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Todos los libros, la humanidad

Leer por distracción, por gusto, curiosidad, interés, imitación…


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William Shakespeare, c. 1623 | vía Wikimedia Commons


Cualquier motivo es válido y cualquier razón es suficiente para recrear ese acto hoy accesible, antaño selecto, antes aún reservado para los menos y que es siempre el contacto con otras ideas, mundos nuevos, vidas distintas porque, en palabras de Vargas Llosa, la nuestra está incompleta y solo puede ser una, mientras que la literatura nos abre la puerta a todas las existencias que nunca serán nuestras, pero de las que es posible apropiarse y vivir aunque sea por un instante.

Celebrar el libro es celebrar la lectura como forma civilizatoria, como legado y como tradición. Es asimismo evocar, de acuerdo con la fecha de la efeméride, a Cervantes y a Shakespeare, dos modelos sempiternos que, a través de sus obras, reacomodaron el mundo que les rodeaba para proyectarlo hacia el mañana, seguramente sin saberlo, pero ciertos de que la palabra era el camino para enfrentar, entender y retratar su entorno, un siglo convulso que buscaba orden tras dos centenares de años de ensayo y error.

Del Renacimiento al Siglo de Oro y al perfeccionamiento del teatro inglés pasó la revaloración de Bizancio y, con ello, de la antigüedad, de los viejos modelos, de nuevas viejas lecturas que aparecían y alcanzaban para añadir nuevas formas a las sólidas catedrales de la Edad Media.

Fue también la incursión de la ciencia y el desplazamiento de la metafísica, el fin de la alquimia y la astrología como métodos, el cisma religioso que dio un lugar nuevo a las lenguas populares, el hallazgo de un mundo nuevo que trastocó mapas, medidas y conceptos para enseñara a la humanidad el reto de una diversidad distinta a la que prevaleció durante dos milenios.

Y en esa América, también el libro. También el saber bajo la forma del códice y el glifo, hallazgos que conservaban la historia de culturas ancestrales bajo el signo de los astros, de los cambios de clima, de leyendas que aún hoy esperan interpretación y conocimiento suficiente para revelarse en su abundancia y riqueza.

El 23 de abril es la fecha elegida, por reconocimiento, por homenaje, por memoria, para festejar el Día del Libro. Y en esta efeméride, como en pocas de las miles que acompañan hoy día calendarios y agendas, hay un despliegue de pasado que apenas atisbamos en su inmensidad y complejidad.

Pero en su recuerdo, en su conmemoración, se concentra ese objeto que aparece en nuestros días como algo habitual, paisaje normal y cotidiano de casi cualquier urbe, que sigue y debe seguir no obstante brillando como el centro de un sistema, como el polo magnético en torno al cual se congregan la especie y sus más grandes legados, sus más ocultas vergüenzas, sus orgullos imperecederos, sus alcances y su infinita capacidad. Así todos los libros, así la suma de la riqueza de la humanidad.

Carlos Castillo | @altanerias

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