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Un gobierno indolente


Crecimiento económico de cero por ciento, un aumento crítico en inseguridad y desabastecimiento de medicinas en el sector salud son tres de los más graves saldos del primer informe de Andrés Manuel López Obrador.

Si algo distinguió al candidato Andrés Manuel López Obrador fue su capacidad de hacer de la cercanía con el electorado una herramienta clave de su triunfo electoral.

Varios años de recorridos por todo el país, escenas de empatía ante los miles que se acercaban a él con demandas de apoyo, un contacto franco y abierto que antepuso a las clases más marginadas de un México en el que más de la mitad de la población padece algún nivel de pobreza.

Un sensibilidad política que, en suma, dio voz y espacios de participación pública —a través de su partido Morena— a un amplio sector de la población que el pasado 1 de julio accedió a cargos de elección sobre una ola de popularidad que reconfiguró un sistema en el que las fuerzas políticas tradicionales (PAN, PRI y PRD) quedaron relegadas a ser una oposición minoritaria en el Congreso de la Unión.

Tras nueve meses de ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo, y en el marco del primer informe de gobierno, fecha emblemática del presidencialismo mexicano, los resultados de López Obrador trocaron esa empatía por una indolencia que se ha convertido en uno de los rasgos más representativos de su ejercicio del poder.

Y es que si algo distingue las posturas y decisiones del presidente mexicano ante cada crisis a la que se enfrenta es su tendencia a restar importancia y rebajar la gravedad de aspectos que son determinantes para cualquier población: la economía, la seguridad y la salud.

Por lo que toca a la seguridad, tres tragedias demuestran cómo la retórica y la buena intención no bastan para solucionar uno de los problemas más graves y aciagos del país: en primer lugar, la muerte por quemaduras de más de cien personas que robaban combustible de un ducto abierto, el pasado 18 de enero, frente a las fuerzas del orden que no intervinieron ante una situación que ponía en riesgo la vida de familias enteras.

En segundo lugar, la violación tumultuosa de una mujer menor de edad —quien acudió a denunciar un caso de abuso— por policías de la Ciudad de México, lo que visibilizó no solo la corrupción e impunidad en la urbe sino que además devolvió al debate público el tema de los feminicidios en el país.

Se suma a lo anterior el asesinato de más de 25 personas en un bar del estado de Veracruz a manos del crimen organizado, el pasado 27 de agosto, perpetrado con bombas incendiarias.

Ante estos tres lamentables hechos, la reacción del presidente fue una indiferencia que pretende rebajar la gravedad de que su gobierno ha sido el más violento de la historia reciente del país, con más de 20.000 asesinatos en nueve meses. Incluso con declaraciones como «hay que portarse bien» demuestran una insensibilidad que hiere y resulta inaceptable por su ligereza e indolencia.

En lo que respecta a la economía, y ante el anuncio del Banco Central de que el crecimiento del país sería nulo, aunado a la magra capacidad de crear empleos, la respuesta del mandatario mexicano fue la descalificación de las instituciones que realizan ambas mediciones, así como el achacar la culpa —lo mismo que en los casos de inseguridad— a las administraciones anteriores.

Ningún viso de tomar medidas para corregir un rumbo a todas luces deficiente e inoperante; antes bien, la salida fácil de arremeter desde sus cotidianas conferencias de prensa matutinas contra organismos autónomos encargados de evaluar al gobierno, así como responsabilizar al neoliberalismo de las malas decisiones y defender la entrega directa de recursos a diversos sectores de la población como estrategia, más cercana a la demagogia y al paternalismo que a la activación del sector productivo.

El desabastecimiento de medicinas en el sector salud es, por otra parte, otro de los grandes problemas que enfrenta hoy el país, fruto de nuevas licitaciones aún inconclusas pero también de recortes presupuestales y cancelación de programas de asistencia social que han llevado a que incluso niños enfermos y sus padres se manifiesten públicamente en busca de soluciones.

Imágenes, entrevistas y videos son las herramientas que permiten presenciar el dolor de familias que de manera literal claman por ayuda frente a un gobierno de nueva cuenta indolente, incapaz de sensibilizarse ante casos de extrema urgencia y que en cambio prefiere denunciar «guerra sucia» en su contra, descalificar a la prensa por sus coberturas o acusar opositores de no ver un México que el propio López Obrador califica de «feliz, feliz, feliz».

La banalidad al enfrentar crisis severas de la Administración demuestran una indolencia que indigna, que busca disfrazar la incapacidad de actuar con determinación y efectividad, y que ante todo pretende responder con retórica y polarización de la ciudadanía frente a situaciones que exigen pericia, capacidad, técnica y no solamente criterios políticos.

Con los resultados de su primer informe de gobierno en materia de seguridad, salud y economía, López Obrador deja en claro que ese distanciamiento de la sociedad, recubierto de estrategias mercadotécnicas que pretenden demostrar una cada vez más inexistente cercanía, es también un escudo ante la realidad: la realidad de un país que padece la ineficiencia de su gobierno en los temas más urgentes.

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