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Venezuela: ¿victoria autoritaria?

El conflicto por el futuro democrático de Venezuela ha avanzado en la lógica planteada por la estrategia del liderazgo emergente de Juan Guaidó y la unidad parlamentaria: una acción militar en apoyo al cambio y a la Constitución. La resistencia del régimen pareciera indicar que esta puerta se cierra, pero la realidad tiene complejos matices.

Ilustración: Guillermo Tell Aveledo

Ilustración: Guillermo Tell Aveledo


«Si atacas al rey, debes acabarlo», recordaba en la carta a un joven pupilo el poeta Ralph Waldo Emerson. Al ver a Nicolás Maduro sobrevivir otro día, flanqueado del liderazgo militar, este consejo podía haber retumbado en la mente del líder del movimiento democrático Juan Guaidó. Tras horas de rumores y tensión, agravadas por la autocensura en medios masivos, muchos venezolanos pasaron de un amanecer esperanzado a una nueva frustración.

Los detalles de la acción liderada por Guaidó junto con oficiales medios de la Guardia Nacional han recibido fragmentaria especulación periodística: no sabemos si el intento falló porque tuvo que ser adelantado preventivamente, por exceso de audacia por errores de planificación, por falta de apoyos esperados o delaciones inoportunas. Tampoco conocemos aún los detalles de los entretelones de cálculo, presiones e intereses inmediatos que animaron a los actores en contienda, y es inevitable que estos sean revisados de distinto modo en una óptica crecientemente polarizada, propaganda y contrapropaganda. Lo cierto es que el movimiento no había logrado el resultado esperado, dando evidencias de las limitaciones y contradicciones operativas en su centro.

Las posiciones políticas de los dos principales líderes nacionales aparecen atrincheradas en torno a un equilibrio catastrófico, en la cual solo una acción extraordinaria pareciera poder romper el ciclo dramático de audaces manifestaciones, cruel represión y muerte sin un resultado político distinto a la resistencia y la entropía. Tanto Juan Guaidó, quien ha hecho continuos llamados a la fuerza armada, como Nicolás Maduro, quien se arropa en el apoyo del alto mando, han mostrado que dependen de la decisión armada (activa o inactiva) para poder definir el destino de las aspiraciones que encarnan. Esto aún sin referirnos a los dilemas estratégicos y las disputas crecientes en sus respectivos entornos.

Así, el factor de la decisión militar venezolana cobra una saliencia inocultable. De ser simplemente socios del Estado-PSUV, se refuerza su rol político en los meses o años por venir, y pareciera que emerge una conciencia autónoma de ese papel, con todas las dramáticas implicaciones que ello tiene en la tradición latinoamericana, y con las presiones internas que a lo largo de la estructura militar venezolana tendría la continuación inalterada del statu quo. No sabemos aún si este será un mal necesario para la restauración democrática, o un mal absoluto con la imposición de un tutelaje permanente, o la apertura de un conflicto interno en el cual las viejas posiciones políticas sean avasalladas por la violencia.

Dos factores complican el juicio coyuntural. Por una parte, aunque la manifestación política del conflicto —la disputa por los ilegítimos comicios de 2018— es su aspecto más saliente, lo cierto es que el problema venezolano tiene como origen el agotamiento dramático del rentismo petrolero y sus consecuencias económicas y sociales. La devastación nacional apenas se ve mitigada por los efectos residuales del desarrollo alcanzado el siglo pasado pero que ya dan muestras de un profundo e irreversible deterioro humano, social y civilizatorio. Ante esto, la situación de poder presente es incapaz de dar respuestas satisfactorias.

Por otro lado, en torno al conflicto venezolano se teje una madeja de preocupación de alcance global donde las aspiraciones estadounidenses, los intereses chinos y las acciones rusas y cubanas empujan hacia una resolución no local agotada la presión diplomática, y posiblemente fuera de la ruta electoral y de esfuerzos multilaterales esbozados por las alertas democráticas de la Unión Europea, el Grupo de Lima y el Grupo de Contacto sobre Venezuela.

Este panorama es desalentador, por cuanto el justo y urgente reclamo de más democracia y mejor calidad de vida de millones de venezolanos no logra tener el cauce institucional que debe tener, y porque esta política de borde asoma terribles posibilidades. La dictadura venezolana se encuentra más débil de lo que parece, pero la tenaz alternativa democrática se halla también elusiva. Quizás sea esta la oportunidad de que los líderes políticos, incluyendo al sector militar, superen sus aspiraciones máximas hacia una salida acordada que cumpla la aspiración de todo el país.

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