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Viene el lobo

Si los demócratas del mundo se olvidan de los principios que alimentan su visión política, pueden verse sorprendidos por extraños defensores de la libertad.


Foto: Guillermo Aveledo

Foto: Guillermo Aveledo


El sombrío final del año 2014, con el recrudecimiento del conflicto sirio y sus ramificaciones, la expansión del Estado Islámico y el colapso de las novísimas democracias del Medio Oriente y el norte de África, la violencia del narcotráfico en América Latina, la matanza de Peshawar y los disturbios raciales en Estados Unidos no daban buenos augurios para los demócratas: o es imposible instaurar la democracia en todo el mundo o ella misma es incapaz de mantenerse estable y segura ante sus rapaces adversarios.

Comenzando este año, la atroz masacre en la sede del magazín satírico Charlie Hebdo ha hecho más sonantes las voces de indignación ante lo que se percibe es la pusilanimidad de un Occidente debilitado ante su propia pérdida de norte, defendiendo apenas los elementos accesorios de su civilización. La amenaza del otro, encarnada en los asesinos enmascarados de París, se proyecta presuntamente sobre toda diferencia. Se juega con un argumento desolador: si unos individuos o grupos son incapaces de adaptarse a nuestro modo de vida, no deben refugiarse en él.

Así, el auge de los partidos y movimientos que, con gran cobertura de medios y una creciente relevancia político-electoral, pretenden el cierre de las sociedades occidentales, es un hecho incontestable. La tragedia de París no fue recibida en un vacío, sino sobre un terreno fértil. Nigel Farage, líder del Partido de Independencia del Reino Unido, UKIP, tercero en la preferencia electoral, aprovechó la ocasión para denunciar el multiculturalismo y señalar que las tradiciones seculares europeas eran inaccesibles a los forasteros, tal como desde Estrasburgo hiciera el líder del Partido de la Libertad holandés, Geert Wilders. El autodenominado grupo Patriotas Europeos contra la Islamización de Europa, PEGIDA, que ha organizado marchas masivas contra los musulmanes en algunas ciudades alemanas, se ha arropado en la imagen del semanario francés y sus críticas. Y, de manera más preocupante, el Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, ha señalado que los asesinatos confirman su visión de las amenazas a la sociedad francesa y a Europa.

Estos no son comentarios encontrados en los rincones de las redes sociales o en oscuros panfletos del underground político. De movimientos minoritarios, estos partidos emergen hacia la corriente ordinaria de la política de sus países, y aunque no tengan ya la apariencia de jóvenes desencantados de cabezas afeitadas, no han moderado su proyecto político adaptándolo a la democracia liberal. Madame Le Pen ha resaltado las ventajas de su programa que oscila entre el alivio y la venganza: cierre de fronteras, revisión de las normas de inmigración, retorno de la pena capital y servicio militar. No es que la democracia y el Estado de derecho sean inalcanzables para los bárbaros que la amenazan; es que esta merece ser sustituida de raíz.

¿Y ese estado de excepción tan grande, Abuelita? Para cuidarte mejor, demócrata caperucita… Lo más grave de este panorama es que, ante la preocupación real de la opinión pública, los políticos socialdemócratas, liberales, conservadores y humanistas pretendan ganar puntos con la audiencia haciéndose eco de las propuestas extremas —aun si no dan crédito ni espacio ceremonial a estos movimientos—, e incluso aportando nuevas medidas. La solidaridad que mostraron los líderes europeos en la gran concentración por la libertad de expresión en la capital francesa resultaron, para la mayoría, abrazos en la tribulación que terminaban donde la aplicación de la coacción era posible, las políticas de inmigración impopulares, y las detenciones a los disidentes un hecho cumplido. Mientras, resuenan las palabras de monsieur Hollande sobre las protestas contra Charlie Hebdo: “no comprenden nuestros valores”. Triste auxilio para los luchadores por la democracia en las naciones periféricas.

La defensa de la sociedad libre por medio de la fuerza es una aspiración legítima. Pero los demócratas no deben perder la oportunidad de recordar sus valores, llamar a la moderación y, cómo no, predicar con acciones consecuentes.

Guillermo Aveledo | @GTAveledo

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