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Taiwan: símbolo de competencia entre dos sistemas

Taiwán es hoy un símbolo de Occidente. Esto es paradójico: una isla a 12.798 kilómetros de Washington DC, a 9.960 de Londres y a 9.037 de Berlín ha alcanzado una dimensión geopolítica clave para comprender el desafío que enfrentan las democracias liberales y el asediado orden posterior a la caída del Muro en 1989 ¿Por qué?

Taiwán, una república democrática ausente de los principales organismos internacionales por presión de China continental, es considerado un modelo de desarrollo que logró entre 1952 y 1980 quintuplicar su ingreso real per capita, incluso cuando su población aumentó a más del doble, pasando de 8,14 a 17,8 millones. Es una democracia estable, con un sistema republicano, bajos índices de pobreza y delincuencia, alternancia en el poder y pleno empleo. Con un PIB que ronda los 586.000 millones de dólares, se destaca en una región convulsionada.

Taiwán es simbólico porque es un ejemplo contundente de una democracia eficiente para generar riqueza respetando los derechos humanos. Este último punto es clave porque representa una oportunidad para evitar la trampa de nuestro tiempo. Esta trampa sostiene que hay que resignarse al modelo chino. Es decir, hay que aceptar la combinación de altas tasas de crecimiento y represión política o, en su defecto, aceptar que el respeto irrestricto a los derechos humanos y libertades políticas puede repercutir en bajas tasas de crecimiento económico. En los últimos veinte años, las élites económicas y políticas de Occidente han sido (tácita o explícitamente) cómplices de esta trampa. Taiwán ha sido un contraejemplo contundente que, más aún desde la aparición del covid-19, ha demostrado que es posible lidiar eficientemente con una pandemia respetando los derechos individuales. Esta es la enseñanza política y moral más importante de nuestro tiempo.

La pandemia es (o debiera ser) un punto de inflexión en el tratamiento irresponsable hacia China continental por parte de actores relevantes de Occidente. En ese sentido, el papel de Taiwán es formidable desde lo moral, estratégico y geopolítico porque contribuye a refutar de manera precisa el discurso superficial que ligaba gran parte de la eficiencia china a su posibilidad de no respetar los derechos humanos para, por ejemplo, enfrentar una pandemia. Hoy sabemos (y para ello la experiencia de Taiwán ha sido crucial) que la opacidad y represión en China fue decisiva en el fracaso inicial para detener al virus y, más aun, hoy sabemos que la apertura y transparencia en Taiwán fue decisiva para la eficiente contención del virus en la isla donde, tomando como fecha de referencia el 23 de enero de 2021, han habido tan solo siete muertes. El éxito en la gestión de la pandemia y la campaña internacional para que sea miembro pleno de la OMS podría permitir a Taiwán afrontar uno de sus grandes desafíos: el desconocimiento y desentendimiento de Occidente y de gran parte del mundo sobre el país.

¿Es Taiwán el nuevo Berlín? Si así fuera, ¿es Occidente consciente de la necesidad de defender a Taiwán como en su momento defendió a Berlín? Hasta ahora no ha sido plenamente consciente. Sin embargo, al menos es posible percibir que ha comenzado un incipiente cambio. El Muro de Berlín aparece como una adecuada referencia para este momento de incertidumbre que atraviesa Occidente. Berlín es un faro cercano que debe servir como referencia para comprender la dimensión del desafío que hoy suponen Hong Kong y, más aún, Taiwán. Obviamente ambos están ligados a la amenaza a la libertad global que es el Partido Comunista Chino encarnado en su líder, Xi Jinping.

Mientras la Unión Soviética era un desafío claro y contundente para las democracias liberales y que, al final del día, fue un total fracaso económico, China comunista es un desafío opaco o más difuso que, al final del día, ha sido un éxito económico capitalista. Dado que una parte importante de ese éxito económico se debe al papel de los inversores y consumidores occidentales, es necesario remarcar que la amenaza a los valores de la democracia liberal y los derechos humanos del régimen chino es muy superior al desafío que representó el comunismo soviético.

Este es un punto evidente que, sin embargo, ha sido subestimado: la inminente consolidación de China como principal economía global no supone solo un desafío para el liderazgo material americano sino es una amenaza al estado de las libertades individuales en todas las sociedades abiertas. El proceso de erosión de esas libertades como consecuencia del creciente comercio e intercambio con China ha sido lento pero sistemático.

¿Por qué Taiwán es comparable a Berlín? Porque es una democracia que ha prosperado respetando los derechos humanos en medio de una agresión sistemática de un régimen vecino represivo, poderoso y culturalmente similar. Mientras que con la Unión Soviética Occidente nunca tuvo la ilusión de generar un vínculo sincero, las elites políticas y económicas de Occidente han buscado cooperar con China comunista a partir, precisamente, de la percepción de una inédita oportunidad de prosperidad comercial.

Si bien la administración Trump ha sido en muchos aspectos decepcionante, ha marcado el rumbo en la necesidad de modificar radicalmente cómo enfocar la relación con China. Trump, tras conversar con Tsai Ing-wen, la presidenta de Taiwán, se convirtió en el primer presidente de los Estados Unidos en acercarse al país desde que en 1979 Jimmy Carter rompió relaciones diplomáticas y estableció relaciones con la República Popular China. La disputa comercial iniciada por la administración Trump en 2017 agravó la tensa relación y fue seguida por un conjunto concreto de medidas. En octubre de 2020, el secretario de Estado Mike Pompeo, en una reunión en Tokio de la QUAD (un ámbito similar a la OTAN en Asia), fue contundente y manifestó la importancia de colaborar para proteger a las personas y socios de la explotación, corrupción y coerción de parte del Partido Comunista Chino. La última referencia fue declarar como genocidio la política del régimen chino contra la minoría musulmana uigur en la región de Xinjian. La administración Biden tiene un gran desafío por delante en su relacionamiento con Taiwán y China y debiera no solo ratificar esta política, sino involucrar en ella a la Unión Europea, Japón y Canadá. Occidente tiene una obligación política y moral con Taiwán.

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