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Partidos abiertos, partidos cercanos

Una nueva realidad social implica reflexionar y actualizar el trabajo de los partidos políticos para acercarlos de nueva cuenta a la ciudadanía.


La política debe volver a ser espacio para construir, en común, lo común | Imagen: Carlos Castillo

La política debe volver a ser espacio para construir, en común, lo común | Ilustración: Carlos Castillo


Factores irremplazables de la consolidación, el desarrollo y la permanencia de la democracia, los partidos políticos han sido la piedra angular de la participación política tradicional.

Hoy, frente a una sociedad que demuestra exigencias nuevas e inquietudes renovadas, es necesario reflexionar acerca de la realidad en que se desenvuelve la política y el modo en que se incorporan nuevos actores, muchas veces más atractivos, también casi siempre menos comprometidos.

Si la sociedad cambia, el ejercicio del poder y de la autoridad también deben hacerlo. Esto lo han entendido empresas, mercados, incluso aquellas Iglesias que ofrecen distintas opciones frente a los credos milenarios, y tal pareciera que son los actores políticos quienes más se resisten a tomar acciones frente a esta realidad.

Así, los partidos pasaron poco a poco de ser espacios de participación ciudadana a exigir un profesionalismo que hizo del oficio político una auténtica carrera personal dentro de un grupo exclusivo. Es decir, los partidos cedieron en ser actores de interés público para convertirse en protectores de intereses privados, grupales en ocasiones, casi siempre bajo el signo de lo propio antes que de lo común, de proteger lo alcanzado antes que arriesgarse a lo nuevo, de repetir las fórmulas habituales antes que pensar en la innovación.

Un sistema político de profesionales es conveniente y hasta deseable para la conducción de un país. No obstante, y ante el advenimiento de alternativas que ponen en riesgo la estabilidad de las democracias, como el populismo, es de crucial importancia que los partidos retomen como parte central de su agenda el que la sociedad los asuma de nuevo como vehículos del interés común.

Al esquema vertical y cerrado, incluso adormilado y mecánico que supone una burocracia, los partidos deben devolver al ciudadano la posibilidad de participar de manera activa en el plano político, no con miras a incorporarlo a la estructura establecida, sino más bien con la intención de que aquél vivifique, dinamice y devuelva ánimo y presencia a sus propias estructuras. Esto, con el objetivo de darle horizontalidad a lo que ya se ha convertido en algo rígido y no pocas veces carente de imaginación y dinamismo.

Para ello, la propia estructura territorial de los partidos resultaría de enorme utilidad: más allá de lo electoral, es necesaria una labor cotidiana y constante para que una sociedad más preparada y más capaz pueda participar desde sus distintos ámbitos de especialidad, con objetivos claros y bien trazados, con estrategias que hagan de esos aportes factor claro y distinguible del involucramiento ciudadano.

Este dinamismo debe ser propiciado por los propios partidos, pues son estos los que se alejaron de la sociedad, se volvieron en ocasiones inaccesibles y al final propiciaron el distanciamiento que es en buena medida el origen del advenimiento de opciones antipolíticas o antisistémicas.

La importancia de hacerlo implicará, en cierta medida, ceder poder o, visto de otra manera, ejercer de un modo más proactivo el poder. La gravedad de no hacerlo implicará, como ocurre ya, perder paulatinamente ese poder frente a apuestas riesgosas, que implican potenciales retrocesos, polarizaciones y rupturas fruto de una política simplista y de atajo.

Incorporar plenamente a la ciudadanía al ejercicio de la política hará más sólida a la comunidad: partícipe y responsable por su propio destino. Los partidos deben hoy abrirse, acercarse, organizarse de mejor manera, trascender el plano electoral para ser auténticos constructores de ciudadanía, de lo común, del bien común.

Carlos Castillo | @altanerias Director editorial y de Cooperación Institucional, Fundación Rafael Preciado Hernández. Director de la revista Bien Común.

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