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Venezuela: ¿cómo entender que Maduro puede ser «reelecto»?

Si, como todo indica, el Consejo Nacional Electoral proclama a Maduro como «reelecto», estaría también anunciando que los venezolanos respaldan un modelo económico socialista que arrasó desde todos los ángulos con el país otrora más próspero de la región.

Protestas contra el régimen en Caracas | Foto: WIkicommons

Protestas contra el régimen en Caracas | Foto: WIkicommons


Debe ser desesperante estar en la piel del jefe del régimen venezolano. Los números que recibe a diario sobre la tragedia económica, financiera, monetaria y humanitaria (él lo sabe bien) tienen el sello de su inacción.

Las encuestas detallan que más del 80 % de la población no lo rechaza, lo repudia. Aun así, presentó su nombre para seis años más al frente del gobierno. En posición adelantada, fuera de los lapsos que establece la Constitución, con los principales líderes opositores presos o inhabilitados y, lo peor, sobre los escombros de un país.

La sola idea de su inminente «reelección» es sinónimo del cinismo político más exacerbado. Es como asumir que el venezolano es una rara especie de homus masoquista que siente placer viviendo condenado a la falta de medicinas y de alimentos, a la hiperinflación. En fin, a una vida miserable.

Si, como todo indica, el Consejo Nacional Electoral (CNE), aliado sin cortapisas del régimen, proclama a Maduro como «reelecto», estaría también anunciando que los venezolanos respaldan un modelo económico socialista que —en pocas palabras— arrasó desde todos los ángulos con el país que otrora fue el más próspero de la región. Hoy quedan solo las ruinas.

Si el CNE anuncia en su boletín oficial el próximo domingo o el lunes en la madrugada, como ya es natural, que Maduro gobernará por otro periodo, entonces estará informando también que el grueso de los venezolanos están convencidos de que su sufrimiento, su hambre, sus penurias y toda la tragedia que significa sobrevivir en el país caribeño es producto de la fantasiosa guerra económica imperialista introducida por la escasez y la hiperinflación.

Detrás de este montaje eleccionario existe una realidad medida que conoce el mundo: todos los estudios de opinión —sin excepción— apuntan a que en un escenario de elecciones medianamente libres, inclusive con la ventaja de la maquinaria oficialista, el heredero de Hugo Chávez sería derrotado con más de 28 puntos porcentuales.

A pesar de que el Grupo de Lima, Estados Unidos y la Unión Europea advierten que no reconocerán los resultados, Maduro y los factores que lo dominan siguen adelante con este montaje que va más allá de la necesidad del régimen de legitimarse. El problema que entraña el próximo domingo es que el efecto será exactamente contrario.

Una elección impuesta

Si la evidente tragedia venezolana se tratara solamente de que un presidente por accidente, sin mayores talentos, se transfiguró en un autócrata que asesina a estudiantes protestantes, inhabilita a sus opositores e irrespeta todas las líneas de convivencia democrática, el caso sería más sencillo. Pero no. Maduro es solo la cara visible de todo un entramado perverso que va más allá de una dictadura cínica y tropical.

Todas las fuerzas exógenas que están detrás de los hilos del poder venezolano decidieron que la agonía de Maduro debía prolongarse mucho más. Por ello el llamado precoz a elecciones.

La convocatoria del 20 de mayo se puede definir como cualquier cosa menos como una elección. Con toda seguridad se sumará a la cadena de sacrificios del rehén de los hermanos Castro, para prolongar lo más que se pueda el control de La Habana sobre los escombros del país con las mayores reservas de petróleo del mundo.

Maduro es un rehén del crimen organizado trasnacional. Cuba es su metrópoli. El heredero de Hugo Chávez se juega una carta muy pesada, que lo terminará de deslegitimar aun más ante el mundo.

El régimen sabe que está poniendo el pie en el acelerador de una crisis mayor ante la comunidad internacional. Nadie en sus cabales podría siquiera dudar de que los electores venezolanos apostarían a depositar su confianza en los responsables activos y pasivos de una crisis humanitaria que adquiere cada día un tono más dramático.

El cálculo es que mientras más aislamiento y sanciones, más capacidad habrá de sobrevivir simbólicamente sobre la tesis absurda de la guerra económica imperial. Los números están claros para el régimen. Cerca de 4 millones de electores creen en esta manipulación discursiva. Hay que decirlo. Existen venezolanos que agradecen la dádiva, buscan entre la basura para comer y creen en la versión cantinflesca de una guerra económica como la detonante de su tragedia.

Pero el presidente —solo en apariencia— de la nación suramericana tiene que lidiar con los demonios propios de la tragedia que causó la revolución, el rechazo de las mayorías a las que se niega el derecho a elegir, la presión internacional que se ha calentado en las últimas horas, la lucha entre las facciones del chavismo por el control de los negocios lícitos e ilícitos que se mantienen a la sombra del régimen y especialmente los mandatos de las fuerzas extraterritoriales que verdaderamente lo dominan. La oposición venezolana, como contrapeso, no existe.

En campaña: una victoria simulada

En las maltrechas calles de las principales ciudades de Venezuela hay ambiente de todo, menos de campaña electoral presidencial. El candidato a la «reelección» se hace acompañar de artistas, moviliza «simpatizantes» con bolsas de comida haciendo las veces de señuelo. Imita en sus repetidos discursos la cadencia y el tono discursivo del fallecido Hugo Chávez.

Se muestra ante el aparataje comunicacional dominado por su régimen como un hombre de familia, un líder victorioso. Él sabe, el país sabe, el mundo sabe, que es un gran perdedor. Ni todas las baterías del marketing político ni los mejores asesores pueden lograr que despierte un suspiro. Su gira por el país es solo un trámite, una puesta en escena para dar más forma al montaje.

Para agudizar el absurdo, exige a sus seguidores que solo con su reelección —con 10 millones de sufragios— se podrá recuperar la economía y torcer el cuello a las mafias que inducen la inflación y el ataque a la moneda.

Hugo Chávez, el padre de la Revolución bolivariana, nunca logró esa meta, ni siquiera en medio de citas electorales marcadas por un artificial clima de prosperidad generado por la bonanza petrolera.

Este repetido ejercicio de subestimación a los ciudadanos ya es común. Meses antes prometió que con la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente se diversificaría la economía. Lo único concreto es que, solo en 2018, la inflación se dispara en más de 430 %, que la escasez de alimentos básicos asciende al 90 % y la falta de medicinas es una maquinaria de muerte y dolor en todos los rincones.

Si en 2013, con todo el impulso emocional que tuvo por ser el heredero de Hugo Chávez tras la muerte de este, y sin haber demostrado su exiguo talento como gobernante, el CNE apenas pudo imponerlo con una ventaja de menos dos puntos porcentuales frente al opositor Henrique Capriles; hoy Maduro, con esas mismas garantías electorales, quedaría pulverizado.

Que en esta contienda no hayan surgido voces de jerarcas del Partido Socialista Unido de Venezuela en contra de la nominación de Maduro (que los hay, civiles y militares) y que, por el contrario, simulen un apoyo irrestricto en el fragor de esta campana, es un encuadre que emula al funcionamiento de las estructuras de la mafia. Es preferible no mostrar las grietas internas de la organización por la supervivencia de todos.

Por donde lo veamos y a pesar de la astucia del régimen de disminuir al mínimo a la dirigencia opositora, la cual es percibida a lo menos como sospechosa, el aspirante a la reelección camina en un campo minado.

Sanciones económicas, suspensiones de visas, designaciones en listados de grupos criminales de Estados Unidos y la Unión Europea, es la forma como se ha venido allanando el terreno de su grupo de colaboradores más cercanos, incluyendo a su propio vicepresidente, Tarek Alaissami.

Vínculos con el narcotráfico, apoyo a grupos terroristas y lavado de dinero es la trinidad delictiva que supuestamente rodea a Nicolás Maduro y a su equipo más cercano, de acuerdo con las conclusiones de los organismos internacionales.

Luego, todo el compendio de pruebas de violaciones de los derechos humanos fundamentales, como la libertad de expresión, el derecho al debido proceso y a la vida, configuran un prontuario muy pesado para el inquilino del Palacio de Miraflores.

Después del 20 mayo el mundo será más reducido para Maduro, pues esta jugada de simulación electoral lo terminará coronando como un dictador.

El factor Henry Falcón

Sobre el principal candidato «opositor» de esta contienda existen más dudas que certezas. Es percibido como un constructo del madurismo para dar algo de legitimidad a una cita comicial que es descrita por más del 60 % de los sufragantes como un circo.

En las últimas horas, ciertos agentes de las redes sociales han contagiado a algunos sectores con el rumor de que existe un pacto entre el madurismo y la cuestionada candidatura opositora de Henry Falcón, para entregarle el poder en medio de una transición que le permita al régimen dictatorial huir de sus demonios.

Falcón forma parte de todo este paisaje perverso. En caso de que se materialice este supuesto acuerdo, Venezuela entraría en una espiral de destrucción mayor. Además, sería un atajo de impunidad de los delitos de quienes saquearon al país petrolero.

Finalmente, Maduro tiene que acatar las disposiciones de las fuerzas exógenas y criminales que lo dominan. Y si tiene que entregar el poder a Falcón, no lo hará con base en el principio de alternabilidad democrática, ni por la voluntad de las mayorías, sino por un cálculo de supervivencia en el que el CNE solo atiende órdenes, para imponer los resultados que sean necesarios para el régimen.

El liderazgo opositor, más que fragmentado, luce inexistente en el país petrolero. Pequeñas facciones políticas se debaten entre apoyar o no la participación en las elecciones. Los partidos mayoritarios (Acción Democrática, Voluntad Popular y Primero Justicia) llaman a la abstención.

Ante la cercanía del proceso, algunos dirigentes opositores «sospechosos» han manifestado su apoyo a la participación y han levantado el brazo a Falcón, llamando a votar para derrotar al chavismo.

Una crisis sin freno

Todo indica que la economía seguirá su ritmo sin freno rumbo al primitivismo. Venezuela estará más aislada internacionalmente. Finalmente, es un escenario más favorecedor para el proyecto dictatorial que se maneja desde La Habana.

El primer trimestre de este año cierra para Venezuela con cifras escalofriantes, que dan cuenta de que los indicadores de calidad de vida del país que era más rico en la región siguen estando muy por debajo que Haití. No es una apreciación periodística de este cronista. Ni un ejercicio de imaginación. La inflación acumulada en 2018 ya se disparó en 453,7 %, un número frío que entra en una ecuación de hambre, muerte y escasez.

Desde la crueldad más manifiesta en gobernante alguno, el heredero de Hugo Chávez promete que solo con su reelección el país mejorará económicamente, cuando todo indica un desastre mayor en los meses que están por venir.

El Fondo Monetario Internacional pronostica una inflación monstruosa al cierre de este 2018: 13.000 %. Sí, estimado lector, usted leyó bien. Ni la sumatoria de la inflación acumulada de todos los países de este continente se le acerca a esta cifra.

Las medidas anunciadas en lo monetario y cambiario, según los expertos, solo destruirán mucho más un colapsado sistema económico.

Pese a todo este panorama absurdo de destrucción y saqueo, de dolor y desesperación de las mayorías, todo indica que Maduro será «reelecto» en un acto electoral que se convertirá en la esfinge de un fraude que no será reconocido por el mundo civilizado. Si se acuerda entregar el poder a Falcón sería una farsa aún mayor.

Sea lo que sea, el destino de Maduro en el lugar más despreciable de la historia ya está apartado. Es cuestión de tiempo.

Fernando Martínez | @fermartinezm Periodista, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello. Docente universitario. Articulista del diario Centro (Tampa, EUA) y otras publicaciones en América Latina

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