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Un fracaso contra la desinformación


Cuando recientemente las plataformas de internet decidieron tomar medidas contundentes contra la desinformación, erraron el tiro de forma catastrófica. Los primeros ejecutivos de Twitter y Facebook serán llamados a testificar pronto en el Senado de Estados Unidos porque ambas tecnológicas ocultaron activamente el enlace a una noticia del diario sensacionalista New York Post titulada «Correos electrónicos de Hunter Biden muestran cómo aprovechó las conexiones con su padre para aumentar su salario de Burisma».

En el caso de Twitter, hasta se prohibió a los usuarios publicar ese enlace durante horas, algo que llevó a quejarse hasta al mismo presidente norteamericano, quien lo hizo en esa misma red social. La lección aprendida —y desgraciadamente es tarde para aprenderla— es que el mal periodismo no es desinformación.

La crónica del New York Post es un ejercicio de mal periodismo. Fuentes parciales —amigos del presidente Trump— entregaron al diario imágenes supuestamente sacadas de un ordenador, que un técnico invidente de Delaware dijo haber obtenido de Hunter Biden, hijo del candidato demócrata. En las imágenes aparecían correos ambiguos, que sugerían nepotismo con unos negocios en Ucrania, pero no delitos claros. El diario publicó la exclusiva en su portada. La campaña de Trump, cerrando el círculo, denunció que la prensa había destapado el escándalo del siglo. Hubiera sido una tormenta dentro de un vaso de agua si no fuera porque Twitter y Facebook decidieron tomar sus drásticas medidas.

Fue lamentable. Primero, porque la noticia cobró mucha más relevancia de la que tiene, y la campaña de Trump demostró que empieza a llegar el día en que la actualidad no la marcarán los algoritmos de esas poderosas plataformas, sino otros medios de distribución, sobre todo los mensajes directos, donde se viralizó sin problemas. Pero sobre todo porque, mientras Twitter y Facebook han censurado a un medio norteamericano por su dudosa ética periodística, no han hecho absolutamente nada sobre el verdadero problema de la desinformación.

Hay ejemplos a miles. Estos titulares habitan en ambos servicios, sin ninguna restricción y miles de interacciones combinadas entre ellos: «COVID-19, arma de Estados Unidos o Israel para dañar a China e Irán». «Estados Unidos ha producido el coronavirus en sus laboratorios secretos». «El coronavirus, ¿un arma caída del cielo para Estados Unidos en su lucha contra China?». «El azúcar ¿un arma potencial contra COVID-19?». «La vacuna soviética contra la tuberculosis, ¿un arma contra el coronavirus?». Todos ellos son titulares reales, de medios como HispanTV o Sputnik, financiados y controlados por regímenes autoritarios como la teocracia iraní o Rusia.

Parece escapársele a los directivos de Twitter, Facebook y otras plataformas digitales que la desinformación no es periodismo, por malo que sea, sino que lo es la producción, de forma industrial, de notas de dudosa veracidad con un objetivo principal, que es atacar a las instituciones de Occidente en beneficio de esos regímenes autoritarios que la financian a gran escala. Esa desinformación opera, sobre todo, en sus propios portales, como los antes vistos. Lo hace además en multitud de idiomas, y el español es uno de los principales por la importancia de América Latina. La practican no solo Rusia o Irán, sino también China, Arabia Saudita, Cuba, Venezuela y otros Estados ajenos a la democracia.

Con esta medida drástica y equivocada, las redes sociales bien pueden haberse dado un tiro en el pie. Para los republicanos, Trump primero, han cometido censura, y por lo tanto han actuado como editores de contenido, cruzando un umbral muy importante. El presidente ya ha pedido a su partido que haga los cambios legales en el Capitolio para que así sean considerados; de ahí la cita a testificar. No es una cuestión menor, ni mucho menos.

Un viejo caballo de batalla de los conservadores estadounidenses es la sección 230 de la llamada Ley de Decencia en las Comunicaciones, aprobada en 1996, la prehistoria de internet. Esta dice explícitamente que las plataformas digitales como Twitter, Facebook o Google no son editoras de contenido y por tanto no están sujetas a las mismas normas de verificación o prevención de la censura que los medios de comunicación tradicionales.

El propio Senado, que ahora se dispone a investigar el incidente del New York Post, bien podría ser el que iniciara los trámites para revocar esa sección 230 que, si cae, cargará a las plataformas digitales de muchas más responsabilidades de las que ya tienen, incluida la moderación de comentarios, el control de lenguaje que incita al odio y, cómo no, la verificación de todo lo que se publica. Este es un gran peso que hasta ahora ha recaído sobre los ya de por sí cargados hombros de los castigados medios de comunicación.

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