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Una Europa en el centro


Con la salida del Reino Unido, ha perdido Europa pero también hemos perdido todos. Cada vez más vemos que la acción de obligar a una sociedad a la nefasta forma de elección binaria que representa el referéndum equivale a renunciar al acuerdo.

Roy Jenkins, galés, el mejor no primer ministro en la historia del Reino Unido, y el único británico que presidió la entonces Comisión de las Comunidades Europeas (1977-1981), cumpliría cien años el próximo 11 de noviembre de 2020. Hace un cuarto de siglo dejó unas maravillosas memorias a las que denominó A Life at the Centre. Laborista desde sus tiempos de estudiante de ciencia política en Oxford, Jenkins habría de abandonar la organización y fundar el Partido Socialdemócrata cuando Michael Foot y Tony Benn impulsaron un virulento giro hacia la izquierda que desembocó en el delirante programa electoral de 1983, también conocido como «la nota de suicidio más larga de la historia».

Convencido europeísta, escritor prolífico, equilibrado y brillante en sus análisis de los aparentemente no afines, como Stanley Baldwin y Winston Churchill, y de los aparentemente afines, como William Gladstone y Herbert Henry Asquith, Roy Jenkins terminaba Una vida en el centro, una maravillosa defensa de la centralidad política y vital, afirmando que hubiera sido poco delicado por su parte dedicar una sola línea de su libro a hablar en contra del destino, de los acontecimientos o de cualquier persona con la que se hubiera encontrado estrechamente vinculada en el transcurso de su vida.

Casi medio siglo de permanencia del Reino Unido en el corazón del proyecto europeo habla de un vínculo demasiado estrecho y sentido como para que este sea el momento de extender certificados de anunciadas defunciones, adjudicar responsabilidades o pretender desdeñar o compadecer el criterio de quienes compartieron con cientos de millones de europeos un horizonte, una convicción, una ilusión y un sentimiento. En todo caso, sería el momento de recordar quiénes defendían la democracia en Europa en 1940. Cuanto ha sucedido nos recuerda que nada en la Historia es inevitable o irreversible, porque «solo del hombre es la Historia», como decía Marc Bloch. Que la simplificación, la polarización y la fragmentación populistas prevalecen cuando el proyecto democrático carece de pasión cívica, convicción pedagógica y generosidad para albergar los infinitos matices de los que se nutre la convivencia y para potenciar el debate público y el diálogo entre identidades.

El Joker que nos presentan en 2020 Todd Phillips y Joaquín Phoenix dice que «el verdadero problema del mundo es que nadie se pone en el lugar del otro». En el lugar del otro se pusieron hace más de siete décadas Konrad Adenauer, Robert Schuman y Alcide de Gasperi para instalar la paz, la libertad, la concordia y la cohesión social y territorial en una Europa abierta al mundo, de oportunidades para su ciudadanía, y de aplicación de los principios de igualdad, mérito y capacidad. La empatía conduce a la plenitud democrática. Por eso, con el brexit hemos perdido todos. Obligar a una sociedad a la nefasta forma de elección binaria que representa el referéndum equivale a renunciar al acuerdo e instalar y consolidar la metodología política de la fractura. Viviremos, vivimos ya, más lejos de la centralidad aglutinadora. Europa está, hoy, más lejos del centro.

Roy Jenkins, que desde 1987 hasta su muerte en 2003 fue canciller de la Universidad de Oxford, decía que, aunque se había sentido con capacidad para «producir más de una tierra prometida» para sus conciudadanos, no lamentaba no haber alcanzado la suprema magistratura política británica a la que siempre aspiró. Se recordaba como un político decisivo, a veces aventurero. Y, sobre todo, recordaba cuán verdaderamente fácil le había resultado su relación con el poder. Para un humanista integral, en efecto, la relación con el poder es sencilla, porque el poder es parte de la existencia humana. El europeísmo deberá desplegar una propuesta también integral, humanista y empática si no quiere que el poder se convierta en una herramienta al servicio del oportunismo y del populismo. Especial responsabilidad recae sobre los fundadores de Europa, es decir, los demócratas de inspiración cristiana. Porque el desafío es poner, otra vez, a Europa en el centro.

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