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VOX, otro cisne negro

Desequilibrios económicos y sociales ligados al proyecto europeo sumergen en la desocupación a las clases medias y generan un caldo de cultivo propicio para movimientos extremos.

Las noticias lejanas

En Andalucía, hace dos años, un lector de noticias se sorprendía de que un maleducado y con propuestas beligerantes, xenófobas y antiglobalización llegaba al poder en Estados Unidos. Había tanto desconcierto como falta de explicaciones lógicas. Solo la «locura yanqui» podía justificarlo.

Meses después, los datos desagregados mostraron que el Rust Belt (cinturón industrial) de Estados Unidos fue la base electoral del triunfo. Lo explicaba una fuerte desocupación, hija de una desintegración industrial, a su vez producto de políticas de descentralización económica a la luz de la globalización.

Unos meses antes, la inesperada votación del brexit se ironizó como una pataleta inglesa. Nadie pareció prestar atención al protagonismo del Provincial England (la Inglaterra provinciana) con sus centros industriales estancados y su desigualdad con Londres, con su globalizado sector financiero y de servicios. Clases altas y medias votaron por la permanencia en la Unión Europea, pero los estratos populares votaron por la salida.

Alternativa para Alemania (AfD) crece basada en orígenes neonazis, odio al inmigrante y antiislamización. Otra vez, el análisis dice que ese crecimiento se concentra en el este, zonas subindustrializadas, no alcanzadas por incentivos durante la reunificación.

También Matteo Salvini debe al Mezzogiorno italiano (la Italia meridional) y el norte industrializado su ascenso fugaz.

Marie le Pen y su segunda vuelta muestran que en Francia hay más radicales (sumando extremos) que moderados, y que las clases bajas y los campesinos no votaron a Macron.

Las palabras nacionalismo, inmigrantes, antiislamismo, desocupación, xenofobia, indignados y antisistema se repiten casi en todos los escenarios.

Todas estas sorpresas tienen una explicación previa. Corresponden a desequilibrios económicos y sociales muy ligados al proyecto europeo. Se trata de clases medias con un pasado de alto poder adquisitivo, hoy sumergidas en la desocupación y pasando necesidades por los coletazos de la globalización, la robotización y los avances tecnológicos.

España en su laberinto

España amaneció el 2 de junio del 2018 con un nuevo presidente, que no fue votado como tal sino que surgió de la censura del anterior y encontró el camino del poder en los pasillos del recinto de Diputados gracias a los votos de los independentistas, y ahora depende de estos para sobrevivir.

Heredó el problema de Cataluña, una desigual distribución del ingreso y una ecuación electoral difícil de cerrar, ya que no tiene mayorías y eso le hace eludir posibles elecciones. Un discurso ambiguo con los inmigrantes agrava la confusión.

Los problemas españoles empiezan a girar sobre ejes relacionados con el nacionalismo, la inmigración y la xenofobia con el consiguiente antiislamismo. ¿Luces amarillas?

Andalucía y el despertar

Andalucía es la segunda comunidad autónoma de España y tiene una de las tasas más altas de desocupación. Y a sus costas llegan, cada semana, especialmente en verano, las pateras y barcos de migrantes que cruzan el Mediterráneo camino de Europa.

En 2014, desilusionados del PP convocaban apenas algunos cientos en sus mítines. La ideología de género, la inmigración y la socialdemocracia eran sus principales campos de batalla.

Bajo el nombre de VOX, sus recetas incluían: suprimir las comunidades autónomas (Cataluña, País Vasco y Navarra), derogar la Ley de Violencia de Género, ilegalizar los partidos separatistas, endurecer la política contra la inmigración (aumentando las deportaciones y la seguridad en la frontera) y defensa de la vida, traducida como una batalla contra el aborto.

Han obtenido 12 escaños de la nada, marcan agenda y su contagio al resto de España es inminente. Los andaluces, estancados por décadas, vieron al PSOE edificar clientelismo al abrigo del poder y promocionar políticas que perpetuaban su dependencia del sistema convirtiendo a un cuarto de sus habitantes en empleados públicos.

¿Todos los cisnes son blancos?

Los cisnes son blancos, pero Nicholas Taleb nos acostumbró a la idea de que hay cosas difíciles de predecir, sucesos fuera del ámbito de las expectativas normales y la imagen de un imposible cisne negro viene como anillo al dedo… hasta que aparece un cisne negro, y eso nos demuestra que lo imposible puede ser posible y la tarea luego consiste en explicarlo.

VOX es un cisne negro, según la casi unanimidad de los analistas, pero la repetición de conceptos en múltiples casos nos hace dudar.

Es cierto, España es particular y lo regional es relevante, pero la simpleza del mensaje de la ultraderecha no puede ser subestimada: ha demostrado ser enormemente atractivo para ciudadanos decepcionados de los partidos tradicionales. Incoherencias y expectativas incumplidas dejan un vacío que el populismo ocupa con rapidez.

El proyecto europeo se enfrenta a un 2019 al cambio de millones de personas al euroescepticismo, a una inmigración creciente, presupuestos de países no ajustados al estándar de Bruselas, transito de la banalización del fascismo a la naturalización de las derechas extremas, nacionalismos emergentes en medio de las elecciones y líderes fuertes que se jubilan, como Merkel.

Para Europa, el brexit será una pesadilla. El Reino Unido es su mejor gestor financiero, un 15 % del PBI de la UE, una potencia militar y miembro del G7. La Unión Europea necesita de un acuerdo de salida más que el propio Reino Unido.

La verdad es que Europa se debe una autocrítica profunda. Descuidó el equilibrio social, los fantasmas del “fascismo escondido detrás del árbol” dieron carta blanca a reformas de flexibilización laboral, a la disminución de impuestos a empresas, a la priorización de intereses del sector financiero, que no son malas per se pero indudablemente producen fragmentación social.

No hubo inversión en servicios de base en sectores no cosmopolitas en casi ningún país, sí en modernización de tecnología aplicada en centros de concentración de servicios (capitales, grandes ciudades) y esto causó un desbalance urbano-rural. No hay suficiente inclusión de jóvenes en procesos tecnológicos; esto fomenta su alienación y la consiguiente militancia por partidos de extrema derecha.

La inflación creciente y el bajo retorno financiero de inversiones del Banco Central Europeo harán cambiar su política monetaria expansiva. Tendrá gastos militares crecientes, ya sea para reposicionarse en la OTAN o bien para desarrollar soluciones de defensa europea autónomas.

Teniendo en cuenta todo este entorno, no cabe sorprenderse de los cisnes negros. En Holanda ya se organizan los chalecos rojos antisistema. Portugal no es inmune a un efecto contagio de VOX. Hungría, Polonia, Austria y Bélgica ya alzan su voz, mientras que en Rumania el sentimiento europeo no existe.

¿Será hora de hacer un análisis crítico del proyecto europeo, de la globalización, de los mamuts llamados mercados comunes, o seguiremos pensando en cisnes negros?

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