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Presidenciales en Colombia: pulso de derecha e izquierda

Iván Duque y Gustavo Petro, los elegidos a segunda vuelta en Colombia.

Ganadores por departamento en la primera ronda presidencial. Iván Duque en azul, Gustavo Petro en lila y Sergio Fajardo en verde (en Bogotá) | Fuente: WikiCommons

Ganadores por departamento en la primera ronda presidencial. Iván Duque (azul), Gustavo Petro (lila) y Sergio Fajardo (verde, en Bogotá) | Fuente: WikiCommons


Tras una larga insistencia de la clase política de que la derecha y la izquierda como polos ideológicos son conceptos del pasado, la primera ronda presidencial en Colombia ha desenmascarado de nuevo esta cortina de humo: la polarización, la diferenciación programática, los estilos de comunicación, los planteamientos económicos y hasta los simbólicos fueron lo suficientemente distintos para decantar a dos candidatos radicalmente opuestos con posibilidades de poder: Iván Duque, el nuevo hijo mimado de la derecha del expresidente Álvaro Uribe, y por la izquierda el exguerrillero del M-19, agitador consumado y antiguo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.

Sí, la estrategia de pretender inscribir candidaturas que dicen prácticamente lo mismo y se copian a sí mismas, como si fuesen productos lácteos o artículos de primera necesidad, es una de las formas en que el marketing político apela para aspirar a electores en todos los niveles, para no perder posibles compradores. Pero esto no funciona aún en un país como Colombia, que ha estado haciendo lo posible y lo imposible por dejar atrás medio siglo de conflicto armado y violencia arraigada en sus territorios, enfrentando posiciones que van desde el dogmatismo revolucionario de guerrillas como las FARC y el ELN hasta los intereses de la extrema derecha terrateniente, narcotraficante y paramilitar.

En medio de esta inclemente lucha por el poder —legal y extralegal—, las instituciones democráticas colombianas son aún lo suficientemente fuertes para sostener procesos electorales competitivos, valioso legado del siglo XIX, que han separado a la nación de la barbarie y del rótulo de Estado fallido. Las elecciones del domingo 27 de mayo decantaron, legítimamente, dos propuestas reorganizativas para el país: una derecha tradicional pronunciada, que se opone en gran medida al acuerdo de paz del actual gobierno de Juan Manuel Santos, que aspira a unificar y subordinar el funcionamiento de la rama judicial desde sus cortes, mantener los principios liberales del mercado y promover el orden y la seguridad, frente a una izquierda populista y caudillista, de talante redistributivo, que aún apela a la lucha de clases para prometer la anhelada igualdad en los sectores populares.

Los resultados fueron concluyentes: el 39,14 % de votantes apoyó a Duque, delfín político formado en Washington, frente a 25,08 % de Petro, polemista profesional que tiene el mérito de cautivar a las grandes masas y a los excluidos del paraíso terrenal natural que dicen que es Colombia. Los herederos directos de Santos, de origen liberal, su exvicepresidente Germán Vargas Lleras y su antiguo negociador de paz, Humberto de La Calle, sucumbieron como un aeroplano sin dirección ni combustible (7,28 % de votos para el primero y 1,76 % para el segundo). Mientras el matemático, profesor, exalcalde de Medellín y exgobernador de Antióquia Sergio Fajardo, con una meritoria campaña alcanzó el 23,73 % de los votos, pero no pudo consolidar por su propia tibieza su posición de verdadero centro. En todo caso, por sus eventuales apoyos, será la pareja de baile más solicitada en la segunda vuelta presidencial.

A 70 años de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y la explosión de la violencia política que aún marca a la nación, ya veremos quién será el próximo presidente de Colombia que pueda o no darle contenido a un país más pacífico y participativo (las últimas jornadas electorales han sido las menos violentas y con la abstención más baja en cuatro décadas). Será un debate en que la paz estará de fondo y de nuevo interferido en exceso por las encuestas, con sobreexposición de los dos candidatos, pero que requerirá otra vez de la paciencia, el compromiso democrático ciudadano y el generoso apoyo de la comunidad internacional.

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