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Venezolanos en el Uruguay


Si hay algo que lo hace a uno darse cuenta de que los años pasan, es ver a gente joven brillante escribiendo libros y dando conferencias. Eso me ocurrió hace unas semanas al ir a la presentación del libro de Ángel Arellano, Venezolanos en el Uruguay.

Arellano es un joven periodista venezolano expatrio, como nos llama mi colega Lourdes Pietrosemoli, que vive en Montevideo desde hace cuatro años. Tiene una maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Venezuela y es doctorando en Ciencias Políticas de la Universidad de la República del Uruguay. Ahora funge de coordinador de proyectos de la Konrad Adenauer Stiftung en este país. Es también uno de los pocos venezolanos que, al menos ahora, no disimula sus estudios para encontrar trabajo, como según él mismo nos narra, lo hacen los demás compatriotas.

Venezolanos en el Uruguay reúne numerosas y muy diversas historias de los venezolanos que arribaron a este país. Algunos llegaron en mejores condiciones que otros, por el solo hecho de venir en avión y tener algún contacto de trabajo. Otros vinieron en bus todo el camino y, los más, haciendo una parte del camino en algún vehículo que los acercara y el resto a pie. Sí, a pie. La campaña admirable de Bolívar, pero huyendo.

Son poco más de una decena de historias, que involucran a gente sola, a parejas, a familias. Historias que resultan arquetípicas de los casos de los venezolanos que han emigrado al Uruguay, y posiblemente para muchos de los que se han ido a otros países de Latinoamérica. No a Europa y otros lugares lejanos, claro, porque en bus y a pie no se puede ir.

Las historias son demoledoras, pero la narración no lo es. Esto, que parece paradójico, se debe a que, a pesar de lo conmovedor del destino de estos compatriotas, los guía un asombroso optimismo y una infatigable voluntad de salir adelante. La misma convicción y resiliencia se siente en el narrador y recopilador de estas historias.

No pude leerlo de un solo tirón. Las ganas no faltaban porque la narración es vivaz e interesante. Para otro venezolano expatrio resulta demasiado emotivo para encararlo de una sola sentada. Son historias que, de una forma u otra, todos hemos vivido. La muchacha que salió de Mérida cuando le reventaron su auto me recordó el día de 2014 que salimos en taxi de Las Tapias a tiros, porque la Guardia Nacional había rodeado a los muchachos que protestaban en la esquina. La falta de medicamentos, la dificultad para conseguir las comidas más básicas son las historias que oímos a diario por teléfono de hermanos y amigos. ¿Quién no ha leído que un colega universitario, profesor titular de muchos premios, se queje en Facebook de que tiene tres días sin comer?

El libro refleja puntos de vista distintos, como el de los venezolanos que emigran, el de los uruguayos que regresan ante el desastre del país que una vez los acogió, el de los uruguayos que reciben esta inmigración en masa que no esperaban.

También está la voz que nos guía a través de los textos. El del autor que explica con «datos, números, incógnitas y respuestas sobre la diáspora», como titula su capítulo inicial, y sus acotaciones y notas descriptivas de la realidad venezolana, incluso de palabras, conceptos y costumbres. Estas últimas le aclaran al lector interesado, pero no conocedor, detalles de la venezolanidad. A los venezolanos nos resultan útiles, porque nos recuerdan datos de una manera objetiva y desapasionada.

Siempre quedan preguntas e inquietudes. La que me persigue es el absurdo de que mis compatriotas cultos y universitarios tengan que disimular y esconder sus capacidades para encontrar algún trabajo que les dé de comer.

La diáspora sufre del mal de la apostilla y de las complicadas equivalencias. La apostilla es difícil de obtener en Venezuela porque se convirtió en un negocio, uno más. La gente espera siglos y paga fortunas para obtener un sello que es universalmente gratuito. Al llegar a la meta, las equivalencias son paquidérmicas. Las universidades del país receptor no solo no tienen los mecanismos para estudiar los expedientes de los que llegan, sino que adolecen de una burocracia decimonónica que no se conjuga ni con los tiempos ni con las circunstancias.

¿Por qué disimulan nuestros compatriotas? Lo he vivido. La nutricionista que trabaja en una tienda de cosméticos y me responde cuando le pregunto qué hacía en Venezuela: «porfa, no diga nada, porque pierdo el trabajo». Arquitectos a quienes les piden exámenes y pasan meses sin llegar a ver al profesor que se los pidió. El expediente del ingeniero forestal, con maestría en Alemania, que duerme cuatro años en la Facultad de Ingeniería para que luego le «reconozcan» el título de pregrado, porque aquí la carrera es novísima. No se entiende. La inmigración venezolana puede ofrecerle mucho más al Uruguay que expandir la oferta de comidas y mejorar la organización de los estantes en los supermercados. Aprovechar la capacidad y la educación de todos los inmigrantes es algo que hay que sugerirle al país.

Va nuestro agradecimiento al Uruguay por la generosa acogida de la que hemos sido objeto y que se refleja en el texto. Agradecimiento también a la Konrad Adenauer Stiftung, que se ha hecho eco de esta tragedia al publicar el libro.

La sensación que queda al cerrar el libro de Arellano es de esperanza. Esperanza de que la democracia volverá a nuestro país de la mano de jóvenes como él, de otros que emigraron y de los que allá luchan arriesgando sus vidas por la restauración de la República de Venezuela. Esperanza de que los latinoamericanos viviremos algún día en un continente respetuoso de los derechos humanos y del sistema democrático.

 

Ficha técnica

Venezolanos en el Uruguay Relatos, historias y datos de los inmigrantes que desembarcaron en la patria celeste Ángel Arellano Montevideo: Fundación Konrad Adenauer, 2019 176 pp. ISBN-978-9974-8706-2-8

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