https://github.com/search/advanced?q=custom+code+can+we+transfer+all+sites+to+office.com%2Fadmin_hoting_console%28cloudflare%29_%22switch+panel%22%29%2F......%2Fwebsites%2Fwix.com https://github.com/search/advanced?q=custom+code+can+we+transfer+all+sites+to+office.com%2Fadmin_hoting_console%28cloudflare%29_%22switch+panel%22%29%2F......%2Fwebsites%2Fwix.com
top of page

Quino


Ha muerto el genio creador de Mafalda. ¿Por qué sigue vigente su obra dentro y fuera de América Latina?

Joaquín Salvador Lavado, conocido universalmente como Quino, es uno de los pocos creadores latinoamericanos —más allá de algunos íconos de la música popular y algunos gigantes literarios— universalmente aclamado. Fallecido a sus 88 años, desató mensajes nostálgicos que recordaban sus trazos, en tiras y notas de una gran sensibilidad humana y agudeza intelectual.

Nacido en Mendoza en 1932, hijo de padres malagueños emigrados a la entonces próspera Argentina, fue uno de los puntales del boom autoral del cómic argentino, que ya era una industria de gran proyección continental, especialmente con su tira Mafalda, que nos plantea la ansiedad del mundo contemporáneo desde los ojos de esta precoz niña, de imposibles seis años, con respuestas adolescentes y candor infantil. «La Contestataria», la llamó la primera traducción italiana, promovida y prologada por no otro que el gran semiólogo y convencido del valor de cómic, Umberto Eco. En su prefacio, el sabio piamontés nos habla de una joven que «vive en permanente confrontación dialéctica con el mundo adulto, mundo al cual no estima, no respeta, es hostil, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres».[1]

En ese mundo, Mafalda vive con sus compañeros, en chiquillerías de un barrio bonaerense de clase media: Felipe, el mayor, fanático del Llanero Solitario y azotado por los deberes; Susanita Chirusi, aspirante a esposa y madre en rigurosa estratificación; Manolito Goreiro, hacendoso hijo de un bodeguero gallego; Miguelito Pitti, de tendencias autoritarias y no exento de vanidad; Libertad, espíritu libre algo desatendido por sus padres. Completan la comparsa el papá —siempre innominado—, la mamá —Raquel, que podría haber sido «alguien», en el duro comentario de su hija— y Guille, iconoclasta infante. Ah, y Burocracia, su tortuguita.

Pero las desventuras y angustias de este conjunto casi estereotípico no son las de una tira infantil más. Es más cercano al suburbano y psicológico Peanuts (aunque a Schulz la longevidad de la tira le melló el filo de sus primeras décadas), que a Nancy (Periquita, no la confundan con Mafalda, por favor), y sin las travesuras de un Dennis the Menace. ¿En qué otra tira cómica, una serie de viñetas sobre un yo-yo se convertiría en un pequeño ensayo de la competencia infantil a una metáfora más amplia de la sociedad de consumo? ¿Qué otros niños juegan a la guerra atómica porque es hora de regresar a sus apartamentos? ¿Cómo de otro modo nos habríamos dado cuenta que somos unos países cabeza abajo? ¿En qué otra página infantil hablaban de U Thant, Johnson y Goldwater, Kruschev y Mao, Guevara y Rockefeller? No deja de ser irónico que este cómic haya nacido de un ardid publicitario: le encargaron al joven dibujante una familia de clase media con nombres que comenzaran con la letra M, por los electrodomésticos Mansfield, cuyos avisos tendrían sus diálogos. Pospuesta la campaña, Quino publicó sus dibujos en Primera Página, El Mundo y, eventualmente, en Siete Días; al ser semanario, este último requería que los dibujos llegasen adelantados, con lo que muchos comentarios tópicos de coyuntura fueron perdiéndose.

Casi una década duró Mafalda, aunque pervive en una miríada de ediciones e idiomas, con sus tres mil strips. Esos nueve años vieron en la Argentina el paso de la democracia modesta e inestable con Illia, pasando por la Revolución argentina de Onganía a Lanusse y el comienzo de la caótica restauración peronista. En la crisis y la censura, Quino se trasladó a Italia, asistiendo desde allí a colegas perseguidos en el Proceso de Reorganización Nacional. Sería entusiasta partidario del regreso democrático con Alfonsín y pasaría sus últimas décadas cruzando el Atlántico, itinerante, mientras recibía el siglo dibujando para múltiples periódicos y revistas del mundo, compiladas en numerosos álbumes. Viñetas de humor blanco que eran más agudamente políticas y existenciales que las de los caricaturistas de diario. En ellas mismas uno ve un progreso del humor absurdista a la crítica desde un humanista individualismo apabullado por el sistema: cárceles, burocracias, instituciones, tradiciones y normas, en títulos como Bien gracias, ¿y usted?, A mí no me grite, Hombres de bolsillo, Déjenme inventar, Gente en su sitio y Potentes, prepotentes e impotentes. El funcionario alienado, el preso que sueña con ser libre, el granjero que habla con sus animales y el espacio, el marido o la mujer infelices que fantasean más allá de sus respectivas neurosis. Están, por supuesto, las tiras contra el esnobismo gourmet, artístico y musical. Pero también la última etapa, de gran misantropía y pesimismo: ¡Qué mala es la gente!, ¡Cuánta bondad! y ¡Qué presente impresentable! Aquí las desigualdades, la corrupción, la contaminación, la hipocresía parecían tomar lugar central, sin ningún optimismo por el cambio de siglo, y con muchos más diálogos.

Quizás por eso terminó a Mafalda cuando lo hizo —coincidiendo casi exactamente con el arco musical de sus ídolos, los Beatles—, dejándola en una niñez que, prematuramente madura, le habría augurado disgustos de avanzar cronológicamente. Los viejos amigos del barrio, enemistados por las heridas de una adolescencia y juventud bajo una terrible represión militar o por la polarización política recurrente. Los padres, con sucesivos auges y caídas de la clase media, a la ruina, al boom y otra vez, como las economías latinoamericanas, en las cuestas incompletas del desarrollo. Se ha celebrado mucho el humanismo de Quino —algunos criticando su admisión socialista insistente en sus últimas entrevistas— pero a veces pareciera que es un grito ante la sensación de incompletitud latinoamericana, lo cual no tiene poco de desesperanza aprendida. «El futuro ¿nos quedaba atrás?», rezaba desesperada la leyenda de uno de sus últimos volúmenes.

No sé si uno llega al interés en la política gracias a Mafalda, o si leer Mafalda implica que uno tiene interés en la política. Pero releyéndola estos días me ha vuelto a hacer reír, no porque necesito que me diga qué piensa de Trump, de Putin o de la pandemia, sino porque en el fondo estamos tan desorientados como esa pequeña. Somos unos pichiruchis, y queremos dejar de serlo.

Nota: [1] Mafalda “vive in una continua dialettica col mondo adulto, che non stima, non rispetta, avversa, umilia e respinge, rivendicando il suo diritto a rimanere una bambina che non vuole gestire un universo adulterato dai genitori». Umberto Eco, «Mafalda, o del rifuto», 1969. Versión castellana en El mundo de Mafalda, Barcelona, 1992, p. 63.

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page
https://github.com/search/advanced?q=custom+code+can+we+transfer+all+sites+to+office.com%2Fadmin_hoting_console%28cloudflare%29_%22switch+panel%22%29%2F......%2Fwebsites%2Fwix.com