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Soy de la generación igualdad


En los últimos años, las demandas a favor de la igualdad de género han eclosionado y se han hecho presentes en todos los puntos del globo de manera singular. Sin embargo, no se trata de un fenómeno reciente, sino que data de varios siglos atrás. Muchos de los reclamos de hoy pueden reivindicarse por lo alcanzado en el pasado. Pero, ¿cuáles son sus características actuales y los factores que han intensificado su auge en nuestras sociedades?

Madrid. Dos jóvenes ataviadas de violeta salen del metro en Sol con una pancarta. «La revolución será feminista o no será», puede leerse en ella. Valparaíso. Un grupo de mujeres con cintas en los ojos entona un himno mientras, coordinadas, realizan lo que parece ser una coreografía. «El violador eres tú», gritan al unísono. Ciudad de México. Medio centenar de mujeres marchan frente al Palacio de Bellas Artes. «Ni una más», reza la cruz rosada que portan varias de ellas. Buenos Aires. Un grupo de amigas viajan en ómnibus dirección al Congreso. Todas ellas visten pañuelos verdes en sus muñecas. El movimiento que reivindica los derechos de las mujeres está más vivo que nunca y su presencia se extiende por toda Iberoamérica.

A pesar de que históricamente las mujeres siempre lucharon por la expansión de sus derechos, en los últimos años hemos sido testigos de una propagación sin precedentes de las movilizaciones a favor de la igualdad. Por una parte, la crisis de representación ha originado que cada vez más ciudadanos vean la movilización social como una manera efectiva de reivindicar sus derechos y canalizar todas sus demandas. No obstante, este no es el único movimiento que ha ganado auge en los últimos años, sino que otros como el ecologismo o el indigenismo, aunque de maneras diferentes, también se han hecho más presentes o, al menos, más visibles.

En este sentido, nos encontramos en un momento de expansión de los movimientos sociales, derivado de la desafección política presente entre los ciudadanos que sienten que sus visiones no están correctamente representadas en la esfera institucional. Esto también ha sido posible gracias al desarrollo de las redes sociales, que permiten organizarse de manera más rápida y sencilla. Vivimos en una sociedad de redes, como definió Manuel Castells hace más de una década, que permite crear vínculos inmediatos entre usuarios de distintos puntos.

Se trata de un movimiento multirreivindicativo que posee un discurso transversal. Es decir, lo que busca es lograr la igualdad de hombres y mujeres en las diversas esferas de la vida pública y privada. Se trata a la vez de uno pero también de muchos movimientos. Dentro de su paraguas se encuentran una serie de temáticas diversas que, unidas, bregan por la consecución de su objetivo común: la igualdad. El aborto, la paridad laboral, la violencia de género… todas son causas que se articulan y crean la noción de una identidad colectiva que abarca diferentes demandas contra una misma estructura de poder. Los temas que siempre han estado presentes y por los que siempre se ha abogado se abordan adaptándose a las nuevas prácticas.

Por otra parte, no hay que olvidar que, al tratarse de un movimiento social, este también se milita. Es decir, a pesar de que las redes sociales han favorecido su organización y presencia a nivel mundial, las acciones que poseen mayor impacto son las que se llevan a cabo en la calle, puesto que estas tienen mayor visibilidad. Cada vez más ciudadanas y ciudadanos se animan a salir a la vía pública a interpelar a un orden social que, aunque de maneras más sutiles que en el pasado, sigue fomentando la brecha entre hombres y mujeres.

Otra de las características es su estructura horizontal sin jerarquías. No existen líderes que fijen la agenda o lleven a cabo la toma de decisiones y esta es la esencia del movimiento: la sororidad. La ayuda mutua entre unas y otras por conseguir una causa común. Mujeres —y también hombres— de ideologías, valores, religiones y ambientes diferentes se apoyan y luchan por un mismo objetivo, formando un repertorio de acción colectiva.

Pero si existe un rasgo verdaderamente característico de esta ola de reclamos por la equidad es su fuerte impronta generacional. Hoy somos testigos en cada uno de nuestros países de movilizaciones en las que participan niñas, jóvenes y mujeres de todas las edades a las que ya no hace falta convencer, como podría suceder unas décadas atrás con nuestras madres o abuelas, de ponerse las «gafas violetas». Y es que ya no somos miopes. Ya no precisamos lentes. No en vano, ONU Mujeres tituló su campaña de este año «Generación Igualdad».

A pesar de que en los últimos treinta años la presencia de mujeres en instituciones políticas iberoamericanas ha experimentado un importante aumento, es evidente que la paridad aún está lejos de ser total. Solo pensar el número de feminicidios que llevamos en lo que va de año en cada uno de nuestros países produce escalofríos. Como también que a millones de mujeres se les siga privando diariamente de ejercer sus derechos. O que sigamos apretando fuerte la llave cuando caminamos solas de noche de vuelta a casa.

«El nueve nadie se mueve», anunciaron las mexicanas en el paro general de mujeres del pasado lunes 9 de marzo. Argentina se encuentra inmersa en los preparativos de un nuevo proyecto de reforma de ley que apruebe el derecho al aborto en su territorio. El destino del país rioplatense sigue siendo un pañuelo. En Chile, país exportador del himno «El violador eres tú», la igualdad de género poseerá un gran peso en la reforma constitucional prevista para reemplazar el texto redactado en tiempos de Pinochet. Las mujeres nicaragüenses son prueba de que también se puede militar desde dentro, después de que el Gobierno limitase la libre movilización en el país. Madrid, a pesar del auge de los extremos, se vuelve a teñir de violeta un año más para luchar contra la desigualdad.

Son muchos los motivos que nos convocan y nos seguirán convocando para reivindicar nuestros derechos como mujeres. El fin de las atrocidades, el pleno ejercicio de nuestras libertades y la igualdad total de oportunidades socioeconómicas, culturales y políticas se pueden contemplar hoy como una utopía. Ha sido relativamente poco frecuente ver a mujeres electas para primeros cargos de una nación latinoamericana. Hace unos días vimos en Uruguay cómo Beatriz Argimón asumía la vicepresidencia de su país. Quitémonos las gafas y sigamos creyendo. «Sin comunidad, no hay liberación», dijo Audre Lorde. Y tenemos la suerte de pertenecer a esta generación igualdad que nunca va a dejar de luchar.

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