayos en situación de vulnerabilidad que solicitaban asistencia para retornar al país, la mayoría de ellos asentados de manera más o menos regular en España, Argentina y Brasil. Madres, esposos, hijos, incluso abuelas que habían emprendido una hazaña en busca de mejores ingresos y consecuentemente un mejor porvenir para los suyos. Al partir, el éxito era una posibilidad, una esperanza, mientras que permanecer en Paraguay era entregarse a la certeza de seguir padeciendo las limitaciones de la pobreza y la desigualdad de oportunidades.

Si bien yo conocía historias de vulnerabilidad y tropiezos, cabe destacar la gran cantidad de casos de éxito y superación de paraguayos en el exterior a lo largo de estos años, y más que historias son indicadores socioeconómicos que lo hacen evidente: las remesas llegaron a representar el cuarto rubro de ingreso de divisas en el año 2010, una inyección directa a la economía familiar. Cientos de familias pudieron acceder a una vivienda digna, a estudios universitarios y a mejores condiciones de vida gracias al esfuerzo de los suyos que habían decidido migrar. A otros les había ido tan bien que retornaron al país con ahorros y estos se convirtieron en capital operativo de nuevas mipymes que dan mano de obra a otros compatriotas. Externalidades positivas.

La realidad actual es que miles de paraguayos siguen siendo migrantes por motivos laborales y académicos. No me adentraré en este último aspecto, pero la educación en Paraguay es materia pendiente en todos los niveles, y yo lo padecí en carne propia cuando fui a la universidad y por primera vez experimenté la educación pública. Esto me motivó a realizar un posgrado en el exterior.

La migración de paraguayos por motivos laborales está fuertemente vinculada a trabajos temporales, precarios, de subsistencia. Un importante porcentaje corresponde a empleos en manufacturas y servicios en Brasil y Argentina; en estos casos, a una frontera de distancia, existe la posibilidad de retornar o visitar a sus afectos con cierta periodicidad y facilidad.

Es sábado de noche. Las fronteras están cerradas. Hay 10 ºC de temperatura en el Puente de la Amistad, por donde antes de que todo estallara o, mejor dicho, se detuviera, transitaba el intenso comercio entre las ciudades de Foz do Iguazú (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay). Hace frío y un centenar de connacionales acampan en el puente deseando poder ingresar a su país de origen. No hay dónde correr. Atrás está Brasil, un país que se posiciona como el nuevo epicentro de la pandemia con medio millón de casos y casi treinta mil muertes por COVID-19; delante están los barrotes del paso migratorio del país que tuvieron que abandonar por falta de oportunidades.

Paraguay lleva más de 60 días en cuarentena. Al margen de las críticas, debemos reconocer que se actuó a tiempo. El motivo para acatar las medidas fue muy fácil de entender para la población: aun en tiempos de normalidad, el sistema de salud de Paraguay es deficiente y de ninguna manera aguantaría el pico de una pandemia. Estábamos saliendo de un brote de dengue y entendimos que este extraño virus es mucho más contagioso y letal. Obedecimos y respetamos las indicaciones de las autoridades sanitarias. Y así, con una recesión económica que golpea duramente y tratando de reinventar la actividad económica con delivery, videoconferencias y todo lo que nos permita avanzar y al mismo tiempo mantener distanciamiento físico, aquí, en esta isla rodeada de tierra, tenemos solo mil casos confirmados y once decesos.

Ante la avalancha de compatriotas en el exterior que deseaban retornar al país, porque las empresas donde trabajaban cerraron, porque las universidades cancelaron sus clases o porque sintieron en peligro su salud, la respuesta y la gestión no han sido fáciles para el Gobierno. Ya cuando estábamos por debajo de los cien casos, los reportes indicaban que la mayoría de los nuevos positivos correspondían a personas que habían retornado del exterior. La reacción de una ciudadanía en pánico fue cruel: «cierren las fronteras, que nadie entre», entendible por el miedo pero absolutamente violatoria de los derechos humanos y constitucionales. No quiero hacer un juicio de valor sobre la gente que abiertamente salió a decir «que no dejen entrar a nadie más»; solo espero que sus zapatos nunca tengan que amanecer sobre un puente o varados en un aeropuerto para entender lo que estaban pasando nuestros compatriotas.

La solución a esta problemática han sido los albergues, en su mayoría puestos militares u otros edificios públicos acondicionados y habilitados para que los paraguayos retornados de otros países guarden cuarentena obligatoria durante 15 días. Además de una prueba de COVID-19 al ingresar y al salir del albergue.

«Un total de 566 casos positivos de COVID-19 de los 778 registrados actualmente en Paraguay se encuentran en albergues habilitados por el Gobierno Nacional. […] Este número representa apenas el 16 % de las 3495 personas albergadas tras su ingreso al territorio nacional del exterior, y que deben cumplir la cuarentena de 14 días para recibir el alta y volver a sus hogares. Sin embargo, los 566 casos en los albergues representan el 71 % de todos los tests positivos que ha registrado hasta el momento el país […]. El ministro de Salud, Julio Mazzoleni, explicó recientemente que la mayoría de los casos positivos registrados en los albergues corresponden a personas jóvenes que venían del Brasil y que prácticamente no presentan síntomas de la enfermedad. Indicó además que la carga viral en estas personas es notoriamente elevada a los casos positivos que se han registrado fuera de los albergues». [1]

Según los números oficiales el 85 % de las personas que ingresaron a Paraguay en el contexto de la emergencia sanitaria (más de 3500 a la fecha), lo hicieron a través del Puente de la Amistad (frontera con Brasil); de este porcentaje, el 98 % proceden de San Pablo y alrededores, la ciudad brasilera con mayor índice de infectados y fallecidos por COVID-19 en el vecino país.

Las personas que migran no dejan atrás sus derechos cuando salen de su lugar de origen. La Declaración Universal de Derechos Humanos manifiesta en su artículo 13 que: «Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país».

El valor de la solidaridad, que ha sido constante para ayudar a las personas más afectadas por la crisis económica con donaciones, ollas populares y otras iniciativas, fue el valor ausente ante El miedo y la ignorancia a lo desconocido. Gran parte de la ciudadanía desaprobó la gestión del Gobierno, que, ceñido al mandato constitucional, intenta asistir (con tremendas limitaciones) a la población migrante.

Mientras tanto, la frontera de Encarnación (Paraguay) con Posadas (Argentina) nos enseña cómo la acción de un gobierno local, con el apoyo de una ciudadanía organizada y un sector privado comprometido, puede dar soluciones que ni el Ejecutivo nacional logra articular.

Ante la intención de que los paraguayos varados en Posadas (en gran proporción oriundos de Encarnación), pasaran a guardar cuarentena en albergues de Asunción (a 350 km), el intendente encarnaceno, Luis Yd, salió al paso de esta situación articulando los mecanismos necesarios para que sus conciudadanos guardaran cuarentena en su ciudad (municipio que para ese entonces reportaba cero caso positivo). Una parte de la infraestructura hotelera de la ciudad, hoy parada por el nulo turismo, adecuó sus instalaciones para dar paso a la iniciativa Hotel Salud.

«Conseguimos que un hotel, a un precio accesible, pueda utilizarse para que este grupo de encarnaceños e itapuenses pueda cumplir con el protocolo que Salud establece, estando en su ciudad y cerca de sus familias, que es lo que desearíamos seguramente para cada uno de nosotros si nos tocara atravesar esta situación». [2]

Hoy Hotel Salud ha sido replicada por el Gobierno nacional y se ha convertido en un plan piloto para atender a los connacionales que puedan costear su estadía en aislamiento, lo cual ayuda a descongestionar los albergues públicos.

¿Quién no ha oído alguna vez hablar del efecto mariposa (o al menos de la película), ese inocente aleteo de un insecto capaz de hacerse sentir del otro lado del mundo? Este viejo proverbio chino se ha hecho ejemplo palpable en el virus de un murciélago en China que se expandió por toda la Tierra, por la interconexión de este mundo globalizado, un efecto que sentimos todos, no solo por la magnitud del impacto sino también porque nos hemos detenido —días, semanas o meses— a observar sus efectos, reflejados en cifras sanitarias y económicas que cambian y se actualizan fuera de control.

Son muchos los hechos que suceden y que afectan a la persona vecina, a la ciudad vecina, al país vecino o al continente más cercano, y que terminan repercutiendo en nuestras vidas, pero no nos detenemos a observar sus efectos. Y menos aún queremos hacernos responsables de las consecuencias de nuestras acciones sobre los demás, al momento de cuidar el ambiente o (no) ir a votar, por ejemplo.

La pobreza, la corrupción, la falta de oportunidades y las injusticias, ¿no son los factores que expulsaron a nuestros compatriotas hacia el exterior en busca de un mejor futuro? ¿Estamos listos para hacernos cargo de nuestras acciones y palabras y del impacto que tienen sobre otras personas?

La buena noticia es que las acciones positivas también pueden tener una reacción en cadena. Son los valores de la solidaridad y la empatía los que nos salvarán de esta crisis.

No nos salvan las fronteras y el egoísmo, aunque tengamos un razonamiento falaz que lo afirme; nuestra humanidad sabe que no es así. En las crisis es cuando más debemos fortalecer el tejido social, con las reglas de una nueva normalidad que, ante el impedimento de darnos un abrazo, nos ejercita a mirar a los ojos —las ventanas del corazón— para reconocernos de verdad.

Paraguayos somos todos los que nacimos en estos 406.752 km2. Personas con dignidad y derechos somos todos los seres humanos. Amparados en nuestra Constitución nacional y en los tratados internacionales, aun cuando el miedo y la desesperanza se impongan, no olvidemos nuestra esencia.

Notas:

[1] Boletín de la Agencia de Información Paraguaya, del 17 de mayo de 2020, disponible en www.ip.gov.py.

[2] Declaraciones del intendente Luis Yd, en su perfil de Facebook: https://www.facebook.com/LuisYdIntendente/posts/1621867834633213

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